—Deja el celular, estamos cenando —me regaña Eduardo sin dejar de ver su tazón de arroz.
Es mi cena quincenal con Eduardo y su abuelo, regularmente vengo a cenar, jugamos un par de juegos de mesa y mi no tan amable amigo me acompaña a casa a regañadientes. Es una tradición que llevamos haciendo desde hace años, realmente no me molesta en estar con el abuelo de Eduardo y, últimamente, deseo más su compañía que las cenas tensas en casa, por lo que mi cena quincenal ha pasado a ser semanal.
—Déjala que coquetee con su novio, es tu culpa por ser tan lento —lo regaña su abuelo y Eduardo rueda los ojos.
—No tengo novio —aclaro con una sonrisa, ignorando los mensajes incesantes de Rosa y Dylan.
—Mira, tienes una segunda oportunidad —le dice su abuelo a Eduardo y él suelta un suspiro para meterse otro bocado de pescado en la boca.
—Oiga, don Rodrigo —lo llamo con una sonrisa nerviosa—, ¿por qué está tan entusiasta con la idea de que Eduardo me invite a salir?
—Son las cosas que uno piensa cuándo está viejo, mija —me responde con su sonrisa amable—. Un día moriré y no quisiera irme sin conocer a mi bisnieto.
Es un viejo sencillo, siempre usa polos de algodón, unos pantalones de mezclilla desgastados y una gorra negra, arruinada por el sol. Sus arrugas se extienden por todo su cuerpo y últimamente se mueve cada vez más lento. Él come de su arroz con sus manos temblando pero con decisión a no recibir ayuda.
Verlo así, me causa sentimientos mezclados, por un lado, me siento feliz por tenerlo a mi lado aún, por otro, no puedo evitar recordar a ese hombre fuerte que jugaba con nosotros en la playa y cargaba pescados gigantescos con nada más que sus brazos.
—No estás tan viejo—refunfuña Eduardo y baja su tenedor para cruzarse de brazos y cerrar los ojos—. Aún no quieres aceptar el apoyo de la tercera edad.
—¡Que el gobierno se trague sus limosnas! —exclama don Rodrigo golpeando la mesa con su puño—. Yo aún tengo trabajo y dónde caerme muerto.
—Si aceptaras el apoyo, podríamos contratar a alguien que nos ayude en la pescadería —replica Eduardo y lo señala—. No puedo encargarme yo solo de los pedidos grandes y las cuentas.
—Es porque eres un sonso —responde su abuelo y Eduardo resopla, fastidiado antes de voltear a verme.
—¿Me ayudas? —me pregunta y yo volteo a ver a don Rodrigo con una sonrisa amable.
—Don Rodrigo, ¿por qué no quiere aceptar el apoyo económico? —pregunto.
—Es un soborno, para que les venda mi casa —responde y veo como Eduardo acaricia el puente de su nariz.
—Ya te dije que es distinto —le dice Eduardo.
Mi celular empieza a vibrar, lo miro de reojo para darme cuenta que es Dylan quién me llama. Trago en seco y me disculpo con los tercos de mi amigo y su abuelo para salir del departamento y contestar la llamada de forma segura.
—Jazz —me llama Dylan emocionado cuando respondo la llamada—. Sal, estamos afuera de tu casa. Vamos a ir a una fiesta.
—No estoy en mi casa —contesto en voz baja, la suave brisa fría del mar me da un poco frío pero el ruido del mar me tranquiliza.
—¿Tan tarde? Chica mala —se burla mi amigo.
—Tengo un compromiso, ya casi termino —comento de mal humor.
—¡Perfecto! ¿Dónde estás? Para ir por ti —exclama y escucho que enciende su auto.
—¡No! —grito más fuerte y me asomo a la puerta, para ver si Eduardo no me siguió—. No es necesario que vengan, solo diganme dónde es y yo los alcanzo.
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¿Qué hacer antes de morir?
Chick-Lit«Jazmín Pérez. Hija del respetable abogado Julián Pérez y de la famosa psiquiatra Julia Ortega-Núñez, conocida por sus libros sobre crianza. Hermana de Joseph Pérez, el prodigio musical de Tijuacali con solo nueve años y José Pérez. Miembro del cuad...