Capítulo 3

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Ya era otro día y su padre seguía levantándose tarde y se perdía los desayunos con él. Illiai era un chico muy ocupado, siempre tenía a alguien a quién ayudar o a quién hacer sonreír, pero este día había decidido guardarlo sólo para su querido papá.

Esperó sentado en el sofá a que su padre apareciera para tomar su taza de café matutino, hasta que apareció.

Se le acercó, halagándolo por lo guapo que era y elogiándolo por ser tan bueno con él. Su padre lo miró confundido, no sabía a qué venía ésta actitud de su primogénito, y no era que le afectase mucho, ya suficiente tenía con el hecho de que pronto llegaría esa fecha...

"Sí pones empeño, verás cómo todo bien saldrá. Quita esa cara, no haz de llorar pues tus arrugas se marcarán" Illiai cantó y presionó un poco entre las dos cejas de su papá, señalándole 'las arrugas que se marcarían'.

Su padre sonrió melancólico, sin duda su hijo era la viva imagen de su esposa.

"¡Vayamos a pescar!" tomó la mano de su papá y comenzó a caminar "¡Regresamos más tarde, abuelos!" Les avisó y salieron.

Saludaba a todos los que pasaban o que llegaba a ver por el camino, y todos le sonrieron a su pequeño Sol.

Su padre cada vez se sentía peor. Cada pequeña acción de su hijo era exacta a lo que su amada hubiera hecho.

Llegaron a la laguna que se encontraba más allá de dónde terminaba la colina, escondida, cubierta por árboles grandes.

Illiai tomó asiento en una roca y palmeó la que estaba a su lado indicándole que se podía sentar, pero su papá prefirió estar de pie.

El pequeño rubio sacó las cañas de pescar de debajo de una piedra, donde anteriormente las escondió, le pasó una y ambos comenzaron.

Ya había pasado un buen rato y nadie obtenía nada.

De vez en cuando era bueno salir a pescar, lo relajaba la calma y el silencio que en ese lugar siempre hubo, y eso su hijo lo sabía, sabía cuán reconfortante le resultaba a su papá.

"¡Lo hice! ¡Tengo uno!" Illiai sacó la caña y un pescado de vivos colores salió, retorciéndose al momento que lo sacaron del agua.

Por un momento, fue corto, pero por un momento se sintió orgulloso de él. Alhec nunca se enorgulleció de su hijo, ni siquiera cuando su esposa seguía con vida, pero justo ahora lo hacía.

Después del primer pescado, Alhec e Illiai pescaron uno y otro, y otro y uno más.

Regresaron con una sonrisa enorme y sus brazos cargando los pescados que pescaron.

Entraron por la puerta de su casa riendo y comentando lo asombrosa que fue la pesca.

Su abuela los hirvió y reunidos en la mesa, todos disfrutaron de la cena, riendo y jugando.

Y aunque Alhec lo olvidase esa noche, faltaban 4 días para que se cumplieran tres años desde que su esposa murió.

Donde va a parar el SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora