Miré la hora; 04:02 am.
No podía dormir, no tenía sueño, estaba bien descansado. Me levanté de la cama y me puse mi jersey favorito y mis pantalones negros. Decidí resguardarme del seco frío en la chaqueta oscura que tenía colgada. Me miré al espejo. Peiné mi claro cabello con las manos y me dispuse hacia el exterior.
Decidí ir paseando por la playa, ya que vivía en una pequeña cabaña delante de esta. Caminaba cabizbajo observando como mis pies rozaban la blanca arena. Miré la mar, no se podía ver el horizonte porque estaba todo cubierto de niebla. Seguí andando sin rumbo alguno mirando la arena.
Empecé a oír una hermosa voz cantando una canción familiar para mí. Miré a todos lados, pero lamentablemente no podía ver nada debido a la espesa neblina. Me detuve un momento. Tal vez mi mente me estaba jugando una mala pasada debido al fallecimiento de mi madre, ya que ella era la mujer con la mejor voz que había conocido nunca. Seguía escuchando esa hermosa melodía. Me guíe por el sonido hasta llegar a unas rocas. Cada vez oía más fuerte esa voz celestial.
Escalé las rocas cubiertas por pequeños mejillones hasta que ví una silueta que recortaba la niebla. Un desnudo torso con claros cabellos ondulados y largos cayendo sobre este de una forma delicada. Era algo maravilloso lo que tenía ante mis ojos. Bajé la vista por su espalda hasta encontrarme con unas...¿escamas? Me acerqué sigilosamente hasta el magnífico ser. Me quedé atónito ante lo que tenía delante... ¡Una sirena!
Calló de repente y giró la cabeza hasta encontrarse con mi mirada.
La miré boquiabierto. Era bellísima; labios carmesí, nariz delicada y unos hermosos ojos azules, como los míos.
Saltó rápidamente al agua.
- ¡No, por favor! ¡No te haré daño, lo juro!
Sacó la mitad de su perfecto rostro para observarme. Estaba asustada.
- Amo como cantas, es maravilloso. Por favor, no te vayas.
- ¿M-me oíste? -tartamudeó.
- Sí. Cantas genial -sonreí- Soy Jack.
Con una sonrisa, sacó de las aguas su fantástico cuerpo hasta sentarse donde estaba.
- ¿Jack? Nunca lo había oído antes. Soy Teles.
- Wow... Tampoco había oído nunca Teles. -observé su aparentemente fuerte cola- ¿Eres una...?
-Sirena. -me cortó- Sí. Pero por favor, no se lo digas a nadie. Si no... -agachó la cabeza- habrá graves consecuencias para nosotros.
Asentí. Siempre creí en las sirenas pero no sabía si realmente quedaba alguna; pues mi madre siempre me contaba historias sobre estos seres supuestamente mitológicos.
Miré su cuello. De él colgaba un collar en forma de gota de agua el cual empezó a brillar. Recordé que tenía uno igual, me lo dió mi madre cuando era muy pequeño. Me lo saqué de debajo del jersey y para mi sorpresa también estaba brillando. Nunca lo había visto en ese estado.
- Son iguales... -asintió con la cabeza mirando mi colgante- ¿Alguna vez te pasó algo así?
- No... Y me sorprende que haya otro igual, Padre me dijo que era único.
Lo mismo me dijo Madre al dármelo, pero preferí no decir nada.
Miró el horizonte y se dirigió a mí.
-Ya casi desaparece la niebla. Debo regresar, Jack -me miró triste.
-¿Cuándo volveré a verte?
-Suelo venir por las mañanas de niebla a cantar al compás de las olas aunque nunca había conocido a un humano. -me miró simpática- Ahora debo volver, nos veremos otro día.
-¡Adiós, Teles! ¡Hasta otra!
Se sumergió en el mar con elegancia, con los brazos bien rectos y la cola y la espalda arqueadas. Desapareció al instante.
Me bajé de las rocas y caminé hacia mi hogar. De camino, observé el alba. Acababa de conoce una náyade de aguas saladas, increíble.
Miré mi colgante, había dejado de brillar. Era un misterio, pues nunca lo había visto así.
Llegué a mi pequeña pero acojedora cabaña. Entré. Me dirigí a la antigua habitación de mi madre y me acerqué a las viejas estanterías llenas de libros. A ella le fascinaban las sirenas. Pasé el dedo índice por cada uno de los antiguos libros leyendo en voz alta los títulos poco legibles por el polvo.
-El misterio de las aguas, Náyades, Criaturas fantásticas marinas...
Eran muchísimos, pero nunca me había atrevido a abrir ninguno. Creo que ya era hora.
Cogí Náyades y me senté en la chirriante cama de aquel viejo cuarto.
Soplé para quitar el polvo acumulado en la portada. Pude apreciar la ilustración de la cola de una sirena entrando en el agua. Lo abrí por la primera página, de la cual cayó un sobre aparentemente antiguo. Dejé el libro a un lado y, curioso, cogí el sobre.
El sello de roja cera estaba roto, eso significaba que la carta ya había sido leída. Saqué con delicadeza el papel y lo desdoblé. El que escribió eso tenía una caligrafía increíble, era perfecta, estaba escrito con una pluma.
Empecé a leer:
"Estimada Señora Desfair..."
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Mañanas de niebla
FantasyAquella era una mañana de niebla como cualquier otra, en la cual se encontraba Jack paseando por la playa cuando escucha una voz celestial a lo lejos, en unas rocas. Se acerca curioso y se encuentra con una silueta, la silueta de aquellos seres fant...