Ataviada en un vestido rojo sangre, escotado y vaporoso, andaba esa mujer que se paseaba por la gran estancia con una gracia mortal. Todos la veían pero nadie se atrevía a entrometerse en su camino. Ella era deslumbrante, impactante.
Lejos de que su piel color canela luciera más oscura por el color de su vestido el efecto era todo lo contrario: su piel era luminosa, luciendo como acariciada por las llamas. Sus ojos bordeados de negro eran de un color café casi rojizo que resultaba absorbente para quienes los miraran. Su largo y rizado cabello oscuro parecía dejar una estela de chispas de fuego cuando el viento lo movía al compás de su caminar.
Siguió paseándose entre la gente hasta llegar a una alejada esquina del salón de baile. Desde ahí pudo observar a todos.
Unos cuantos la miraban directamente, otros disimulaban y algunos simplemente no se atrevían, pero de todos modos no tardaban en echar un vistazo. Y era normal, ¿Quién no iba a mirar a la espectacular mujer de rojo? Llamaba la atención de manera irremediable, por lo que una vez que la notabas era imposible sacarla de tu cabeza y una vez que la mirabas tus ojos no podían despegarse de ella ni de la perfección a su alrededor.
Y de entre todos ahí, un joven fue capaz de acercarse a la mujer entrando en el campo de visión y ganándose la atención que le pertenecía a ella.
De andar elegante y seguro, el joven era alto; más alto que la mujer de rojo. Vestía traje y camiseta totalmente negros a excepción de la corbata azul que hacía a sus celestiales ojos azul turquesa brillar con antinaturalidad. Su cabello castaño correctamente peinado le daba a su rostro una masculinidad increíble: de mentón cuadrado, nariz refinada y barba bien cuidada. Era tan impresionante como ella.
Cuando quedaron frente a frente, él le extendió su mano en una callada invitación a bailar que ella acepto, poniendo su pequeña mano en la grande de él.
Se dirigieron al centro de la pista y se entregaron al baile de la mano de la melodía que la orquesta ofrecía. Ambos eran observados por todos; los observaban danzar de una manera tan sobrenatural que parecía que flotaban en vez de tener los pies sobre el suelo.
Sin embargo, ellos no miraron a su alrededor. Se miraron directo a los ojos.
Él busco la bondad en los ojos cafés casi rojos de ella, y ella busco la maldad en los celestiales ojos turquesa de él. Ninguno tuvo éxito en la búsqueda de esos sentimientos, pero si encontraron otros.
Vieron en los ojos del otro la pasión, el deseo pero sobre todo el anhelo. Un anhelo tan imposible y asfixiante que provoco que ella cerrara los ojos y despejara su mente para pensar en su principal objetivo esa noche.
Y cuando los abrió de nuevo, el pudo ver la destrucción en ellos que luego se paso a su alrededor.
El gran salón empezó a incendiarse y rápidamente los gritos retumbaron en ese espacio. Todos los presentes olvidaron a la pareja de desconocidos sobrenaturales y empezaron a correr para salvar sus vidas, cosa que ella no podía permitir y de la que se había encargado antes.
Las puertas estaban cerradas y no había escapatoria alguna.
Por alguna extraña razón la orquesta seguía tocando, dándole una balada al baile de la muerte, escuchándose aun por encima de los gritos.
Ambos danzantes se detuvieron y el apretó el agarre en la cintura y la mano de ella antes de separarse sin realmente quererlo.
«No vas a detener este cataclismo. La muerte, la miseria y la destrucción han hecho su trabajo y todo lo que te queda es observar» le dijo ella sin hablar, comunicándole sus pensamientos.
El cerro sus celestiales ojos azules un momento y suspiro. Cuando los abrió, negó con la cabeza.
«Te equivocas. Mientras estas almas tengan esperanza, tienen salvación.»
Y con esas palabras él se dio la vuelta y camino en sentido contrario. Al verlo perderse entre la multitud de condenados, ella también se fue a cumplir su trabajo. Se paseo entre esa gente inyectando mas miedo y horror a su paso hasta que decidió ver el ardiente espectáculo desde las alturas y se traslado al balcón del segundo piso.
Estando ahí, sola, pudo mostrar lo que antes no: sus ojos brillaron en rojo y en su frente lucían dos cuernos que dejaban ver lo que ella era en realidad.
La mujer curvo sus labios rojos al ver la destrucción que había causado en honor a su nombre: Helena, la destructora de los hombres.
En el balcón frente a ella y con un par de grandes alas blancas a la espalda, el hombre con el que antes bailaba la miraba con el mismo anhelo de antes brillando en azul.
El rostro divino de Zadkiel, el Arcángel de la salvación, adquirió una mueca de tristeza y desanimo que Helena no pasó por alto e hizo que su oscuro corazón doliera.
«No tengo salvación, Zadkiel, olvídalo de una vez» espeto Helena con una rabia que no sentía a través de sus pensamientos. «Esta guerra entre el bien y el mal nunca terminara.»
«Recuerda que mientras halla esperanza hay salvación, Helena. Y mi esperanza esta intacta» le respondió él, esbozando una sonrisa. «Nuestra guerra, no la del bien ni el mal, puede terminar.»
Y mientras el cielo bajo techo de esas almas se caía a pedazos, Helena luchaba contra el sentimiento de rendirse ante Zadkiel, pero no podía hacerlo. No sabía como resistirse a él pero tampoco sabía entregarse a la bondad estando solamente hecha de maldad, siendo el halo de la destrucción.
Aunque, después de todo, Zadkiel tenia razón; la guerra entre ellos dos tiene que acabar.
Porque un Arcángel y una Demonio no pueden enamorarse...
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Heavenly Hell ©
ParanormalSu corazón esta hecho del carbón del mas oscuro fondo del infierno. Se supone que ella es maldad pura, miseria, destrucción... Entonces, ¿por qué ese anhelante deseo de estar con él? ¿?Por qué se ve atraída por la pureza de su aura, la bondad en sus...