<<Los sueños dulces están hechos de esto, ¿quién soy yo para no estar de acuerdo? Viajo por el mundo y los siete mares, todo el mundo está buscando algo.>>
-¡Hey pequeña! ¿Por qué no te acercas? Dijo el hombre que estaba sentado en el primer taburete mientras separaba la botella de cerveza de su sucia boca formando un hilillo de saliva entre ambas que lo hacía más asqueroso aun.
- !Calla John! Dijo otro hombre burlándose del primero.
- !Eso John, con el olor tan agradable que desprendes no se va acercar ni tu madre! Añadió un tercero que contemplaba la escena mientras jugaba al billar con una mujer rubia algo maltratada por el paso de los años.
Casi sin mirar crucé la cafetería y entré en la pequeña tienda que había justo al otro lado. No era gran cosa, una sala pequeña abarrotada de estanterías repletas de comestibles, productos de limpieza y demás. Al fondo, una mesa con productos frescos de la zona y un par de congeladores.
-!Candy! Exclamó la mujer que estaba sentada justo detrás de la mesa leyendo una revista.
-Hola Marge.- Contesté educadamente. Marge era oficialmente la cotilla del pueblo y cualquier cosa que llegara a sus oídos se extendía más rápido que la pólvora.
-¿Qué ponemos hoy? Dijo sonriendo.
-Lo de siempre.- Le contesté mientras alargaba mi mano para entregarle la lista que mi padre había confeccionado por la mañana antes de ir a trabajar.
Mi padre es el médico del pueblo y de todo lo que se encuentra en un radio de casi cien quilómetros y eso le confiere el estatus de autoridad. Es una persona sumamente respectada y siempre está dispuesta a echar una mano. Eso hace que pase gran parte del tiempo fuera de casa y que a veces estemos semanas enteras sin apenas vernos.
-Aquí lo tienes pequeña. Dale recuerdos al bueno de tu padre.-
-Así lo haré, adiós.- Dije mientras cogía la bolsa y daba media vuelta sin pagar. En Sweet Cold Valley a mí no me hacía falta el dinero. De ello se encargaba siempre mi padre.
Salí de la cafetería sin prestar atención a las miradas que me seguían mientras cruzaba la zona dónde seguían los mismos hombres de antes y subí a mi viejo coche. Un chevy algo desconchado y oxidado pero que seguía funcionando a la perfección. Lo puse en marcha y me alejé de allí camino a casa. No estaba lejos, apenas diez minutos después estaba cruzando la puerta del porche y dejaba la compra encima de la mesa de la cocina.
-¿Papá? Pregunté a sabiendas de que no estaba.
Nadie respondió a mi grito. Silencio una vez más. Solo el resoplido del viento traqueteando contra los portalones de madera perturbaba la ausencia de sonido alguno.
La tarde se presentaba anodina, monótona como tantas otras. En este culo de mundo hay poco que hacer y mucho tiempo que malgastar.
El teléfono sonó sacándome instantáneamente del sopor vespertino y contesté casi inconscientemente.
- ¿Si? Refunfuñe entre dientes. No se si el sonido había salido realmente de mi boca pero mi interlocutor respondió al instante.
- ¡Chuchi! Dijo una voz sumamente familiar.
- ¡Nena! Respondí gritando. Si alguien pasaba cerca de mi casa en ese momento debió pensar que estaba como una cabra.
No sé cuántas horas estuvimos hablando pero cuando llegó mi padre aún estaba pegada al aparato. Me besó en la frente y acto seguido cogió una cerveza de la nevera.
- Puah! Está caliente. -Gritó desde el sofá.
- No puede ser. Lleva horas en el frigo.- Le respondí desde el porche.
- Este maldito aparato se ha estropeado otra vez. - Dijo señalando un reguero de agua que salía de la parte inferior. - Mañana llamaré a Carl para que venga. Imagino que vendrá a primera hora. ¿Estarás?
- Claro papá. - Respondí justo antes de seguir conversando con Lucy.
Carl era el hijo del mecánico y se dedicaba a arreglar cosas y hacer chapuzas varias. No era un chico cualquiera, era el chico por el que todas las tías del pueblo perdían la cabeza y aunque me costaba reconocerlo, me gustaba a mí también.
- Así que Carl.- Dijo Lucy riendo.
- Calla zorra.- No es lo que piensas. Le respondí riendo.
- Ya ya, que arregle la nevera y luego que te dé un repaso a ti ¿No?
Lucy me contó cómo iba todo en Pasadena. Al parecer las cosas salían según lo planeado. El instituto era más fácil de lo que imaginaba y los chicos se la rifaban. Era una chica mona con un cuerpo envidiable.
-¡Joder! Ya me gustarían para mi unas tetas como las suyas.- Dije sin poder evitar echarme a reír.
El timbre sonó a las ocho y media de la mañana. Ya no me acordaba de Carl. ¡Mierda! Pensé mientras me lavaba la cara y arreglaba el pelo a toda prisa.
-¡Voy! Grité desde el aseo con los pantalones a medio subir.
-¡Un segundo! Añadí mientras me peleaba con la ajustada camiseta.
Abrí la puerta y allí estaba él. Guapo como siempre, con un look entre pijo y desaliñado que le quedaba a la perfección.
Carl reparó la nevera en un santiamén mientras yo preparaba café. Sin este, no era nadie. Lo necesitaba, era mi botón de puesta en marcha matutino.
- Era la junta del tubo. La próxima vez avisad antes. Ahora tendréis que tirarlo todo.- Dijo sonriendo mientras guardaba las herramientas dentro de la caja metálica.
Tomamos el café casi sin mirarnos pero se notaba en el aire cierta tensión sexual no resuelta entre ambos.
De golpe Carl me cogió bruscamente de la mano y me obligo a acercarme a él de tal modo que pude notar su miembro erecto contra mi muslo. No me gustó a violencia del acto en sí pero lo que sucedió después era algo que llevaba tiempo soñando.
Sin darme apenas cuenta estaba tumbada boca arriba con su cabeza metida entre las piernas. ¡Dios! Era salvajemente increíble todo lo que Carl estaba haciendo allí. Poco a poco aceleró el ritmo a medida que yo me iba humedeciendo más y más hasta que no pude aguantar y me corrí por primera vez. Creo que debí hacerle daño pues apreté tan fuerte como pude para guardar ese momento para siempre entre mis piernas.
Hicimos el amor sin contemplaciones. Fuerte, duro, rudo y cariñoso a la vez. Una mezcla explosiva que me mecía una y otra vez en brazos del placer. Una, dos, tres y así sucesivamente hasta que perdí la cuenta de las veces que me corrí.
Acabé exhausta y empapada en sudor. El, ídem. La única diferencia es que yo me quedé aquí sola mientras veía como cruzaba la puerta sin decir ni media palabra. Un beso en la frente fue su despedida.
Jamás nadie volvió a saber de Carl. Lo buscaron durante días alrededor del pueblo, en las montañas e incluso en las minas abandonadas pero no hubo suerte. Simplemente se esfumó.
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Sanguinem (Sangre fresca)
VampirosUn pueblo, dónde los inviernos son tan duros que apenas brilla la luz del día. Una joven que pasa parte del día sola y sangre, sangre y mucho sexo...