CAPÍTULO XIX

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Ya no tenía caso dormir, así que me di una ducha rápida. Comencé a preparar las maletas y las cosas que llevaríamos a la playa. Llamé al servicio de habitación y pedí que nos subieran el desayuno. Adam despertó alrededor de las ocho y media. Se bañó en tiempo récord y mientras yo terminaba de cambiarme aseó a los niños. Abroché los botones laterales de mi vestido blanco y ajusté los tirantes. Jamás lo había usado y ahora era un buen momento. Por alguna extraña razón, no podía dejar de sonreír. Los recuerdos de la noche pasada llegaban en servicio directo a mi cabeza y sonreía sin sentido. Así como cuando te enamoras. Yo me estaba enamorando por segunda vez..., de la misma persona.

- ¿Novedades? -preguntó Adam.

-Por fin se lo confesé. Me siento feliz. -le dije con una enorme sonrisa.

-Te ves feliz. Te dije que al decir la verdad te sentirías liberada.

-Lamento haber sido tan necia -respondí ligeramente ruborizada- ¿Te cuento un secreto? -Él asintió- Harrick tiene celos de ti.

- ¡¿Celos de mí?! -Exclamó anonadado, dándole una mordida al pan tostado con mermelada- ese hombre sí que tiene serios problemas.

-Es porque no te conoce, piensa que quieres robarme de su lado -le informé- pero no sabe que te debemos a ti el estar juntos ahora. En cuanto convivan se dará cuenta de lo maravilloso que eres, y dejará los celos. Además estoy segura que van a ser grandes amigos.

-Sí seremos grandes amigos -dijo con sarcasmo- por el espectacular tiempo de un mes -finalizó cerrando la maleta y bajándola al suelo.

Me quedé observando la maleta, procesando la crueldad de su anterior oración. No lo había dicho ¿o sí?

-No entiendo por qué haces esto -murmuré- cuando dices esas cosas me lastimas. Y creo recordar que una vez dijiste que lo último que querías era lastimarme.

Regresé a la habitación y apliqué un poco de protector solar en mis hijos. Terminé de arreglarme y cuando estuve segura de que no faltaba nada, todos bajamos. Una vez que estuvimos en la calle, todo rastro de amargura desapareció cuando lo vi. Estaba recostado sobre un costado de su camioneta, con los brazos cruzados a la altura de su pecho. Se veía tan sexy en una bermuda a cuadros y una simple playera blanca de algodón que se ajustaba deliciosamente a su torso. Yo la verdad que no entendía como lo hacía; cualquier cosa que utilizara lo hacía lucir así de perfecto.

- ¿Iremos con él? -preguntó Harrick con tono molesto.

-Sí ¿Algún problema? -inquirió Adam hacia el pequeño.

-No me agrada -sentenció firme- ve a mamá de forma muy extraña -explicó provocando que me sonrojara.

-Eso no es cierto Harrick, él es un buen amigo. Además es el jefe de papá.

Sin decir algo más mi tormento ruloso abrió la parte trasera de su camioneta para que pudiéramos subir las cosas. Sabía que el comentario de mi hijo, más allá de molestarlo, le había causado gracia. Sobre todo la parte en que decía que él me observaba de manera extraña, mejor dicho, de manera promiscua. Por su parte, mi pequeño Edward se encontraba en silencio, viendo todo, ayudando de vez en cuando. Siempre lo había considerado una persona muy inteligente, y no sólo porque sus maestras del jardín me lo habían dicho incontables veces, sino porque tenía el don de ver, escuchar, procesar y después actuar. Por suerte no era impulsivo como su padre, ni temeroso como su madre.

-Buenos días -saludó amablemente Harrick cuando terminamos de cargar la camioneta.

-Buenos días Stevens -habló Adam- ¿Cómo estuvo la fiesta?

El reencuentro ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora