Julio del 2005 | 9 años antes

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Los chicos —en su mayoría niños— corrían de un lugar a otro como si no existiera un mañana, jugando entre ellos con pistolas imaginarias mientras Abril buscaba un lugar donde sentarse.

Aquel niño de ojos marrones la había invitado a su fiesta y, de no haber sido porque su padre se lo dijo, ella ni siquiera sabría su nombre. Se preguntó —como lo había hecho en innumerables ocasiones durante los últimos días— cuál habría sido el motivo de que la invitara a su fiesta sin siquiera conocerla. Tal vez su madre le había dicho que lo hiciera, pues ella era "la nueva" del vecindario.

Santiago, quien jugaba con sus amigos y llevaba marcada a lapicero la cicatriz de Harry Potter, distinguió a Abril lejos del resto de sus invitados y, sin decir una palabra, caminó en dirección a ella.

Contrario a sus usuales coletas, aquel día Abril llevaba su largo y ondulado cabello rojo cayendo sobre su espalda.

—¿Te estás divirtiendo? —preguntó Santiago al llegar a su lado. Nuevamente, y como cada que veía a Abril, su corazón estaba latiendo fuertemente, y en ocasiones el niño sentía que saldría volando por su boca.

Abril, más por cortesía que por otra cosa, asintió y, recordando lo que llevaba en su mano, le tendió la pequeña bolsa de regalo a Santiago.

—Creo que te va a gustar —le dijo con una sonrisita asomándose a su pulcro rostro—. El día que me hablaste, también llevabas pintada la cicatriz de Harry Potter.

Santiago, interesado por las palabras de la niña, optó por abrir el regalo justo allí.

Como si se tratara de un tesoro precioso y sumamente delicado, el niño sostuvo entre sus manos una bonita bufanda de colores amarillo y rojo y, sin permitir que un pasara un segundo más, la envolvió sobre su cuello.

Una sonrisa brillante adornó el rostro del niño, provocando por primera vez que Abril tuviera la sensación de que un nido de pájaros revoloteaba en su interior.

—¡Muchas gracias! —exclamó el niño y, sin planearlo, envolvió en un abrazo a la preciosa niña.

El corazón de ambos se aceleró en cuanto se vieron rodeando con sus brazos al otro y, con una tímida sonrisa, se separaron.

—Me alegra que te haya gustado —dijo. Su rostro se había enrojecido y, según la perspectiva de Santiago, había alcanzado nuevos límites de lindura.

—¿Bromeas? —preguntó, sintiéndose mucho más animado—. ¡Es el mejor regalo del mundo!

Por alguna razón que Santiago no pudo comprender, sentía que era mucho más sencillo hablarle a la chica mirándola a los ojos, unos ojos que se sentían tan cálidos como los abrazos de su madre.

~*~

—Ahora te pasas todo el día con ella —se quejó Adrien en tono molesto—. Ya no quieres jugar al fútbol y siempre estás con Febrero.

—Su nombre es Abril, no Febrero —replicó Santi, poniendo los ojos en blanco—. Te lo he dicho mil veces.

—La mencionas mil veces —refunfuñó el niño, a modo de corrección—. Si no estás con ella, estás hablando de ella. Me da igual que su nombre sea Febrero o Septiembre.

Santiago soltó un gruñido de exasperación.

—Ella no tiene amigos —se defendió—, y es muy divertida.

—Pero tú no eres su amigo, eres su novio.

Los ojos de Santiago se ampliaron como platos y sus mejillas se tiñeron de un rojo casi escarlata.

—Eso no es cierto —murmuró, pero su corazón latió frenéticamente.

¿Podría eso suceder alguna vez? Había hablado con su hermano mayor sobre la forma en que su estómago se comportaba cuando estaba frente a la presencia de Abril, pues le había parecido que él sabría de eso, pero su hermano sólo se limitó a reír y a gritar que su niño había crecido finalmente, y aquello había asustado a Santiago: él no quería crecer, no quería ser un adulto; los adultos lastimaban sin darse cuenta de ello, como si no les importara en lo absoluto nada que no fueran ellos mismos.

—¿Cómo no va a ser cierto? —Preguntó Adrien, sacando a Santi de las nubes grises que eran sus pensamientos—. Pasas todo el día con ella, y la miras como mi hermana mira a Dante.

—¡Eso no es cierto! —gritó exasperado, mientras sus mejillas adquirían un tono rojo carmesí.

Su amigo, que moría de risa cada que provocaba que Santiago se molestara, sonrió con picardía, y aquella fue sin duda la señal para un montón de bromas.

—Santiago tiene novia, Santiago tiene novia —canturreó en medio de risas.

—¡Cállate, Adrien!

—¿Prefieres que te diga Santi, como lo hace ella? —se mofó el chico.

Aquello fue más vergüenza de la que Santiago podía —recordó cómo se había sentido al escuchar a Abril llamarlo de esa manera, como si fuera tan especial para ella, que necesitaba llamarlo de una forma en que nadie más lo hiciera—, quién no dudó en perseguir a su amigo hasta hacerlo caer sobre el pasto.

~*~

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Foto de Abril (a la edad de 10 años) en galería.

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