Capítulo 10

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Abrir la boca para soltar mentiras sin duda duele menos que abrirla para contar toda la verdad. Me abrí a ella como si no hubiera mañana, bueno... no del todo.

Le conté sobre mi demonio de madre, esa mujer con la que tenía que convivir hasta tener los dieciocho, le hablé de mi vida, de la que siempre temí por ser horrorosa. Pero Rebeca me hizo sentir bien, al igual que siempre. Con solo rozarme me transmitía algo. Creo que amor, más del que yo conseguiría darle a ella.

Habrían pasado diez minutos de la ida de Rebeca cuando mi madre llegó y abrió un agujero negro en la tranquilidad que, hasta ahora, había climatizado la casa.

-Hijo... me encontré con Rebeca antes cuando salió... - Salté como un resorte y me puse frente a ella alterado, a lo que ella respondió con un suspiro.

-¿Qué le has dicho? – Pregunté nervioso.

-Nada... - Se dio la vuelta para internarse en su habitación.

-¡No te escapes! – Grité mientras abría la puerta que ella acababa de cerrar - ¿Qué coño habéis hablado?

-Nada, tranquilo. Sólo dije que era tu madre y le pregunté si estaba bien porque la veía triste... - Se volvió a mí lentamente y ladeó a cabeza, confusa - ¿Le hiciste algo?

-No, claro que no.

-Bien, porque no permitiré que le hagas lo mismo que a Verónica – Me sonrió irónicamente, lucía enormemente segura de lo que hacía, hasta parecía haberse desprendido por completo de su enfermedad, cerró la puerta tras de sí. Yo la volví a abrir.

-Mamá, ¿por qué dices eso? – Creo que me sorprendí yo mucho más que ella tras haberla llamado "mamá" después de tanto tiempo llamándola "tú" o similares - ¿Eh? Dime.

-Lo sabes perfectamente.

-No... - Bajé la cabeza, luciendo arrepentido. Ella llevaba la razón.

-Verónica te quería, se unió mucho a ti y te ayudó con tus problemas. Rebeca haría lo mismo, si tú no fueras un estúpido engreído cerrado. Se nota de lejos que te quiere...

-¿Y qué? Yo también la quiero a ella. – La interrumpí. Mi madre era más bajita que yo, pero en aquel momento se veía más imponente.

-¿Seguro? – Contraatacó. – Si la quisieses realmente, ya habrías dejado de... - Sin pensarlo si quiera rectificó - Mentira, simplemente no hubieras empezado con aquel negocio estúpido.

-Cállate, sé lo que hago – Dije poniéndome a la defensiva.

-No, no lo sabes. Cuando te quieras dar cuenta ya será tarde, ¿me oyes? ¡Tarde! La perderás, y para siempre.

-¡Tú no sabes nada! Ella me quiere y yo a ella. No te metas donde no te llaman.

-De acuerdo, recuérdame la próxima vez que no te aconseje... pero cuando ocurra, de un "te lo dije" no te librarás – Se volvió tras asesinarme con la mirada y cerró la puerta definitivamente. Iba a golpearla pero no tenía nada más que añadir, ella ya había cerrado la conversación.

Me sentiría orgulloso si dijera que acepté su consejo a la primera, pero no fue así. No llamé a Claudio para aceptar su petición, o más bien orden, pero tampoco le mensajeé.

-"Dejaré que pase el tiempo, espero por su bien que se esté quieto o se arrepentirá"

No hablé más con Rebeca aquel día, ni comí, y casi ni podía dormir. Eran las dos de la mañana y yo seguía sin pegar ojo, al día siguiente tenía que ir al instituto y no me convenía seguir despierto, aunque tampoco quería pasarme la mañana asistiendo a clases. Tras un trance de peleas con mi inconsciente, decidí faltar otro día más a clases. Me aseguraba de ir un par o tres de veces por semana para que no llamaran a Servicios Sociales. Cuando no iba, tampoco os penséis que me quedaba en casa a observar a mi madre.

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