Aparejó las mulas, cabalgó un trecho a través del monte, subió y bajó una cuesta y preparó el campamento en otro sitio. Colocó nuevas trampas. Amenazaba la lluvia y armó su tienda, que raramente usaba. Cuando terminó de clavar las últimas estacas y cavó los canales por donde debía fluir el agua, se desencadenó la tormenta. Llovió un día entero y, obligado a permanecer en el espacio reducido de su tienda, oyó conversaciones en las que se mezclaban voces infantiles que ninguna orden hacía callar. Apartó la lona que cubría la entrada de su tienda y salió. De pie, imprecó amenazante a los cuatro vientos, pero las voces no callaron. Apretó los puños como si estrangulara a alguien, y sabía que estrangulaba a su mujer, que uno de sus niños gemía en una trampa y nadie lo desafiaba. Y esto lo serenó, porque en un largo invierno todos querrían hacerse invisibles bajo sus golpes, y ni aún así se librarían.
Cuando se levantó el alba, las injurias y la tormenta cesaron. Luego de un desayuno frugal, se dirigió hacia las múltiples trampas que había colocado el día anterior, ilusionado con que encontraría algún animal dando alaridos, agonizando. Las trampas estaban vacías. Esbozó un gesto de desánimo, y farfulló una maldición. Cuando su decepción se desvaneció un poco, decidió volver.
Al regresar, notó algo que lo hizo palidecer. Un oso negro estaba en su campamento. Él estaba inmóvil, y su corazón perpetraba, dando golpes firmes en el tórax. Una gota de sudor remarcaba un sendero a través de su frente, luego su sien, hasta rozar la comisura del labio y caer de la barbilla. No se oía nada en el bosque acadiano. Solo estaban presentes los bufidos del animal, y el miedo del cazador.
El oso lo miraba con curiosidad, acercándose a paso lento. El cazador, comenzó a temblar, su valentía luxada no le permitía hacer mucho. Se encontraba indefenso; no sabía qué hacer. En unos pocos segundos, estaba frente a frente con el animal, el cual le lanzaba su aliento en el rostro, casi como insultándolo. Su trémula voz comenzó a resucitar, balbuceando algo que ni él entendió. El viento pasaba entre ellos musitando algo que ignoraban. De pronto, en un impulso (o un error) se movió con ímpetu, y comenzó a gritar. El oso se alejó un poco, lanzó una especie de rugido y con una increíble fuerza acestó un golpe sobre el cazador.
ESTÁS LEYENDO