75-. Algunos lo llaman Karma, yo lo llamo justicia.

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El sonido de mis arcadas llenaban la habitación, ahogando casi cualquier llamado proveniente del exterior.

—¡¿Violett?! —mi madre dijo en un tono entre confundido y alarmado. Yo aún me mantenía con la cabeza en el inodoro por lo cual no pude, ni intenté, mirarla para saber donde se encontraba exactamente pero por lo fuerte que se escuchó su voz, deduje que estaba cerca—. Cariño.

Las náuseas cesaron y por alguna extraña razón creí buena idea alejarme del retrete. En mi cabeza sonaba como un buen plan tratar de tranquilizar a mi madre pero lo único que pude decir antes de arrodillarme de nuevo sobre el inodoro fue un dificultoso: "estoy bien".

—Sí, eso se nota —espetó irónicamente.

La habitación, tras incontables minutos, quedó en total silencio. Después de haber vomitado hasta mi propio estómago —metafóricamente hablado, no es como si de verdad lo hubiese vomitado—. Prácticamente, me arrastré hasta la pared más cercana a mí, para utilizarla como respaldo mientras me sentaba en la fría baldosa.

—¡Levántate, Violett! —ordenó—. Iremos a un hospital para que te revise un médico.

Moví la cabeza de un lado a otro con desgano, ni siquiera me esforcé por abrir los ojos.

—No es necesario —dije con voz pausada—, ya estoy bien.

—Volver el estomago es sintoma de un sinfín de enfermedades graves e incluso de muerte, Violett —echó en cara con un tono de voz bastante agudo—, así que no me quedaré tranquila hasta que un medico me asegure que estás completamente sana.

—No exageres —pedí, pues la jaqueca regresaba poco a poco—, fue sólo uno de los efectos de la resaca... o quizás algo de lo que comí me cayo mal.

Esa última opción habría sido válida si en efecto hubiese comido algo, pero mi apetito fue tan poco y mi desesperación por salir de Manchester tanta que me fui antes de que Harry preparara uno de sus ya famosos desayunos.

—Le llamaré a Jay —la escuché decir mientras sus zapatillas golpeteaban contra el suelo—. Por cierto, ¿sabes que Louis va a casarse?

Abrí los ojos de par en par, encontrando a mamá aún en el umbral de la puerta. Mierda, ¿Louis se atrevió a decírselo?

—¿Qué? —fingí demencia. Eso era lo mejor que podía hacer en este momento.

—No finjas conmigo, Violett —y tras decir aquello salió de la habitación.

Con algo de dificultad me puse de pie, necesitaba ir a la estancia para buscar entre mi equipaje mi cepillo de dientes. Necesitaba con urgencia deshacerme de ese asqueroso sabor que había quedado en mi boca.

Tallé mi cavidad bucal con fuerza e ímpetu, la lavé por lo menos cinco veces, hasta que estuve segura de que cualquier rastro había desapreciado de mi paladar. Tras guardar de nuevo mi cepillo, me encaminé hacia el jardín, o bueno, ese era el plan hasta antes de que mamá me detuviera.

—¿A dónde crees que vas? —se hallaba de pie frente a mí con los brazos cruzados sobre su pecho.

—Por mi teléfono —señalé hacia su espalda—, se me cayó en el jardín.

—Olvídalo. Tú subirás a tu habitación e intentarás descansar mientras llega Jay.

Comencé a retorcerme y a pisar con fuerza en el mismo lugar, tratándose de un berrinche. Era una conducta bastante infantil pero no podía deshacerme de ella.

—¡Lo necesito, mamá! —chillé.

—Sube a tu habitación, yo te lo llevaré.

Suspiré una última vez antes de encaminarme a las escaleras.

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