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Allá afuera en el mundo.

Clínica de salud número 75, sur de la ciudad, Estado vecino del Distrito Federal. 5 de Noviembre.

Anallely resuelve un crucigrama, trata de matar el tiempo en la sala de espera. Está frustrada, la última palabra de éste nivel en verdad es difícil. Ve su reloj de pulso que marca las 10:25 a.m., faltan pocos minutos para la cita. El bullicio de adultos y niños jugando por los pasillos contrasta con las primeras horas de la mañana, donde todos estaban en silencio.

El edificio es de dos pisos. En la planta baja se encuentra la administración y salas especializadas como rayos X, laboratorio de análisis, dentista, farmacia. En el primer nivel, donde está ella, hay veinte consultorios generales. No conoce el segundo pero lo imagina ya que su hijo ha explorado el lugar; el consultorio al que acuden es el número tres.

Anallely siente comezón en la cabeza, aún le molesta el tinte rojo que uso hace días. Se rasca con discreción y peina con los dedos el cabello que cae hasta sus hombros; observa a la enfermera que tiene su escritorio frente a la puerta, usa la computadora tomando datos de los carnets para las citas de la tarde. Aunque Ana siempre lleva algo para entretenerse, como un libro, o su iPad, termina por elegir su obsesión de crucigramas mientras espera ser atendida por el doctor Carlos Rodríguez.

Él es tan joven como ella, se ha ganado la confianza absoluta de muchos pacientes, en ocasiones personas de otros consultorios piden un cambio por la buena reputación. Su enfermera llega más temprano que las demás porque el doctor entra media o incluso una hora antes de su horario establecido; tal acto lo agradecen pacientes que acuden desde muy temprano. Algunos empleados administrativos y médicos lo reportan ya que afecta sus horarios. Pero la directora está tan contenta con la nueva imagen de la clínica que lo apoya en todas sus decisiones.

Anallely sigue pensando la posible respuesta; su hijo pasa corriendo al frente y ella se incorpora un poco para alcanzar al niño del brazo:

− ¡Quédate ahí sentadito que ya casi es nuestro turno! - le dice mientras lo acomoda a su lado sin quitar la mirada de la revista.

− ¡Pero mamá! ¡Eso dijiste hace rato y llevamos muchísimo tiempo aquí! ¿Puedo jugar con los demás niños allá atrás?

− ¡No! Quédese ahí que en cualquier momento nos toca.− Se rasca la mejilla a la altura de sus pecas.

Con el día nublado, las luces aún siguen encendidas. Todos los pacientes cargan con suéter, sudaderas, bufandas, pero pocos las usan porque el calor aumenta; un teléfono suena a lo lejos.

− ¡Gerardo Juárez! - dice la joven enfermera en voz alta. Anallely está sacando su iPad de la mochila, que tiene en el suelo, para resolver el crucigrama; de inmediato se levanta alzando la mano y agitándola.

− ¡Por fin! ¡Es nuestro turno, trae todas tus...! - El niño ya no está a su lado, sólo una pequeña sudadera de Tigger manchada con yogurt. Una mujer que ayuda a su bebe a caminar tomándolo de las manos, le dice que su hijo va corriendo rumbo al ascensor. ‹‹Pinche chamaco›› piensa. − ¡Permítame señorita, en seguida vuelvo con él! - Levanta su mochila, Anallely lo va a buscar muy asustada.

La enfermera sonríe y sacude la cabeza. Mira la lista que trae en manos y subraya los pacientes que no llegaron a la cita; les llamará más tarde. Enseguida un chico de veinticinco años se levanta de un asiento y camina hacia ella. Su cabello es ondulado color castaño oscuro, ojos grises, pantalones negros, playera roja y trae en las manos una sudadera oscura. Ella no había notado su presencia. Se percata de un tatuaje que trae a la altura de la muñeca cuando el joven alza la mano para saludarla. La pone nerviosa, él le sonríe; su tatuaje es un código de barras.

PsicotinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora