—¿Estás nerviosa? —pregunta Javi, comprensivo, al ver que la Gata no hace más que mirar hacia la puerta.
Están los dos solos en el Atrio, esperando a que lleguen Carla y su famoso novio; los demás han decidido encontrarse con ellos más tarde en las Rockas.
—¿Eh? —pregunta Caterina, volviendo la cabeza para mirarle. Acaba de encender su tercer cigarrillo consecutivo y no para de mover los pies.
Javi le coge la mano y se la aprieta suavemente.
—Llegará de un momento a otro —le recuerda. Y se siente un poco celoso, aunque trata de no demostrarlo—. Por fin vas a conocerle. A ese chico perfecto.
Caterina hace un puchero y baja los ojos.
—No me hagas sentir culpable —le ruega.
—Perdona.
Suena Platero y Tú. Cat conoce al dueño del Atrio y le ha pedido que ponga algo que se pueda escuchar, y éste la ha complacido porque ahora no hay mucha gente, y porque Cat está muy buena y no le importa darle el gusto si se lo pide con esa sonrisa suya tan arrebatadora.
—Rocanrol —dice, tratando de recuperar su expresión de tía dura y despreocupada.
—Y una leche —responde Javi con una sonrisa.
Cat ríe un momento y luego se queda callada, pensativa. Sigue obsesionada con ese tío, aunque ha renunciado (temporalmente, para qué mentir) a su idea de leer sus cartas como sea. Y está a punto de aparecer, de la mano de Carla, no hay que olvidarlo, y va a verle por fin cara a cara, y seguramente se lleve una decepción y se olvide de él a los cinco minutos. ¿Nerviosa? ¿Por qué iba a estarlo?
Y el pobre Javi aguantando el tirón, paciente y risueño, como si no pasara nada, como si la cosa no fuera con él, como si le diera igual que la chica a la que ama tenga el corazón desbocado por culpa de otro y que para él sólo haya sonrisas de colega a colega y un quizás dentro de un tiempo; o quizás nunca, porque es el corazón el que elige, y su corazón está ahora mismo hecho un lío.
También es la primera vez que van a ver a Carla desde que sabe que su amiga buscó enrollarse con Javi. Se pregunta cómo se comportará Carla frente al mecánico, y si ella debe decirle que lo sabe, y enfrentar a todo el mundo y joderles las fiestas. Mira a Javi y piensa que es mejor que no diga nada: los trapos sucios acaban saliendo a la luz por sí solos tarde o temprano. Además, si no siente nada por Javi, no tiene sentido ponerse en el papel de novia despechada con ataque de cuernos.
Pero tampoco es cierto que no sienta nada por Javi. De hecho, lleva la última semana pensando mucho en él y en lo que ocurrió. La verdad, su familia no le ha dado la oportunidad de olvidarlo.
Cuando llegó el viernes pasado a casa y trató de explicarle a su padre por qué no había ido a dormir, tanto éste como su esposa le dirigieron una mirada cómplice que decía a gritos que lo sabían todo y que estaban muy contentos con la idea de que su niñita hubiera decidido por fin sentar la cabeza. Y esa noche, cuando salió con sus amigos, su primo Fernando se dio perfecta cuenta de que entre Javi y la Gata pasaba algo raro. Y el lunes en el taller, donde se había corrido la voz, todo el mundo miraba a Cat de forma distinta, y ella se sintió como la pequeñina de la casa el día de su primera regla, cuando la abuela lo pregona orgullosa y todos cuchichean entre ellos que la niña ya es una mujercita mientras se les cae la baba de la emoción. Y las miradas cruzadas con Javi, un secreto a voces. Y la forma de tratarla él, seguramente la misma de siempre, pero que le había parecido distinta, con más ternura, con más cariño. Había dejado de ser la colega enrollada y se había convertido en una chica.
