CAPITULO 27.2

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Taehyung.

La tarde había caído demasiado lento, como si el tiempo se estuviera burlando de mí, arrastrando cada segundo con una agonía insoportable. Estaba sentado en el sofá con la espalda rígida y las manos entrelazadas sobre mis rodillas, la mirada fija en la mesita de vidrio frente a mí. Mi teléfono descansaba allí, inerte, como si también estuviera esperando. Como si supiera que en cualquier momento esa llamada llegaría y lo cambiaría todo.

Jennie estaba a unos metros de distancia, con los brazos cruzados, apoyada contra el marco de la ventana, observando la ciudad con una expresión inescrutable. Había llegado hacía un par de horas, y desde entonces, el silencio se había asentado entre nosotros como un tercero invisible, pesado, asfixiante. Ninguno de los dos hablaba, porque no había nada que decir. Estábamos atrapados en la misma espera, en el mismo nudo de ansiedad que nos impedía pensar con claridad.

Mis piernas rebotaban sin control contra el suelo, un tic nervioso que ni siquiera noté hasta que Jennie suspiró con cansancio y murmuró.

— Vas a perforar el piso a este ritmo.

No respondí. No tenía cabeza para bromas ni para conversaciones triviales. Lo único que podía hacer era esperar. Esperar a que sonara ese maldito teléfono. Esperar a que Jackson Wang decidiera que era el momento adecuado para jugar su siguiente carta.

Cada minuto que pasaba sin que la llamada llegara era una tortura. Me imaginaba a Hoseok en algún lugar oscuro, con miedo, con las manos atadas, con el corazón latiéndole tan fuerte como el mío. Me imaginaba a mis hijos, asustados, confundidos, esperando que alguien viniera a rescatarlos. Y yo aquí, sentado, sin poder hacer nada, con las manos vacías y la rabia contenida en el pecho como un incendio sin salida.

Jennie giró un poco la cabeza en mi dirección, observándome de reojo.

— No puedes seguir así, Tae.

Volví a ignorarla.

— No sé qué diablos planeas hacer, pero si sigues consumiéndote así antes de que Jackson siquiera llame, cuando lo haga, no tendrás la cabeza fría para negociar con él.

Mi mandíbula se tensó. Sabía que tenía razón. Pero eso no hacía que la espera fuera más fácil. Y entonces, como si el destino hubiera querido empujarme al abismo, el teléfono vibró sobre la mesita de vidrio.

El sonido fue tan fuerte en la quietud de la habitación que sentí que el corazón me saltaba en el pecho. Jennie se irguió de inmediato, girándose por completo para mirarme, sus ojos reflejando la misma mezcla de tensión y miedo que sentía en mi interior.

Tomé aire, tratando de estabilizar mis pensamientos, pero fue inútil. Mi pulso martilleaba en mis oídos cuando estiré la mano y tomé el teléfono. La pantalla brillaba con un número desconocido, sin nombre, sin rastro. Sabía que era él.

Me obligué a respirar hondo antes de deslizar el dedo sobre la pantalla y llevarme el dispositivo al oído.

— ¿Sí? —mi voz salió baja, firme, pero por dentro, todo en mí temblaba.

Un segundo de silencio. Y luego, la voz de Jackson Wang se filtró por la línea como un veneno letal.

— Agente Kim.

El solo sonido de su tono satisfecho me revolvió el estómago. Me imaginé su sonrisa, esa maldita sonrisa de superioridad, la misma que había visto demasiadas veces antes. Mi otra mano se cerró en un puño sobre mi rodilla, pero me obligué a mantener la calma.

— Ya déjate de rodeos y dime dónde tienes a Hoseok y a mis hijos —solté con la voz tensa, conteniendo con dificultad la ira que hervía dentro de mí.

EL DONCEL Y LA BESTIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora