Sábado 10 de Septiembre

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Aquí me encuentro, sentada en el frío suelo de un aeropuerto, inhalando el olor a café.
Dejo en el pasado mi país para emprender un nuevo viaje, a un nuevo lugar, una nueva vida... Londres.
Allí tendré que empezar de cero. Nueva casa, nuevo instituto, nuevos amigos... y eso si los hay. Y todo esto viene de la separación de mis padres. Es increíble como una sola decisión, conlleva a tantos cambios. Un vez más, es demostrado que nada es para siempre, ni si quiera el amor. Por eso parto a Londres. Allí ya se encuentra Marina, mi madre. Ella decidió irse antes que yo, le pareció conveniente ya que así tendría ella más tiempo de desembalar algunas cajas, y para cuando yo llegase, todo fuera un poco más ameno. Todo ha llegado deprisa y tan de repente que en dos días empiezo las clases. Noto como poco a poco el estrés y el agobio se va apoderando de mi. Todo es de locos.
-Hola buenas, bienvenida al Macdonal's, ¿que desea?
-Hola, una caja de nuggets, con patatas y bebida, porfavor.
-Enseguida, en total son 7'50€

Hace un rato que he embarcado mi maleta, y unos cuantos minutos que llevo aquí, sentada en el avión.
-Disculpa, me parece que estás en mi sitio -me susurraron.
Con lo torpe que soy la verdad no me extrañaría.
-Tienes razón, mi sitio está al lado de la ventanilla, disculpa -le contesté.
-No importa, me llamo James, ¿y tú?
-Mia, encantada.
-Bonito nombre, ¿vas a Londres de turista?- me preguntó
-Perdona, pero ¿nunca te dijeron que no se habla con extraños?
Esbozó una sonrisa, de echo, una preciosa sonrisa. Durante el viaje apenas volvimos a cruzar palabra, tampoco es que durase mucho el trayecto, pero al fin, tocamos tierra firme, tierra inglesa.
-Vaya, parece que hemos llegado -me dijo.
No le contesté, solo me limité a sonreirle.
-Un placer haberte conocido, Mia.
-Igualmente.
Aquel joven llamó mi atención, y no solo físicamente. Había algo en James, que me inducía a saber más sobre él. Nunca había estado interesada en una persona de esa manera, tenía cierta curiosidad, él era diferente, especial. Alto, de rostro impecable, parecía un ángel. No pude descifrar el color de sus ojos, el color aguamarina y rubí me confundían. Una lástima haberlo conocido en un vuelo de un par de horas.

Me conducía a recoger la maleta. A lo lejos divisaba una persona peculiar. Alta, delgada, de media melena dorada. Aquella hermosa mujer era inconfundible, derrochaba encanto allá donde iba. Era Marina, mi madre.
Al salir de recoger mi equipaje, solo veía una montonera de gente esperando a otras personas, había perdido de vista a mi madre.
-¡Cariño! Estoy aquí.
Escuche claramente esa voz, tan dulce, tan cálida...
-¡Mamá!
Caminaba con ímpetu, veía como poco a poco se iba acercando más, pero, también escuche a lo lejos otra voz, no tan familiar, pero en algún momento juraría que la había escuchado.
Darling!- gritó una chica en inglés.
A simple vista aparentaba mi edad, quince o dieciséis años, pero esa voz no era la que yo parecía conocer, si no la que fue acorde después.
-Elisabeth... ¡hola!
Era él, mi compañero de vuelo, James. No entendía que sentía en ese momento, era una extraña sensación y obviamente no eran celos ni mucho menos, o al menos eso es lo que yo creía.
-¿Mia, cariño estás bien?
-Sí... sí, ¿por qué lo preguntas?
-Estás pálida, como si hubieses visto un fantasma -me dijo.
-No te preocupes, será por el viaje- yo sabía que no era por eso, pero solo buscaba tranquilizarla.
-Mia ya verás la casa, es muy amplia, y tu habitación, preciosa. Todo es...
-Diferente- me adelanté a contestar.
-Cariño ya te acostumbrarás. Pero como sorpresa de bienvenida, ¿que tal si vamos de compras?
-Está bien- comenté desganada.

Llevaba horas caminando por un centro comercial, en el centro de la ciudad. Ya llevaba conmigo varias bolsas pesadas con algo de ropa y material escolar. Estaba cansada, ni si quiera había pasado por mi nueva casa. El sol iba cayendo, haciendo que la ciudad se volviera más misteriosa y fría. Finalmente acabamos las compras, y conocí mi nuevo hogar. La casa era acogedora, con chimenea incluida. Después de todo no parecía tan mala la mudanza. Marina me llevó a mi habitación, y allí me instalé. Caí rendida a mi cama, y no volví a saber del mundo, hasta la mañana siguiente. Quien diría que aquél domingo pasarían más cosas de lo esperado.

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