Me gustaba cuando ella sonreía, no podría decir que sus dientes eran perlas porque no eran muy blancos que digamos, sin embargo, cuando sonreía alegraba a quien la viera , no era de esas personas falsas con la sonrisa pegada a la cara todo el día. Eso era lo que más amaba de ella, no le importaba ser o no ser como los demás, sólo era ella, cuando era una situación seria, ella era seria, cuando tenía pena, ella lloraba, cuando algo le causaba risa, se reía, ella era facinantemente natural. Sin embargo a veces la pena la ahogaba, yo intentaba consolarla, decirle que todo iba a estar bien, pero nunca fue tonta, sabía que las cosas estaban mal, sabía cuando la cagaba, y ahí estaba yo, siempre a su lado, al fin y al cabo era la única a quién en verdad tenía, no es que ella no tuviera amigos, los tenía, pero no eran muchos, y quien sabe si fueron verdaderos alguna vez. Cuando ella estaba súper jodida y mi consuelo era menos que insuficiente, se hacía daño, y yo sufría cada vez que lo hacía, en cada corte más me extinguía yo, poco a poco mi positivismo se apagaba y entendía entonces como ella se sentía, pero siempre me quedaba algo de aliento para decirle "¿Y esto como arregla la cosas?", entonces me entendía, y yo volvía a ser yo, se iba a la cama y soñaba con un mundo mejor, sí, sé hasta lo que soñaba, no porque era psicópata o algo por el estilo, si no porque éramos mejores amigas, siempre estábamos juntas, sabíamos todo de la otra, me gustaba cuando me contaba sus sueños, eran totalmente utópicos comparado con la realidad, quizás nunca se cumplirían pero ella era feliz sabiendo que habían posibilidades. Yo la amaba aunque no se lo dijera mucho, y sé que ella también me amaba, aunque no me lo decía muy seguido, pero cuando lo hacía me sentía plena, realizada. A veces era muy enojona, trataba de hablar con ella y hacer que se le pasara, se le olvidaba rápido el enojo aunque a veces si que le duraba. Un día, la gente empezó a extrañar sus enojos, a extrañar su sonrisa algo amarillenta, a extrañar su risa, su voz, extrañaron sus virtudes y sus defectos, todos la extrañaban, o así parecía, algunos eran tan buenos actores que de seguro ganaban un Óscar. Sin embargo nadie más la extrañó tanto como yo, nadie más la entendía como yo, porque nadie más sabía lo que ella sufría como lo hacía yo, nadie más la escuchaba como yo, en fin, nadie sintió más su decisión como yo, morí cuando ella murió, literalmente, porque ella... era yo.