6. Bailar como los dioses. (Parte 2)

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Narrador omnisciente's PoV.


—Eh, este... Bueno quería preguntarte si es que podrías... ¿venir al baile conmigo? —dijo con notable nerviosismo.

Lucía frunció ligeramente el ceño, considerando todo respecto a lo que conllevaba esa decisión. Tenía ganas de ir al baile, sí, pero como siempre se perdía durante los recreos en el ala de música y durante todo el mes de clases no había intimado con nadie que no fuera Sunnie (una chica que conoció en el salón de música), sus posibilidades de ir eran pocas. Hasta que llegó Joseph.

El chico era lindo, atento (y distraído al mismo tiempo) se le metía a cada rato en la cabeza. Era difícil tratar de averiguar qué era lo que ella hacía para atraer su atención cuando no hacía nada.

—Y... ¿aceptas? —la voz de Joseph la sacó de su cabeza, había olvidado por un minuto que seguía allí.

—Oh, ehm..., claro —sonrió y Joseph por fin pudo dejar salir en un suspiro el aire que no sabía que estaba conteniendo.

Él sonrió un poco más confiado de sí mismo y asintió —Perfecto, ¿te recojo a las siete?

—Claro, este..., ¿quieres pasar? —le dijo Lucía al darse cuenta de que todavía sostenía la puerta.

—No creo, no quiero molestarte con lo que seas que hagas allí adentro —le respondió y sonrió de lado.

—No hay problema, ven —sonrió y lo agarro de la mano incitándolo a entrar detrás de ella, a Joseph casi le dio un ataque cardíaco en ese momento. La chica lograba eso en él y ni siquiera se daba cuenta.

Joseph al fin despegó la vista de sus manos unidas cuando ella se detuvo después de unos pasos. El aula de música era increíble, todavía le extrañaba que en todo el tiempo que estuvo estudiando allí, nunca hubiese pasado por ese salón.

—Vengo aquí todos los días desde que supe que éste salón existía —le dijo.

—Lo sé, he notado que desapareces siempre que toca el timbre del recreo —sonrió —Lo que no sabía era que venías a este lugar precisamente.

—Me encanta la música, me es fascinante. Esa es una de las razones del por qué vine aquí.

—¿Al colegio o al salón? —pregunto Joseph confundido, ella no hizo más que sonreír.

—A los dos.

Se quedaron quietos viendo todo hasta que Lucía se acercó a tomar uno de los instrumentos. Un violín que permanecía en una mesa a la espera de alguien que lo tocara. Lucía siempre era ese alguien. Le sonrió momentáneamente antes de cerrar los ojos y comenzar a tocar una sonata suave que se sabía de memoria.

Desde que cerró los ojos, Joseph supo que ya no se encontraba allí; su concentración, su ceño ligeramente fruncido, y los movimientos de sus brazos al tocar era prueba de aquello. La música se desprendía suave del instrumento y no había nada igual que Joseph hubiera escuchado.

A Lucia se le había enseñado a aferrarse a las notas y soltarlas con delicadeza, sus maestros alababan su talento. Fue poco a poco que el hobbie se convirtió en pasión.

Al abrir los ojos lo primero que vio fue a Joseph sentado frente a ella, en una pequeña silla que no tenía idea de donde había sacado, viéndola como si fuera la cosa más brillante de la habitación. Era normal que estuviera así. Le acababa de tocar una de las mejores sonatas que había escuchado en toda su vida solamente a él, y de una forma hermosa, limpia y sencilla.

Se le escapo una risa tonta al verlo.

—Cierra la boca —le dijo —Te entrarán moscas.

—No importa, que entren las moscas que quieran. Eso ha sido alucinante —sonrió, ella hizo una pequeña reverencia y fue a dejar el violín a su sitio, y volvió para sentarse al lado de Joseph.

—¿Haces esto todos los días? —le pregunto él cuando ya estuvo sentada.

—Sí, pero no.

—¿Sí o no? —dudó él.

—Sí, pero no con público —sonrió, y el también.

—Me gusta, ¿solo tocas el violín? —pregunto.

—Bueno, técnicamente sí. Soy una loca por el violín pero intento aprender de todo. Aunque nada me sale tan bien como con aquel instrumento. Se me metió la idea de tocar violín cuando tenía diez.

—Así que ese es tu don...

—Supongo que si lo llamas así, si... —contesto un poco insegura —Bueno, como sea. ¿Y tú qué haces? ¿Cuál es tu 'don'?

—Te diría que soy excelente jugador de fútbol americano, pero ni siquiera juego de titular, así que no tengo idea —río —Pero oye, conozco a alguien que se le da bien bailar.

—¿Te refieres a Emilia?

—Sí, ¿la conoces? —le pregunto ceñudo, y ella señalo lo obvio.

—Desde lo que hizo hoy en el escenario, dudo que alguien no la conozca.

—Buen punto, ¿te cuento algo gracioso? —le dijo con una ceja enarcada.

—Claro —contestó ella.

Le relató el día que Luke intentó por milésima vez conseguir una cita de Emma, el fallido intento de ponerla celosa y su espectacular caída por parte de Emilia. Si reír fuese pecado estarían muertos, y aunque no lo aceptó en ese momento, Joseph pensó por un segundo que era el sonido más lindo del mundo, incluso mejor que el del violín.

—Dios —dijo cuando estuvo más calmada —¿De verdad hizo eso? ¿Lo derribó?

—Sí, pero aquí viene la mejor parte. Como disculpa, ella misma le consiguió esa cita. Como ellas son mejores amigas no se le hizo difícil convencerla. Aunque cabe recalcar que Emma estaba furiosa con ella en ese momento, Luke me dijo que por eso Emilia tiene que tomar el primer lugar en todas las presentaciones que se les ocurra hacer. Emma le puso ese castigo.

—Es de locos, ¿Quién golpea a alguien justo cuando la conoce?

—Emilia Holland, de seguro. Creo que la cordura sería lo raro de ella.

Siguieron hablando hasta que se enteraron de no-saben-qué-cosa que pasaba en el gimnasio, y caminaron juntos hasta allá para curiosear. Tocaron muchos temas en el camino, sacaron historias de pasado, presente y futuro. Y aunque Lucía no consiguió practicar como de costumbre se le hizo mejor hablar con él, mientras que el otro estaba la mar de contento por obtener la casi-cita que quería.

Pero no se puede decir que todo el mundo estuviera bien. Emilia no lo tenía tan claro, el gimnasio era un desastre.

Un corazón por sanarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora