Capítulo Veintiséis

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''NO ME VENDEN LOS OJOS, QUIERO MORIR DE FRENTE''

Presiono sobre las últimas cinco estrellas con la palma de la mano sobre el techo, y las acaricio con los dedos para ver si realmente se sostienen o se caen. Ya no me quedan más. Retiro la mano con cuidado y me bajo de la cama procurando no resbalarme con el plástico que tapa el colchón desnudo. Contemplo mi obra completamente satisfecha. Ha quedado incluso mejor de lo que pensaba y Óscar va a alucinar. Quito la cinta del techo y todos los plásticos que cubren los muebles y lo tiro todo a la basura. Coloco todo como antes justo en el momento en el que la puerta de casa se abre y aparece mi hermano con mi padre, medio indignado y repitiendo una y otra vez que su amigo Ángel se pica por todo. Mi padre no apareció hasta la mañana siguiente, cuando ya hacía horas que Nico se había marchado. Mi madre vino ayer a por unas bolsas y volvió a marcharse, aunque no sé por qué creo que volverá esta tarde. Después de que Nico se marchara, no sin antes demostrarme sus estupendas dotes culinarias quemando unos filetes en la sartén para cenar, eché una capa más de pintura azul. Se secó rápido, pero lo dejé reposar todo el día de ayer por si acaso. Esta mañana he pegado todas las estrellitas que compramos, que fueron muchas, aunque él no pudo ayudarme porque era el cumpleaños de su hermano, que había vuelto de la universidad en las vacaciones. Ahora el techo es azul y está plagado de estrellas, y no es por nada, pero es completamente fascinante. Realmente estoy muy satisfecha con ello. Pienso en mandarle una foto del resultado a Nico pero recuerdo que mi móvil ni siquiera tiene cámara, y pronto desecho la idea. Tendré que invitarlo otro día a casa para que pueda verlo con sus propios ojos. Y sonrío frente a la idea. Casi se me ha olvidado que ha entrado mi hermano en casa cuando voy a salir de la habitación y me topo con él. De forma instintiva le doy media vuelta y le tapo los ojos con las manos. Aún lleva el abrigo puesto, la mochila cargada en la espalda y un trozo de bocadillo de queso con membrillo en la mano.

-¿Qué pasa?-pregunta.

-Cierra los ojos y no los abras hasta que yo te diga.

Giro a mi hermano poco a poco y hago que dé un paso al frente, colocándolo perfectamente en el lugar justo.

-¿Recuerdas el día aquel, antes de la excursión, que me dijiste que tenías miedo? Yo te dije que te cuidaba un angelito de la guarda, y que todo el mundo tenemos uno, ¿recuerdas?-y él asiente con la cabeza sin mover mis manos de sus ojos- Pues mira.

Retiro mis manos de sus ojos y le muestro su nueva habitación de techo azul y estrellas fluorescentes. Hay un momento en el que no reacciona, solo mantiene los ojos todo lo abiertos que puede y contempla una a una las estrellitas que complementan al azul celeste del nuevo cielo que ahora tiene su habitación. Deja caer la mochila al suelo y el bocadillo, se gira y me mira perplejo, sin ser capaz de pronunciar palabra. Y tengo que luchar por aguantarme la risa, porque nunca he visto a mi hermano tan alucinado como en este momento. Ni siquiera en la mañana de reyes.

-Ahora podrás estar todo lo cerca de tu angelito de la guarda que quieras, porque se esconden detrás de las estrellas. Y tú estarás siempre debajo.

Salta a mis brazos agarrándose como un monito. Chilla dejándome medio sorda, ríe, se encoge, se estira, grita otra vez, baja de un salto y vuelve a mirar el techo, sacude los brazos, suelta palabras sin sentido, sonríe. Muchísimo. Todo lo que puede. Sonríe tanto que tiene pinta de doler. Es una locura. Parece un niño, pienso, y luego me doy cuenta de que realmente lo es. Es un crío. Vuelve a abrazarme y no se suelta en un rato, y yo acaricio toda su mata de pelo. Cuando ha finalizado todo el espectáculo por fin coge aire y me mira con las cejas levantadas.

-No sé qué decir. Gracias.-y se traba con su propia lengua- Gracias, gracias, gracias. Es el cielo lleno de estrellas más bonito que he visto nunca.

VALENTINADonde viven las historias. Descúbrelo ahora