Entonces el tiempo se paró. Todo quedó en silencio para mí. El cielo estaba gris y la lluvia había empezado a caer de golpe. Alguien me sujetaba por el cuello y me aprisionaba contra su cuerpo. Yo estaba con los ojos muy abiertos observando a Dante quién estaba en el suelo mirando a la persona que tenía detrás.
-No la toques –la voz salió de la persona que me sujetaba.
Mi corazón se quemó y se convirtió en cenizas al darme cuenta de quién era, lágrimas saladas rozaron mis labios antes de darme cuenta de que estaba llorando. Si no fuese porque me sujetaba con fuerza hubiese caído al suelo.
La fría lluvia caía sobre nosotros sin piedad y me congelaba hasta los huesos, además, un viento glacial nos azotaba el cuerpo. Tenía el pelo mojado y pequeñas gotas de lluvia se deslizaban por mi espina dorsal mezclándose con el sudor frío que me provocaba estar tan cerca de Gabriel. Una disputa se estaba librando en mi interior, estaba muy feliz de volver a ver a Gabriel, pero ahora él era peligroso, y me hacía estar alerta, provocando un sentimiento parecido al miedo hacia él.
-¿Gabriel...? –susurré con un hilo de voz.
Ninguno de los tres se movía, era hora de reaccionar. Dante se levantó del suelo mientras se quitaba el pelo negro que se le había pegado en la frente a causa de la lluvia.
-¿Qué haces aquí? –su voz restaba impasible aunque estuviese temblando a causa del frío.
Yo también temblaba, pero no creo que fuese de frío.
-E venido a buscarla –su voz no tenía sentimientos. Una voz monótona y sin entonación. Como un robot, o más bien como el asesino que era.
-No te la puedes llevar. No después de que la abandonaras a su suerte de una forma tan cruel, sabiendo que ella aún te amaba con locura.
Me mordí el labio. Estaba al borde de la hipotermia. Tenía muchísimo frío. ¿Cómo había podido cambiar tanto el clima?
Me acerqué un poco a Gabriel en busca de un resquicio de calor, creo que se dio cuenta porque me soltó y me envolvió con su capa blanca. Luego me pasó un brazo por encima de los hombros y me acercó a él. La mano que le quedaba libre buscó su espada, y justo cuando la desenvainó dijo:
-Lucharé por ella. No permitiré que se vaya con los ángeles al mundo de los vampiros.
Dante sonrió.
-¿Crees que no voy a estar dispuesto a luchar por ella también?
Yo permanecía quieta en los brazos de Gabriel, sin saber como reaccionar. ¿Por qué me pasaba eso? Es cierto que había echado mucho de menos a Gabriel, pero ahora que había vuelto lo había hecho en el peor momento. Me volví a morder el labio inferior y miré a Dante. Un rayo cayó no muy lejos de aquí y vi el terror en sus ojos. Y en ese instante recordé que a Dante le daban terror los truenos. Cuando oía uno no se podía mover del miedo que le daban. Pero allí permaneció él, impasible, luchando contra su fobia por mí.
-No soy un trofeo- murmuré, pero ninguno de los dos me oyó. Se estaban mirando con odio como si se tratase de dos perros rabiosos.
Los miré alternativamente. Un pelinegro y un rubio, uno con la piel muy oscura, el otro con la piel bastante blanca. Uno que se altera con facilidad, el otro que está impasible a todo lo que sucede. Un humano y un vampiro. Un mortal y un inmortal. Dos contrarios, y si algo había aprendido de las clases de Dante era que si mezclas dos cosas contrarias el resultada acostuma a ser caótico. Dos polos opuestos, y yo estaba en medio. Como si fuese lo único que los conectase, lo único en común entre dos seres tan diferentes.
Se estaba a punto de librar una batalla, debería reaccionar, debería ponerme en medio de los dos y decir algo. Hacerme notar por encima de la ira que les estaba nublando los ojos. Pero lo único que hice fue estornudar.
Los dos me miraron a la vez y la ira de sus ojos desapareció, entonces fue cuando lo entendí. Me separé de Gabriel y por fin le puede ver bien el rostro. Me daba mucho respeto y tuve que apartar la mirada de sus ojos fríos y letales. Me acomodé la capa en mis hombros y dije:
-No quiero que luchéis por mi –cogí aire y tragué saliva, dos chicos, además de guapos, poderosos, me miraban a la vez, me sentí como una hormiga entre gigantes- os obligo a que NO –remarqué 'no'- luchéis por mí. Estaría mejor si lo hablamos, como seres inteligentes que somos.
Los miré a los dos. Ellos me miraron y seguido se miraron entre sí. Dante suspiró y Gabriel chasqueó la lengua. Vacilaron unos segundos antes de enfundar las espadas.
"Estupendo, ¿ahora qué harás?" me susurró la consciencia. Los dos estaban pendientes de mis movimientos.
Me di la vuelta y recordé que no muy lejos había un pequeño grupo de casas abandonadas. Di la vuelta y empecé a andar hacia allí. Al menos encontraríamos un sitio para resguardarnos de la lluvia y para que Dante se pudiese esconder de los relámpagos.