XVI. Frank y el árbol de las historias

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Alex se encontraba desnudo frente a la ventana en la casa de Frank. Miraba sentado hacia aquel nuevo día que salía, hacia aquel día en que tendría que cuidar una vez más a su Frank. Aunque él ya no habitase ese cuerpo, había mejorado estos últimos cinco meses. Ahora ya masticaba un poco de comida, aveces movía —muy levemente— una mano o incluso parpadeaba. Pero eso no cambiaba el hecho de que Frank ya no estuviese ahí. Y por más que a Alex le doliera, era la verdad.
Se había estado haciendo la idea de cómo dejarlo ir, porque habían pasado nueve meses y Frank no había dado alguna señal de despertar de su sueño. Pero sabía exactamente por qué estaba así. Era obvio que los humanos no podemos soportar el transporte a ciertas dimensiones, y menos si una parte tuya había entrado (desde la cabeza hasta la cintura), y otra había quedado afuera (desde la cintura hasta los pies). Entonces, Alex blasfemó.
—¡Fui un estúpido! —se dijo— ¡Si hubiera dejado que él te llevará, quizás y estarías bien, o incluso mejor de como estás ahora!
Alex habla por hablar, no sabía lo que decía, y no era que no quisiera cuidar de Frank, pero realmente le aterraba el hecho de que ya no despertara, de que ya no despertara por culpa suya.
Los primeros meses fueron sin duda los más dolorosos, recostaba a Frank sobre la cama mientras Alex lo tapaba, lo cambiaba y lo besaba mientras lloraba. Y lloraba de rabia, consigo mismo. Rubén había ido una o dos tres veces pregunta do como se encontraba Fran.
—No hay mucho que decir —le dijo Alex—. No noto avances. De hecho, creo que está empeorando cada vez más.
—Es una pena, ¿cómo diablos pasó esto?
—Pues fue... —quiso decirlo, pero sucedió algo tan sorprendente para el que se quedó sin habla. Alex no lo recordaba. Solo recordaba que Frank estaba así por culpa suya, pero no sabía el por qué—. No lo sé, ¿tú no lo sabes?
—¿Ya se te olvido? —le dijo Rubén—. Tú manejabas, un camión se estrelló contra ustedes y, del impacto, Frank quedó así.
Alex quiso creer que era cierto, pero no pudo, y tampoco podía recordar el verdadero motivo, así que no tuvo más que aceptarlo.
Los siguientes meses fueron ya un poco más ligeros, Alex sacaba a pasear a Frank porque podía dar alguno que otro paso, y aveces lo sacaba en el coche. A pesar de todo, Alex no perdía la esperanza de que algún día Frank despertara y le dijera algo, lo que sea.
—Frank —dijo acercándose a él para cogerle de la mano—, vamos.
Él no se movió. Su mano permanecía en la de Alex como cera caliente. Alex tomó la otra mano y tiró de él para ponerlo de pie.
Esa mañana se había vestido de un modo muy similar al suyo: vaqueros y una camiseta azul; habría estado precioso, de no ser por aquella mirada vacua, de ojos dilatados.
—Vamos —dijo él otra vez.
Lo condujo hasta la cocina por la puerta. Lo llevó hasta donde estaba el coche, lo subió y después arrancó. Frank movió un poco los dedos.
—¿Frank?
No hubo respuesta.
—Vamos a dar un paseo —dijo Alex saliendo del garaje—. Sujétate. Me parece que vamos a tomar una buena velocidad.
Cuando el coche por fin estuvo afuera, puso la radio, abrió la ventanilla y miró a Frank.
—¿Quieres bailar el rock and roll, Frank?
No hubo respuesta. Pero no importaba. Él estaba listo.
Una vez estando en aquella calle oscura, iluminada solo por las luces de la calle, pisó el pedal con todas sus fuerzas.
El carro avanzó una barbaridad en cuestión de segundos. A Alex le gustaba esa sensación, lo hacía sentir vivo, lo hacía sentir que Frank estaba con él. El viento los despeinaba a los dos, apenas y se podía ver a la gente que estaba en la vereda, IBAN a más de 180.
—¿Alex? —era la vos de Frank, aturdido, algo gangosa, como si acabara de despertar de un sueño profundo—. ¿Dónde estamos, Alex? ¿Qué estás haciendo?
—¡Esto es vida! —gritó Alex. Luego se rió deliberadamente.
El coche casi alcanzaba los 200 y la diversión apenas empezaba.
—¡Alex nos vamos a matar! —gritó Frank, había Feroe en su voz, pero también diversión.
Alex siguió acelerando. Frank se pegó más a él y empezó a reír y cerrar los ojos.
—¿Te parece? —gritó Alex.
—¡Estoy seguro! —Y entonces Frank cerró la mano sobre su entrepierna, donde había una alegre y ardiente erección—. ¡Pero no pares!
Aunque Alex no tenía intenciones de hacerlo, empezó a frenar lentamente el coche, se había dado cuenta de Frank hasta apenas. Frank estaba pálido, asustado y confuso, pero despierto, despierto y riendo.
—Frank —dijo Alex riendo con él.
Lo ayudó a bajar del coche y abrazó a su novio. Le besó la frente, los ojos, las mejillas, la boca el cuello.
Él lo estrechaba.
—¿Qué ha pasado, Alex? Recuerdo que íbamos con Guille a ver la dáliva de Claudia. A partir de entonces no recuerdo absolutamente nada. ¿Estás bien?
—Sí.
—¿Y yo?
—También... Ahora.
Frank se apartó para mirarlo.
—Alex, ¿todavía somos novios?
—Sí —dijo Alex y lo besó.
—¿Para siempre?
—Sí. Creo que esta vez es para siempre.
—¿Dijiste algo sobre el rock and roll?
—No lo sé. ¿Dije algo?
—Te amo — repuso Frank.
Alex asintió, sonriendo. La sonrisa era lo más bello de él.
—Yo también te amo —dijo—. Y eso es lo único que cuenta.
Despierta de ese sueño sin saber exactamente qué era. No recuerda nada salvo el simple hecho de haber soñado con su vida. Toca la espalda de Alex, que duerme a su lado y sueña sus propios sueños. Piensa en su vida, en lo poco que puede recordar. Piensa que aveces olvidarse de quien fuiste, o que pásate, es bueno. Que aveces la gente necesita olvidar y no recordar nunca más. No obstante, es bonito pensarlo en el límpido silencio de las mañanas.
Al menos, eso es lo que Frank Garnes piensa aveces, en esas horas tempranas de la mañana, después de soñar, cuando casi recuerda su vida y las personas con quienes la compartió.

La historia de Frank  «Staxxby»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora