Un día común...

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*Rin, rin, rin*

El despertador estaba sonando y como siempre antes de levantarme lo maldecía por avisarme que otro día había comenzado, otro día igual al anterior y al anterior a ese. Ya estaba un poco harta de vivir esta vida, pero no podía hacer mucho ya que era ese el único estilo de vida que conocía, era un desperdicio buscar otra cosa, la sola idea de soñar con otra vida significaba renunciar a todo mi negocio, perdería el poco de mi progreso.

Abriendo los ojos me conseguí con la misma habitación que tenía ya desde hace bastante tiempo. Mi habitación era sencilla, las paredes pintadas de un verde olivo y el piso con una madera oscura, tenía una cama individual, con sabanas que hacían juego con las paredes; tenía un pequeño mueble al lado de la cama donde colocaba mis artículos más importantes para mí, frente a la cama se encontraba un armario con un espejo, era lo suficientemente grande para guardar mis objetos y vestimenta de trabajo, cosa que ocupa la gran mayoría del armario. La mejor parte de mi cuarto era la vista que tenía, la ventana tenía un par de cortinas verde manzana, para resaltar; através de los cristales se podía ver el mar en todo su esplendor, por las tardes antes de irme, siempre me gusta ver el atardecer para llenarme de voluntad para poder pasar una noche más.

Al levantarme de la cama me dirigí a la puerta, no sin antes escuchar lo que sucedía afuera en el pasillo, si había mucho ruido podía seguir durmiendo pero si no, tenía que moverme rápido. Como no había ruido, sabía que podía tardarme lo que quisiera en el baño, ya que convivo con dos mujeres muy problemáticas las cuales les gusta tardarse mucho y apresurar a los demás.

Prácticamente corrí al baño puesto que ya podía divisar una de las puertas de los cuartos abrirse, y en efecto, se estaba abriendo, ya que después de cinco minutos de haber entrado al cuarto de baño me estaban tocando la puerta para que saliera. Pero como hoy no andaba de muy buen humor, me dispuse a tardarme más de lo que acostumbro.

Después de terminar y salir, relajada y a gusto veo delante de mi, a mi mejor amiga molesta.

- ¿Es que acaso no te pudiste haber tardado más?

- Bueno si quieres me devuelvo. -Me estaba dando la vuelta cuando mi amiga me agarró del brazo y me saco fuera del baño-.

- Ni se te ocurra volver a entrar.

Yo solo reí y deje que entrara haciendo una pequeña referencia.

-Muy bien, princesa egipcia, el baño es todo suyo.

- ¡Deja de llamarme así! -Ella echaba humo por las orejas mientras entraba y cerraba la puerta a mis espaldas-.

Ella se llama Mei Sherezade, apodo: Princesa Egipcia por su forma de comportarse, ya que nos trataba como si todos fuéramos sus sirvientes. Era una diosa andante de piel bronceada en su punto perfecto, donde quiera que iba dejaba huella, tenía una perfecta figura, no era muy exagerada. Su pelo con ondas, negro de nacimiento le llegaba hasta la mitad de la espalda, yo envidiaba su pelo, ella sólo necesitaba peinarlo y ya estaba listo para lucir. También tenía un muy buen sentido de la moda; si no fuera por ella yo no podría trabajar de noche, se me haría imposible, tenía un pésimo gusto en cuanto a la ropa.

Me dirigí a mi cuarto de nuevo a cambiarme de ropa por unos pantalones de deporte y un suéter de ejercicio. Saliendo de mi habitación, sólo tenia que caminar hasta dos puertas más allá para conseguir un cuarto para poder hacer mi rutina diaria de ejercicio, lo hago para mantenerme en forma ya que mi trabajo me exige mucha resistencia física. Mi rutina del día se basa en prepararme para la noche, desde que me levanto hasta que salgo de casa camino al club.

Después de dos horas de mi rutina, fui directo al baño para ducharme ya que a esa hora siempre esta libre, aprovechaba. La casa sólo tenía un baño así que teníamos que arreglárnosla y coordinarnos muy bien.

Cinco y estas aquíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora