El 12 de Diciembre de 1990 estaba en el parque como cualquier niño de 10 años. Hacía frío y las hojas de los árboles estaban empezando a congelarse con la nieve.
A mi no me importaba demasiado el tiempo que hiciera, porque el parque era mi mayor diversión en aquellos tiempos.
Solía estar unas 2 o 3 horas esperando al camión de churros.
A veces no aparecía por las bagisimas temperaturas, u entonces ahí es cuando me iba a casa de mi abuela.
Adoro a mi abuela! Me contaba cuentos mientras me tapaba con una cálida manta de lana y me hacía un te calentito para que no me enfermara.
Me cuidaba mucho.
Cuando venia mis padres a recogerme nos dábamos un paseo por el centro y me juntaba con amigos de mi mismo barrio a jugar fútbol.
La infancia fue la etapa más alegre de mi vida.
Pero la cosa cambió cuando cumplí los 20 años.
Todo fue radical.
Mis padres se divorciaron por ajustes económicos y peleas.
Mi abuela que tanto cariño le tenía murió. Mis amigos se mudaron a centro América.
El parque en el que pasaba la mayor parte de mi infancia lo destruyeron y pusieron en su lugar un centro comercial.
En ese momento aumentó la crisis y me tuve que ir a Chile y seguir con mi carrera de medicina.
Unos años más tarde las cosas mejoraron un poco y lo de la abuela ya lo había superado a duras penas, pero lo había superado. Decidí volver a Madrid y visitar a mis padres.
No fue muy buena idea ya que al estar divorciados mis padres se pelearon por quien estaba conmigo más tiempo.
Una noche que me quede en casa de mi padre, me fui al cuarto y tocaron la puerta.
Mi padre abrió y se cayó al suelo.
Fue disparado.
Estaba muerto del miedo y no sabia que hacer. Lo único que se me ocurrió en ese momento fue saltar por la ventana y llamar a la policía, pero ya era demasiado tarde. Se habían escapado.
Cuando se lo conté a mi madre no lo podía creer. Pese a las discusiones ella aun lo amaba.
Estalló en lágrimas e intentó suicidarse. Yo no podía detenerla, no tenía suficiente fuerza.
Aquella noche no la podré olvidar en mi vida.
Entre el susto y la desgracia, decidí volver a Chile, ese lugar no me convenía.
Lo había perdido todo.
Me sentía como una sombra capaz de ocultar la alegría y la esperanza.
Ya no lo poseía.
Intente hacer nuevos amigos, pero todo el mundo me discriminaba por la vida que llevaba. Nada volvió a ser lo mismo.
La sombra que poseía mi cuerpo me iba penetrando más y más.
En las horas de trabajo veía personas que iban y venían contentas de la vida.
Como me hubiera gustado estar en aquellas situaciones.
No me podía concentrarme bien y consecuencia de ello, me despidieron. Pensaba que jamás recuperia la felicidad ni la esperanza.
La sombra que acechaba en mi cuerpo se lo había llevado todo.
Ahora tengo 25 años y vivo con mi esposa en un apartamento.
Tuvimos un hijo y lo llamamos igual que a mi padre, Leonardo.
Lo llevo todos los días a dar un paseo por la cuidad mientras le cuento historias que se me van ocurrido por el camino.
Jamás permitiré que a mi hijo le acecha una sombra como a mí.
Él tendrá toda la felicidad que yo en un momento perdí.
Por muy dura que sea la vida no te undas, porque las mejores cosas ocurren cuando menos te lo esperas. Sigue adelante y borra aquella sombra que te impide ser feliz y lograr tus sueños...