En una posición entre tumbado y sentado en el sofá del pequeño salón pasaba con un desinterés absoluto los canales que la TDT nos permitía tener en aquel televisor de un tamaño entre mediano y pequeño. Los programas se dividían entre series que repetían una y otra vez, realitys y demás basura relacionada e informativos con la misma mierda sobre política y economía de siempre. Los ruidos de la televisión que surgían mientras hacía zapping solo eran uno de los dos que tenía de fondo; el otro era el que venía de la calle llena de transeúntes y vehículos, y bañada por un sol sin el obstáculo de ninguna nube. Justo debajo de mi ventana dos personas discutían a gritos escupiendo todo los tacos posibles en el castellano. A la vecina del piso contiguo se le había caído una de sus macetas de cerámica marrón. Pero yo ajeno, a estos episodios cotidianos disfrutaba de mi tranquilidad aburrida.
De los rayos solares solo unos pocos se colaban por los pequeños huecos de la persiana que cubría la ventana que junto a la luz del televisor era lo único que daba luz a la estancia. Todo estaba preparado para que el calor de ese día a principios de Junio no me consumiera.
Eso ya lo estaba haciendo la pereza propia de las vacaciones que acaban de comenzar.
El último examen de mi primer curso de la universidad lo había acabado hacía tres días y aún esperaba los resultados. Hace dos días me despedí de mis amigos de la residencia en la que viví durante nueve meses y volví a casa de mis padres. Al día siguiente se fueron de viaje junto con mi hermana a Japón y cedieron a que me quedase solo en casa, pues sabían lo poco que me gustaban aquellos viajes en familia. Sin nada más que preocuparme de mí mismo, ya tenía planeado las dos semanas siguientes llenas de pura tranquilidad. Realmente, qué bien se vivía solo.
El sonido del timbre rompió en pedazos la atmósfera creada, despertándome poco después de quedarme dormido. Con un aumento del ritmo cardíaco por el susto fruncí el ceño y un pensamiento de enfado se me pasó por la cabeza: "¿Quién demonios sería?" No esperaba a nadie y si algún amigo quisiera verme me hubiese avisado antes por el móvil. Seguro que sería alguien vendiendo algo. Volvieron a tocar el timbre pero lo dejé pasar porque se cansaría. Una tercera vez. Luego de eso se volvió a oír sólo el ruido del televisor dentro de la casa. Suspire y sonreí ya que no habría más molestias.
Me equivocaba. Sin previo aviso volvieron a tocar el timbre ininterrumpidamente creando un espanto estruendo, como no parase iba a fundir el interruptor. Su insistencia dio resultado y me levanté con una cara de malas pulgas a abrir la puerta.
Giré el picaporte y el sonido del timbre dejó de sonar. Abrí la puerta despacio mirando entre la rendija que se agrandaba quien podía llamar tanto pero para mi sorpresa no había nadie. Terminé de abrir la puerta y observé desde el umbral el pasillo del edificio que desembocaba ahí esperando encontrar a alguien. Un maullido me hizo bajar la cabeza al felpudo de la entrada. Allí un gato negro me observaba con unos grandes ojos de color verde jade. El animal se encontraba sentado sobre las patas traseras, meneaba la cola de un lado para otro pero lo más curioso es que sostenía con la boca un sobre blanco. Le miré con el ceño fruncido, pues los gatos me gustaban poco.
- Fuera de aquí.- Dije mientras agitaba la mano.
El gato negó con la cabeza y se quedó inmóvil en el sitio. Repetí lo mismo un par de veces, incluso le cogí y le llevé más lejos pero fue imposible, el gato volvía al felpudo y de ahí no se movía. Intrigado por este comportamiento me agaché y me quedé mirándolo a los ojos, y él dejó caer la carta que llevaba. Llegó al suelo dejando visible la parte que llevaba el sello y la dirección del destinatario. Cogí la carta.
- Qué raro, no tiene remitente.- Pensé en voz alta al darla la vuelta. Sin duda alguna se trataba de una mala broma. Me encogí de hombros y volví al interior del piso cerrando la puerta tras de mí, ignorando al gato que se había quedado fuera.
Volví a mirar con detenimiento el sobre. Mi dirección y nombre eran correctos, así que claramente iba dirigida a mí. El sello tenía como imagen una bonita rosa de un color azul intenso sobre un fondo verde.
Me quedé dubitativo un rato, pensando con qué me encontraría al abrir la carta. Ya que había conseguido captar toda mi atención, decidí abrirla.
ESTÁS LEYENDO
Los cuentos de Aoharu
FantasyEn el pueblo de Aoharu hay una tienda con escaparate en cuyo cristal vive un hombre que no puede salir de ahí. En el pueblo de Aoharu su mejor amiga es una niña ciega que a la vez guía al turista curioso por el pintoresco lugar. En el pueblo de Ao...