Sucubo

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Ya había perdido la cuenta de los cafés que tomados. La noche no cambiaba, y el gato nos miraba desde afuera, a través del vidrio.

– No lo mire fijo al gato, que le lee el alma. – El mozo corrió la media cortina. Recogió algunos pocillos de las mesas y se perdió en la inmensidad del bar.

– Mire si será ladino ese gato. – Después de tantas horas de historias por parte de mi interlocutor no necesitaba preguntar, la historia saldría sin pedirla.

Aquellos que sufren por amor vienen a vivir a Villa de la Triunfante Trinidad. Pero no vienen porque sí, es porque algo los arrastra, los atrae.

Los que han perdido el alma, los que han quedado vacíos después de desencuentros amorosos, encuentran, aquí, con que llenar el hueco una vez más: Vienen por el café.

En el preciso momento en el que a un caballero de impecable conducta se le rompe el corazón (Porque esto solo es sufrido por hombres honestos), el gato negro se les aparece, a veces disfrazado de primera novia, parada en la esquina del frente. Otras veces de mirada de ojos almendrados en una multitud que lleva al desafortunado a tener un hálito de esperanza en parchar sus heridas.

En ese preciso momento, la víctima se lanza a la persecución del taimado gato disfrazado. Como un pez que ha mordido el anzuelo, el gato irá girando el carrete, de a poco.

A pesar del esfuerzo del hechizado por conseguir esos ojos, ese amor, el súcubo siempre estará una cuadra más adelante. Siempre cruza el semáforo en verde, poniéndose en rojo para la víctima. Subirá al subte justo cuando las puertas se cierren y la máquina arranque. Se trepará al único taxi disponible, llevándolo hacia la trampa.

La desenfrenada carrera termina cuando la visión del náufrago entra al bar, a este bar, y el desdichado detrás de esta.

Una vez dentro, agotado por la persecución, se sienta y pide una gaseosa, o agua, o tal vez algún jugo. Pero el mozo siempre responde lo mismo, que eso no tiene, que pida otra cosa, un simple: – ¡Solo hay café!

Algunos han llegado a señalar otras mesas mostrando que existe una gran variedad de bebidas, aunque con algo de temor por las posibles represalias del mozo. A pesar de esto la respuesta es siempre la misma: – ¡Solo hay café!

Se dice que una sola persona pudo convencer al mozo de que le traiga un cortado. Aunque luego le trajese un café argumentando: – ¡Solo hay café! – Y el cliente se lo tomase sin chistar y mirando para abajo.

Una vez que el café está en la mesa y el humo penetra en los pulmones del afligido, el embrujo se completa.

Tomará no solo uno, sino dos, tres o, incluso, hasta cuatro cafés. Pensando cada sorbo, masticando ideas, penas y soledad tras cada trago.

En ese preciso momento el tiempo se congela y el bebedor queda con el pocillo en la mano, sin moverse, mirando a lontananza, a un punto fijo, dentro del bar o a través del vidrio.

Otras veces, los ojos se les ponen acuosos y dejan correr alguna que otra lágrima por sus mejillas.

El mozo ha aprovechado esos milagros para guardarlas en unos frasquitos diminutos que solo muestra a aquellos que no han conocido el sufrimiento.

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⏰ Última actualización: Aug 14, 2015 ⏰

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