•Prefacio

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-Maddie, la mesa tres lleva esperando su café hace media hora.

-Maddie, la cuenta está mal.

-Maddie, te quiero aquí en cinco segundos.

-Maddie, limpia la barra.

-Maddie, no te vas hasta acabar.

Maddie, Maddie, Maddie, Maddie, Maddie.

Corrí alrededor de las últimas mesas que quedaban para limpiarlas y despachar a los últimos clientes que quedaban.

Era invierno y por la noche podría hacer unos 10 grados -y dando gracias-, pero yo los sentía como treinta. Intentaba quitarme el sudor del cuello, pero el problema era de no dejarme de mover.

-¿Quieren la cuenta ya? -pregunté educadamente con un sonrisa un poco de «¿os levantais ya o vais a estar aquí toda la noche?».

-Claro, preciosa. -canturreó uno de los chicos tendiendo un billete de diez y saliendo del bar casi cayendo.

Será bastardo, con eso no llevaba ni para la mitad de la cuenta.

Unos minutos después salieron los últimos clientes que quedaban y al fin pude sentarme por primera vez en 8 horas.
Estaba agotada y aún me quedaba recoger, limpiar y fregar.

Entre bostezos terminé y salí lo antes posible. No porque fuese tarde -que lo era-, ni porque tuviese prisa -que la tenía -, sino parecía estar drogada con los ojos rojos y entrecerrados y caminando de lado a lado. Mañana no me levantaría hasta la hora de comer, con suerte.

Apenas estaba cruzando el puente cuando escuché unos pasos. Bastantes pasos.
Era de madrugada y en ocasiones normales lo único que había en la calle a estás horas, por estos sitios y con este frío ratas de alcantarilla o gatos deambulando.

Aceleré un poco más mi ritmo sintiendo como el viento golpeaba con más fuerza en la cara. Intentaba mojarme los labios agrietados con la lengua pero era casi imposible.

Esta vez escuché los pasos más cerca y más deprisa. Mi corazón se aceleró. ¿Y si quieren raptarme? ¿O atracarme? O cosas peores.

Los pasos de escucharon más cerca. Junto a una respiración agitada. ¿O era la mía?

Pasaron veinte segundos.

Treinta.

Treinta y cinco.

Treinta y seis.

Estaban más cerca.

Yo ya había pasado el puente y casi corría entre el acerado en malas condiciones encharcado de la cantidad de humedad que hacía a estas horas.

Cuarenta y dos.

Más cerca.

Más clara la respiración.

Cuarenta y tres.

El vello de mis brazos estaba de punta y ya no sentía frío. Estaba sudando.

Cuarenta y cuatro.

Dejaron de sonar de golpe.

Me paré también.

Dejé de respirar y sentí el frío otra vez.

Cuarenta y cinco.

Cuarenta y seis.

Cuarenta y siete.

Los pasos volvieron a sonar, pero más calmados y yendo dirección contraria.

Cincuenta y tres.

Cincuenta y cuatro.

Cincuenta y cinco.

Casi no se oían.

Sentía mis huesos agarrotados del frío y el sudor haciéndose casi escarcha.

Sesenta.

Había desaparecido.

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⏰ Última actualización: Sep 14, 2015 ⏰

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