—¡No quiero ir allí! Tengo dieciocho años, puedo cuidarme sola—. Dije con lágrimas en los ojos y un tono de voz bastante elevado.
—Tienes que ir, Bonnie. Tú y tu hermano tienen que ir. No tienen en dónde caer muertos.
Y es que odiaba cada vez que me lo recordaba. Me dolía tener a mi madre en la cárcel, a mi padre enterrado en el cementerio. Mi tía, con quién discutía en ese momento, había cuidado de Travis —mi hermano— y yo.
Su sonrisa me indicó que había obtenido lo que quería. Corrí hasta mi habitación, mi maleta estaba lista, junto a la de Travis. Él estaba feliz de salir de esa horrenda casa en la que vivíamos. Y en el fondo, muy en el fondo, yo también.
—Marie, joder. No es necesario que se vayan. —Estaba mal escuchar conversaciones ajenas pero fue inevitable no hacerlo cuando los gritos se oían por toda la casa.
—No lo quiero aquí, Bob. Me estorban.
Travis se aclaró la garganta, todos habíamos oído. Ambos caminamos escaleras abajo, yo haciendo sonar mis tacones y él con nuestras maletas entre las manos. Bob nos dio una mirada triste, se notaba que nos quería. Y era bastante irónico porque, no era nada nuestro, nos habíamos conocido los últimos tres años.
Marie cruzó ambos brazos bajo su pecho y Trav se le acercó para darle un abrazo. Ella no hizo nada más que sonreír hipócritamente. Bob me abrazó y yo a él.
—Gracias por todo....— Le susurré al oído. — Y cuida a Marie, por favor...
—Lo haré, pequeña. Estaré enviándoles dinero, ¿vale? Además, pueden salir de allí cuando quieran. Ésta siempre será su casa.
Al separarme de él pude ver sus ojos aguados e intenté bromear para evadir el tema, pero no dio resultado. Le dí un pequeño beso en la mejilla a Marie y sin pensarlo más, salimos. Entré al automóvil de Travis, al igual que él. Este era el comienzo de una nueva aventura.
—Despierta, Bo. Llegamos.
—No quiero estar aquí, sabes. Deberíamos escapar. —Le dije mientras entrabamos en el estacionamiento del lugar. Travis soltó una pequeña y forzada carcajada.
—¿Y de qué viviríamos? ¿De amor fraternal? —Me dio una mirada y yo asentí con una mueca en los labios. —Pues..., no podemos.
Me alborotó el cabello y salimos del auto. El aire frío que recorría el lugar me puso la piel de gallina. Maldije interiormente por el atuendo que traía. Unos tacones negros, un jean del mismo color y una blusa blanca.
—Venga, enana, todo va a estar bien. Ahora entremos, se me congelaron hasta los huevos.
—¡Trav! —Grité conteniendo mi risa, luego de darle un pequeño empujón.
Ambos entramos, eran las ocho de la noche. Por los pasillos caminaban algunas chicas en pijama, y otros chicos con el torso desnudo, dejando a la vista algunos tatuajes. No me gustaban, al contrario, me asustaban y causaban repulsión al verlos. No comprendía cómo alguien en su sano juicio se llenaría la piel de ellos.
Una señora se nos acercó y nos dio un papel. Travis y yo teníamos habitación diferente. Él en el sector de los chicos y obviamente yo en el de las chicas. Me llevó por un largo y bastante oscuro pasillo, luego de subir una última escalera y caminar por otro pasillo, estábamos en la habitación 66.
—Nos vemos mañana, enana. Ten buena noche. —Era extraño que Travis se comportase de esa forma. Él siempre era distante conmigo. Me encogí de hombros, suspiré y asentí.
—Buenas noches.
Al entrar en la habitación me encontré con dos chicas. La más alta tenía el cabello completamente negro y amarrado en una alta coleta. La otra, tenía el cabello rubio y naturalmente suelto. Cerré la puerta y les sonreí a ambas.
—Hm, hola. Soy...
—Bonnie —.Me interrumpió la rubia con una sonrisa divertida en el rostro. La otra chica también rió y ambas se acercaron a mi, a ayudarme con las maletas.
—Vaya... Creo que los rumores aquí van más rápido que el viento.
—Pues, para tu sorpresa, no —La del cabello negro se acercó a mí y me tendió la mano, sin dudar la acepté. —Soy Hanna, un placer.
Sonreí luego de estrechar su mano y la otra chica se me acercó e imitó la acción de la anterior.
—Rousie.
Ambas eran demasiado atentas, me ayudaron a sacar la ropa de mi maleta mientras conversábamos y nos reíamos de cualquier cosa.
—¡No puedes hacerme esto, Justin! ¡Yo te amo, pastelito! —Unos gritos nos hicieron callar. Cautelosamente abrí la puerta y las tres miramos hacia el gran espectáculo. Una chica cuyo cabello castaño estaba bastante peinado, le gritaba al chico rubio que caminaba por el pasillo.
Al vernos a las tres allí a fuera, nos miró de pies a cabeza. Se detuvo en mi. Observó mis tacones, mis piernas y se detuvo unos segundos en mis pechos. Aclaré mi garganta y eso hizo que me mirara a los ojos. Me dedicó una sonrisa y sin más me guiñó un ojo y se fue.
Hanna, Rousie y yo nos quedamos estupefactas. Sobretodo yo, quién no tenía la mínima idea de quién era Justin. Entramos nuevamente a la habitación. Me senté sobre una de las maletas vacías y las chicas en la otra.
—¿Qué se supone que fue eso? —Pregunté jugando con mis dedos.
—Es Justin Bieber. —Me respondió Hanna como si eso fuera obvio. — Se ha acostado con todas aquí. Por eso todo el mundo lo conoce.
—Y todas caen con la misma historia. Primero las enamora, se las folla y luego rompe sus frágiles y estúpidos corazones. —Esta vez fue Rousie quién terminó la frase.