''LA MUERTE ES LA PEOR DE LAS DESPEDIDAS''
Vuelven a golpear la puerta de mi habitación, queriendo meter prisa. Creo que es la tercera o cuarta vez desde que me he levantado.
-Date prisa, Valentina.
Mis padres dejaron de llamarme Tina hace mucho tiempo, y ni siquiera ya me suena extraño mi nombre completo. Creo que me he acostumbrado al desprecio, o la indiferencia, o lo que quiera que desprendan mis padres por cada uno de sus poros. Al ver que no respondo vuelven a golpear la puerta, temiendo que me haya quedado dormida. No entiendo a qué viene tanto alboroto. A un lugar así siempre se llega demasiado tarde. Tampoco es que me muera de ganas por llegar. Ni literales ni figuradas. Abrocho el último botón de mi camisa y me echo encima mi cazadora oscura. Ni siquiera quiero mirar mi reflejo, porque no me veo con las suficientes fuerzas como para enfrentarme a nada esta mañana. Debo de tener un aspecto espantoso. Lo sé porque así es como me siento por dentro. Hoy es un día triste, creo que podría nombrarlo el segundo día más triste de la historia. El primero fue antes de ayer, la noche del hospital. La madrugada del día siguiente al accidente. Aún no puedo creer que todo esto haya ocurrido. Aún no puedo creer que todo esto sea real, y que no sea yo la que esté metida en alguna pesadilla gracias a un coma a causa del accidente. Por más que me pellizco no puedo creerlo. Tras el intento de suicidio en el estanque de solo un par de manzanas de distancia del hospital perdí el conocimiento. No sé cómo me encontró Nico, pero tampoco quiero saberlo. Por lo visto mi cuerpo no soportó tanto dolor y cayó rendido. Fue demasiado para una mente aún a medio hacer. Tuve suerte, no se le ocurrió llamar a una ambulancia, sino que me cargó en brazos hasta el hospital de nuevo. Allí se encontró a mi madre y esta consiguió convencerlo de que solía pasarme a menudo, y de que no era necesario molestar a ningún médico. Gracias a aquello no estoy ahora atada a ninguna mesa de laboratorio y siendo testada como conejillo de indias. Lo que me faltaba. Aunque después de todo esto, casi hubiera preferido que ese fuera mi final, y no éste. Desperté esta misma mañana, totalmente desorientada. He estado más de un día inconsciente. Nico me ha llamado varias veces para saber cómo me encuentro. No he contestado a ninguna llamada. En uno de los mensajes me preguntaba si quería que me acompañara hoy. Le he dicho que no, y no he justificado mi respuesta tampoco. Un no seco y rotundo. Esto es algo más personal, esto es algo más íntimo. Nico ni siquiera conocía a mi hermano, y no tiene por qué meterse en toda esta historia.
Tampoco he comido desde el accidente, ni tengo intención de hacerlo. No he pasado por la ducha porque allí siguen aún sus cosas, y tampoco he sido capaz de abrir la puerta de su habitación. No puedo afrontar la realidad. No puedo hacerlo. No todavía.
Cuando llegamos al tanatorio hay un montón de gente arremolinada en la puerta. Casi todos son familia, pero también hay madres de algún amigo de mi hermano. Una punzada me atraviesa el corazón solo con ver a todas esas personas allí delante, todas por una misma causa, todas gracias al entierro de mi hermano Óscar. La mayoría viste de oscuro, aunque algunos llevan prendas de colores. Hace años que ya no se exige acudir a los funerales con vestuario de luto, pero yo he venido vestida entera de negro. No porque crea conveniente despedir a mi hermano de una forma tal, sino porque no encontraba otro color con el que sentirme cómoda para llevar hoy. Ni para llevar nunca. Ni siquiera el negro me parece suficientemente triste para este momento. Cuando bajamos del coche mis padres saludan a todos los allí presentes, que responden dando el pésame de dos o tres maneras distintas. Repitiéndose y copiándose unos a otros. Como si no sintieran aquellas palabras, sino que se las hubieran aprendido de memoria. Me dan tanto asco que me entran arcadas. Ninguno de ellos sonríe, pero ninguno de ellos se muere por dentro como yo me muero. Lo sé porque esas cosas se notan.
Todo son mentiras.
Pienso entonces que Óscar conocía a muchas personas, a pesar de ser tan pequeño, pero que realmente ninguna de ellas conocía de verdad a Óscar. Todo es superficial e increíblemente falso. Y pienso en lo mala gente que hay que llegar a ser para fingir lástima en un funeral. La única persona que realmente lamentará su ida seré yo, quizá mi madre o mi padre. Y pienso entonces que si Óscar tiene solamente a tres personas que lamentarán su ida, yo no tendré a nadie. Y pienso entonces en mi funeral, y en quién acudirá a él, si acude alguien, y en qué palabras soltarán en sus discursos, si es que los hay, y en quién volverá a la semana siguiente a colocar flores en mi tumba, si es que alguien vuelve. Y pienso en cómo sería mi muerte, y me distraigo fantaseando con eso un rato, hasta que me interrumpen un grupo de mujeres a las que no conozco pero que dicen ser mis tías segundas, las primas de mi madre, algo así, no lo sé. Lamentan mi pérdida y me dan el pésame, pero a mí me suena igual a si me hubieran preguntado la hora, o hubieran comentado lo gris que está el cielo para tratarse de junio. El cielo está gris siempre que es un día triste. Es ley de vida. Qué estupidez de comentario. Hoy las nubes casi son negras, como toda mi ropa, como toda mi alma, como toda la tristeza que ahora vive en mí de nuevo.
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VALENTINA
Narrativa generale''Estoy haciéndolo bien, pero realmente me siento como si me condenaran a muerte. Y siendo yo es una completa ironía... Llevo ya dieciséis años muerta.'' Valentina es básicamente un conjunto de baja autoestima, continuo estado de ánimo nulo, desenga...