Razón 1

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Exponía mis opciones sobre la mesa, bebiendo un gran trago de café para engañar a mi vacío estómago. Podía comprar pastillas, que seguramente no conseguiría sin receta médica. Descarté la idea. Podía ahogarme. ¿Sería lo suficiente valiente? Si. ¿Si? Si, claro que sí. No había olvidado el dolor de los últimos 2 años y no lo haría en la recta final. El dolor se iría, junto a mi último aliento. Y siempre estaba la opción ovbia: cortarme hasta desangrarme. Estaba segura de que no estaba lejos la última vez que lo había hecho, talvez hace unas 43 horas. Había usado el filo del sacapuntas de su cartuchera y había empezado a dibujar sobre mis brazos hasta que la sangre los cubrió por completo hasta la altura del codo. Entonces me detuve, sólo porque no quería manchar la alfombra y no porque me sintiera satisfecha. A pesar se todo, el dolor había desaparecido y ya casi no recordaba porque me había cortado. Bueno, vale, si lo recordaba, pero me negaba a admirar que los cortes no habían hecho ningún efecto, porque si lo habían hecho, sólo que duró unos pocos minutos y al evaporarse el dolor regresó, invadiendo mis párpados de arrolladoras lágrimas.
El calor del pequeño hogar calentó mis helados pies y una idea tenebrosa cruzó mi mente. ¿Y si me quemaba? De seguro no había más dolor que morir quemada, como toda un llama de odio y dolor. Después de todo, el fuego siempre fue un gran amigo y una impecable admiración para mi persona. Antes de conocer la cuchilla, el acaba con mi agonía. Pero las cosas se complicaban cuando me tocaban en los lugares quemados y yo gritaba de agonía, así que tuve que cambiar mis trucos. Aún así, llevó siempre un encendedor junto al sacapuntas y un cúter, en caso de que ocurra una emergencia y la autodestrucción se apodere de mi en lugares públicos.
Mi cabeza se debatía entre cuchillos, fuego, agua y pastillas cuando mi celular sonó. Mi instinto fue arrojar mi taza de café negro y correr a por él. Lo resistí con todas mis fuerzas. Estaba evitando el dolor, me recordé. Cerré los ojos y respiré profundamente. Cuando hube ubicado correctamente a mis pensamientos y emociones, tomé mi teléfono y marqué la estúpida contraseña que había inventado más para hacerme la importante que para que alguien no puede ver algo secreto, pues no tenía nada más que estúpidas conversaciones donde me clavaban visto y me dejaban bien en claro cuanto les importaba.
El mensaje era de Jane, mi supuesta mejor amiga. ¿Como puedes querer a alguien y ser tan egocéntrica y creída como si fueras el único ser vivo en la tierra? Pues yo no lo sabía, pero ella afirmaba que me amaba. ¿Lo hacía? Daba igual, no me quedaría a averiguarlo.
"Starbucks? 7:00" decía el texto.
Reflexioné sobre aceptar o no. ¿Acaso quería volver a ser ignorada? ¿Queria sentarme con un capuchino en la mano a escuchar los insufribles problemas de Jane, simulando interés pero imaginándose saltando contra el vidrio de la ventana? Enserio, ¿Qué clase de chica piensa que no tener el abrigo más cool de la tienda de café es importante? ¿Quien siquiera puede ocupar más de 5 minutos de su vida en pensar si Zac Efron es o no más lindo que Harry Styles? ¡Por favor Jane, superalo! Eso trataba de hacer yo, antes de tu odioso mensaje.
En cambio, escribí:
"Ok"
Podía apostar mi pierna (apesar de que no vale mucho para mi en este momento) a que ni siquiera había notado que estaba tan deprimida como si mi gato hubiera muerto hace sólo 2 segundos. Así era ella, demasiado ocupada en si como para ver a alguien más.
Si, definitivamente esta no era una de esas razones por las cuales quieres seguir viviendo.
Pero a los pocos minutos pude comprender lo bien que había hecho al aceptar. Esa sería la despedida. La primera de muchas.
Y de paso podría pasar por la farmacia e intentar conseguir esas pastillas. Si no funcionaba, vería que haría en el momento. De todas formas, no había nada que perder. Lo más valioso (según todos) era la vida y yo estaba dispuesta a perderla ya mismo. Entonces ¿qué era lo que podía salir mal?

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⏰ Última actualización: Aug 04, 2015 ⏰

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Look me: El grito en mi gargantaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora