Capítulo único.

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Un roce suyo... Como una corriente eléctrica que recorre tu cuerpo.
Una mirada... El ring que despierta en ti la necesidad de tenerlo.
Y lo peor de todo, es que no puedes estirar las manos para evitar que se escapen de ti esos suspiros, que florezca en tu mente su imagen... Porque es amor.
Mi nombre es Jadina, y sí, estoy enamorada.
¿Su nombre? ¡Para qué decirlo! Hay palabras que lo describen mejor. Encantador, inteligente, atlético...
Durante toda la hora de descanso me detengo a unos metros de donde él está y lo miro de lado a través de mi cabello. Entretiene a las personas de su alrededor tocando canciones conocidas en su armónica. Las mujeres le hacen piropos, él sólo suelta una risita. En una ocasión me volteó a ver y luego miró mi cabello, recogido en una coleta.
Soy una persona que considera necesario peinarse sólo en ocasiones especiales, eventos formales.
"Tal vez le gusto más así" pensé.
Hay momentos que son más valorados y agradecidos que otros porque su frecuencia es casi nula, porque son deseados tanto al punto que eres capaz de ofrecerte a terminar con una sensación desagradable en tu pecho, con la impotencia y decepción de que pudiste haber echo las cosas mejor, sólo por vivirlo... Para luego creer que debiste seguir el plan que tenías en la mente desde hace tiempo y que repasabas todos los días detalle a detalle.
Yo no tengo la suficiente fuerza emocional para enfrentarme a algo así. Siempre he creído que las historias de amor donde todo sale perfecto, al final no son más que la idea de personas esperanzadas, que se decepcionaron de la realidad y crearon un mundo distinto, en el cual un hombre siempre se muestra con valor moral, respeto y admiración hacia la mujer que ama, y por la cual entregaría su vida si fuera necesario. Donde lo que más se nota es la feminidad de la mujer, su gracia al caminar, el tono dulce y suave de su voz y se valora cada detalle de su fisionomía, pero aún así, eso no es lo más importante.
En el mundo real, los adolescentes varones se enamoran de las caderas más grandes, de las medidas más convenientes para sus manos y de la disposición de la mujer para entregarse sexualmente.
A sí mismo, las mujeres - no me incluyo - valoran más la belleza de un acto que su sinceridad, procuran que su cuerpo actúe como imán para atraer chatarras de hombre.
Me gusta la fotografía. He dejado la idea de capturar en la cámara la belleza de las cosas, para mejor expresar su esencia en una imagen.
Él es completamente natural. Puedes mirarlo sin intención y rápidamente detectas que su alma es la que está expuesta, todo el tiempo.
He tenido la oportunidad de fotografiarlo al caminar, reírse y tocar su armónica. Guardo todas esas en una caja debajo de mi tocador.
Durante clases, me lo topé en los pasillos vacíos, yo con mi cámara en mano y él sentado sobre el suelo y recargado en el muro. No pude evitar sonreír, e intenté disimular, cuando él dijo: - Hola.
- ¿A dónde vas con esa cámara?
- Planeaba dejarla en el casillero, ya voy tarde a clase - intenté hablar lo más normal posible, para darle a entender que él no me movía ni un cabello.
- ¿Puedo tomarte una foto? - Dijo. Rápidamente me sonrojé, y miré hacia otro lado riendo - Hoy me gusta tu cabello.
¡¿Qué?! Pensé yo. Hoy por la mañana sólo me había puesto anti-frizz sobre mi cabello húmedo, ¡y le había gustado! Por su aspecto alocado, si no trajera este uniforme de seguro pensaría que era un vago.
Al ver que se levantaba y extendía su mano hacía mi cámara, no tuve más que dársela. La tomó con ambas manos, la encendió y miró la pantalla.
- Eres buena fotógrafa... Tomaste mi mejor ángulo.
Ante esto mis ojos se abrieron como platos y me abalancé sobre él para intentar quitarle la evidencia de las manos.
Jugueteó conmigo y no me entregó la cámara. Con legítimo enojo, me acomodé la mochila, caminé en dirección contraria a él y me detuve a llamar en la puerta del salón de literatura, ya a veinte metros. Me abrió el profesor.
- Joey sí vino, está en el pasillo - y apunté con el índice de mi mano izquierda a él, de pie en el pasillo, mirándome.
Caminé hacia él y le extendí mi mano. Me entregó la cámara y me dijo con un tono sarcástico: - Gracias.
A esto me refería con acabar con una sensación desagradable en el pecho. Habría evitado todo esto si hubiera dejado que él mirara las fotos; es más, si no hubiera dejado la cámara a su vista... ¡O tal vez si nunca hubiera llegado tarde!
Una sentimiento de decepción me invadió... A los veinte segundos. De cualquier forma, no miraría atrás. Siempre prometí que la primera impresión que el tendría de mí sería lo más agradable posible, y había desaprovechado por completo un momento único. Más que eso... Lo eché a perder.
Mi mente repetía su "Gracias" una y otra vez, y reconstruía la imagen de su mirada. Fue entonces cuando mi garganta se hizo un nudo, y mis ojos comenzaron a humedecer. Si pronunciaba una sola palabra, sentiría iniciar un llanto incontrolable; silencioso, pero incontrolable.
Corrió la semana, y evité topármelo a todo momento.
Si eso pasara, no me decidiría entre bajar la mirada o, al contrario, ir con la frente en alto y caminar como si nada hubiera pasado, con la mirada perdida en el aire. O, por otro lado, voltearlo a ver y expresar con sólo un gesto mis disculpas.
Hubo un momento en el que me distraje, y él caminaba rápidamente hacia mí. Conservaba la gracia al caminar.
Al estar él enfrente mío, intenté buscar su mirada. Estaba cabizbajo. Extendió su mano con un papel y lo apoyó contra mi estómago; lo sostuve y al momento se fue.
La carta decía:
"Aprendí que un amor se cumple, sólo cuando AMBOS lo desean".
En el mismo lugar me quedé cuarenta segundos mirando el papel en mis manos. Una lágrima rodó por mi mejilla, haciéndome sentir miserable.
Después, volví a encender mi cámara. La última foto que había no era la de él jugando soccer. Era yo caminando por el pasillo, de espaldas, cuando lo iba a acusar.

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⏰ Última actualización: Aug 29, 2015 ⏰

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