Y cada vez que miraba a Javi esa semana le recordaba dormido en su cama, abrazado a ella, dulce y cariñoso y protector, y guapo, además. Nunca le había mirado con ojos de mujer. Se sentía muy rara, de pronto algo había cambiado de verdad.
Pero le había gustado dormir con Javi, porque nunca había estado así con nadie. Las veces anteriores, cuando se había acostado con algún chico, sólo había sido sexo. Con Javi no había habido sexo, pero sí intimidad.
Todo le parecía demasiado confuso.
Le había dicho que no quería precipitarse, le había pedido tiempo, que no confundiera las cosas, que ella consideraba que no estaban saliendo juntos y que nada había cambiado. Javi había comprendido y aceptado. Eso le hacía apreciarle más aún.
—Mi tío le dijo a mi padre que estábamos liados —comenta, volviendo a la realidad y olvidándose de la puñetera puerta de la calle—. Y mi padre se lo ha dicho a mi abuela. Dios, toda mi familia me mira como si estuviera embarazada, es un mal rollo.
Javi se ríe con esa risa franca que le sale de adentro y le da unas palmaditas en el dorso de la mano.
—Menuda decepción se llevarían al descubrir que no era cierto —dice.
Cat se muerde la lengua y busca su botellín de Coors. No lo ha desmentido. No quiere decírselo a él.
—Hasta los vecinos de mi portal me miran con paternalismo, o al menos me lo parece —suspira, fingiendo que la agobia.
—Eres el cotilleo de la semana, compréndelos: se sienten realizados por tener por fin un chisme sobre ti —se ríe Javi.
—Que se hará más grande cuando vengas a cenar el 31 con toda la familia.
Es una tradición que siguen desde hace cuatro años, los que Javi lleva trabajando en el taller del tío de Caterina. El hombre decidió adoptarle, o algo parecido, y todo el mundo le recibió como a un pariente más. Por eso a nadie le extrañó que Cat empezara a salir más tarde con su primo y los amigos de éste, porque sabían que estando con Fernando y con Javi no le pasaría nada malo.
—Y ya verás qué revuelo cuando me siente a la mesa con mi vestido nuevo y zapatos de tacón. A la abuela le va a dar algo —ríe Caterina imaginándose la escena.
—Tú y tu misterioso vestido —a Javi le mata la curiosidad—. ¿Qué tiene de especial, si se puede saber?
—Que se me verán las piernas por primera vez en muchos años —responde ella, y hace un gesto con las cejas y los labios que resulta de lo más atrevido.
—Yo ya te he visto las piernas, y no son nada del otro mundo —miente Javi, sabiendo que su expresión le está delatando.
Caterina hace un mohín.
—Si supieras lo que pueden hacer esas piernas, no abrirías esa bocaza tuya para decir chorradas —le provoca.
Javi hace un gesto de concesión y se guarda el comentario de que le encantaría averiguarlo. Colegas, se repite, paciente, somos colegas. No la jodas con una frase a destiempo.
La voz de Carla atraviesa la barrera del sonido y les encuentra en mitad de una carcajada. No es que haya mucha gente en el bar, pero es que parece que Carla haya gritado a través de un megáfono. La rubia llega hasta ellos casi a la carrera, arrastrando tras de sí al maravilloso desconocido de cara angelical, y Caterina deja de reír y no puede evitar mirarle con los ojos como platos; por el rabillo del ojo advierte la expresión de Javi, que parece dispuesto a ofrecerle un kleenex para que se limpie la barbilla, porque casi se le está cayendo la baba. Se ponen en pie para saludar a los recién llegados, y cuando Fran le da dos besos en la cara y le oye hablar, lo que se le cae a Cat es el alma a los pies.
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EL CHICO PERFECTO NO SABE BAILAR EL TWIST
RomanceSegovia, año 96. Tres años después de haber terminado el instituto, Carla y Caterina se niegan a dejar morir su amistad, a pesar de que parece que ya no tienen nada en común. Carla se ha convertido en toda una mujer, estudia Derecho en el colegio un...