Capítulo 2

7 1 0
                                    

El Sol se asomaba por detrás de las colinas que Illiai desde su ventana podía ver.

"Hola, hermano Sol" se atrevía en ocasiones a emparentarse con la mismísima estrella.

Se levantó de la cama con energía de sobra, porque si de ánimos se trataba, Illiai tenía para dar y repartir.

Caminó tarareando aquella pegadiza tonada que todas las mañanas cantaba.

"Sabes que este día a ti te saldrá bien, sabes que no hay porqué entristecer, relaja el ceño ¡y dame una sonrisa, que éste día todo irá muy bien!" Cantó animado hasta llegar al comedor y sentarse en una silla que arrimó a la mesa.

Saludó a su abuelita con fervor, y su tierna abue le devolvió el saludo.

Su alto abuelo atravesó la habitación preguntando por un destornillador.

Saludó a su abuelito con fervor, y su guapo abue le devolvió el saludo.

Su abuelita preparaba el desayuno y ya podía oír a papá despertar en la habitación, pero no salió de ella.

Comió toda la comida que en su plato habían puesto y en ese momento su padre salió del cuarto, masajeándose la nuca y saludándolos, pero Illiai ya debía retirarse si quería ayudar a juntar las hortalizas.

Fue a la pequeña huerta que su vecina, la señora Millpot tenía en su jardín, la saludó. Para su sorpresa, parece que no recolectarían nada hoy y junto con ella comenzó a retirar las malezas que nuevamente habían aparecido.

"Pues para complacerte a ti, hoy yo seré muy feliz" cantó.

La señora Millpot rió, y lo aduló diciéndole lo dulce que era.

Illiai le agradeció por el cumplido y continuó con el trabajo hasta que hubo terminado.

Se despidió cortésmente y corrió hasta llegar al parque donde todos sus amigos se encontraban.

Jugó por horas con ellos, le encantaba divertirse y ver cómo todos reían a su alrededor. Le gustaban las sonrisas y no había nada más hermoso que un rostro sonriente; en el corazón de Illiai no había espacio para la tristeza ni el rencor y eso mismo era lo que lo había convertido en el Sol de las personas del pueblo.

Pudo ver a su mejor amiguita apartada de los demás, sentada, sujetando sus piernas y escondiendo su pequeña cabecita.

Se atrevió a acercarse, mirándola con curiosidad. ¿Se habrá caído?

"Elena, ¿qué pasa?" Le preguntó sonriente.

La niñita le explicó que había raspado sus rodillas y lastimado sus manitas al jugar con los demás y ahora le dolían. La pequeña Elena estaba llorando y eso era algo que Illiai no quería ver.

Le aseguró que no pasaba nada y tomó sus manitas y las cubrió con las suyas diciéndole que sanarían muy pronto y le dio un pequeño beso para curar la herida.

El rostro de Elena se iluminó y una gran sonrisa tomó lugar en lo que antes era una mueca de tristeza.

La niñita se lanzó a los brazos de su mejor amiguito y lo abrazó agradeciéndole, Illiai asintió diciendo que no había mal que una sonrisa no pudiese curar.

Se fue del parque y se dirigió a su casa. Subió rápidamente los escalones hasta el ático, cerró la puertecita y tomó entre sus manos una caja envuelta en papel de color rosa, le sopló al polvo que tenía encima y abrazó la caja con nostalgia.

Illiai sentía que su papá se sentía cada día peor, ¡pero eso se arreglaría pronto ya que sólo faltaban 5 días para que se cumplieran 3 años de que su mami se fue!

Donde va a parar el SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora