Un domingo 19 de abril a las 9:00 am, Peter, de diez años, descubrió —en carne viva— lo que es el terror.
Eran las 7:30 am cuando en su habitación se escuchó un alarido escalofriante.
Despertó sobresaltado abriendo los ojos de par en par, y permaneció inmóvil por unos segundos mirando en derredor, aterrado.
¿Qué ha sido eso?, se preguntó. ¿Fue... fue una pesadilla?
Advirtió entonces que algo se retorcía por entre su pila de ropa.
Peter se tensó, el aire se le quedó comprimido en la garganta, los ojos parecían querer salir disparados en ambas direcciones. De pronto, sea cual sea la cosa que estaba escondida en el montón de ropa, dejó de moverse.
¿Será que puede oler mi miedo?, se interrogó.
Se percató también que su ventana estaba abierta y su cortina medio desgarrada. Manteniendo la mirada perdida en el vacío, volvió a centrarla en el montón de ropa. Tragó saliva. Suspiró.
Incorporándose con extrema cautela, cogió su banquito de madera y lo levantó con ambas manos, y comenzó a acercarse...
Ahora se moverá, murmuró una voz interior.
Nada. Tensó los brazos y los dejó caer.
—¿Qué es esto? —preguntó desconcertado a la habitación vacía. Por entre su ropa, comenzó a manar un líquido amarillo viscoso, que a su vez fundía el banquito— ¿Qué... qué es esto?
Presa del miedo, retrocedió, y tropezando con sus babuchas, se desplomó lastimándose la nuca. Tirado bocado arriba, percibió un extraño hedor. No lo había notado desde que despertó, qué extraño. Mareado, volvió la mirada por debajo de su cama, y ahí...
El pánico se intensificó, los puños se cerraron, la boca quedó pétrea.
Una horripilante bestia viscosa salida de un relato de Lovecraft se movía frenéticamente. Aguijones ponzoñosos, tentáculos con ventosas, pico de pulpo, piel descascarada,...
Aquello mató el silencio. No pudo más. Gritó.
La bestia lanzó un gruñido ensordecedor, a su vez que emitía un gutural lenguaje ininteligible
«Ph'nglui mglw'nafh Cthulhu R'lyeh wgah'nagl fhtagn»
...para luego abrir las fauces y arrastrar con sus tentáculos al infortunado niño, hacia su aciago destino...
Gritos retorcidos.
Abismo silencioso.
Salida...
¡LUZ!
El niño despertó con tal brusquedad que dio a parar de bruces contra el suelo. Adolorido y atónito, volvió la mirada inmediatamente por debajo de su cama. No había nada. Aliviado, suspiró y se incorporó.
Qué pesadilla tan..., murmuró para sí.
Miró en derredor. Su ropa estaba en su armario, sus libros acomodados..., la ventana, ¿abierta?
Pero si yo la cerré antes de acostarme, pensó. O quizá no lo hice. Oh, cielos, mi cabeza...
Miró su despertador. Marcaba las 8:30 am.
Vaya, ¿cómo es posible que no haya escuchado la alarma?, se dijo.
Tratando de encaminar sus pensamientos por otros derroteros, se acercó a la ventana. El panorama no estaba mal, cielo despejado, día soleado. Un domingo perfecto para pasarlo en familia.
En la rama del viejo roble frente a su ventana, un ruiseñor se posó y trinó.
Su armonioso canto fue un bálsamo para sus temores.
Fui un tonto al querer atribuirle todo a esa tonta pesadilla, se increpó. Aunque fue tan real. No, basta, ya deja de martirizarte, ya pasó, ya debes olvid...
¡NO, NO DEBES!, le increpó otra voz alternativa en su mente. ¡ESTÚPIDO IDIOTA, ESTÁ CLARO QUE FUE REAL, DEJA DE RESISTIRTE A LA REALIDAD! ¡¿ACASO NO TE QUIERES DAR CUENTA?!
—¡Basta! —gritó a la habitación vacía—. No fue real. ¡No! ¡No estoy loco!
PERO SERÍA MEJOR ESTARLO, ¿NO CREES?, le respondió. PIÉNSALO, ESA BESTIA ENTRÓ POR TU VENTANA, TE RESTÓ IMPORTANCIA, FUE A LA HABITACIÓN DE TUS PADRES, GIRÓ LA MANECILLA CON SU TENTÁCULO VISCOSO, Y... Y... ¡YOG- SOTHOTH HA REGRESADO! ¡ESOS HORRIBLES... ESOS HORRIBLES LÓBULOS DE TRES OJOS! ¡PRONTO ESTARÁS MUERTO Y LO SAB...!
—¡Basta! ¡No eres nada! ¡Sólo eres un ser molesto fruto de mi imaginación sobrestimada!
¡ACABÁTE AHORA ANTES QUE ÉL ACABE CONTIG...!
—¡SUFICIENTE!
La voz en su interior, cesó. Advirtió que estaba lagrimeando. Volvió la mirada hacia la ventana. El ruiseñor seguía ahí, trinando.
Sonrió.
Qué bello está el día, ¿verdad?, le dijo al ave. Todo despejado sin ningún tono de lugubridad. Si todos los días fuese así, ten por seguro que sería muy fel...
Se quedó paralizado.
Un estrepitoso chillido logró escucharse desde la sala e hizo que volviera la mirada hacia atrás. La puerta estaba abierta. La tranquilidad debido al cantar del ruiseñor se esfumó para no volver; sus pupilas solo eran dos puntos negros en esferas blancas; el semblante, pálido. Trató de recobrar el aliento, pero no pudo.
Oh, Dios, e... es-eso no fue real, se consoló.
Tenía que hacer algo, pero, ¡¿qué?!
Descolgó su bate de béisbol del perchero. Suspiró.
Debo bajar a ver, se dijo. Probablemente mis padres estarán... ¡No! —sacudió la cabeza—. ¡No! Cálmate, tranquilo —se alivió—, sólo debes bajar a ver qué es, sí, eso...
Cuando volvió la mirada hacia el viejo roble, el ruiseñor ya se había ido. Un instante después, él también.
En el salón... se apoyaba un gigantesco reloj de ébano. Su péndulo se balanceaba con un resonar sordo, pesado, monótono; y cuando la hora iba a sonar, de las entrañas de bronce del reloj salía un tañido claro, resonante, profundo y extraordinariamente musical, pero de un timbre tan particular y potente que de hora en hora, uno se sentía víctima de un presagio lóbrego.
En ese instante, el reloj marcó las 9:00 en punto.
Y antes de que Peter llegase al último escalón, una sombra lo envolvió.
El niño profirió un grito apagado.
Y eso fue todo.
Lo demás... inexpresable.