Demasiado tabaco. Demasiado alcohol. Demasiado triste. Demasiado olvido. Demasiado lejos de ti. Demasiado tiempo. Demasiado vacío. Demasiado espacio en mi cama. Demasiado insomnio. Demasiado silencio. Demasiado tarde para decir que te quiero. Demasiado tarde para un reencuentro. Demasiado tarde para una despedida. Demasiado tarde para mi. Demasiado tarde para nosotros. Demasiado tarde para todo. Te quiero escribir, pero no puedo. Y supongo que tu nunca lo entenderás. Que serás la dueña de las llaves que abre la prisión que encarcela mi corazón. Y que en el fondo eso a ti te da igual. Como todo. Como lo que somos ahora. Como lo que un día fuimos. Las sábanas de mi cama me abrazan más que tu, y eso nunca fue buena señal. El cielo viste nubes grises desde que ya no rondas por mi habitación. Y eso que llaman verano yo lo llamo invierno sino te veo. Se queda corto decir que estoy roto. Incompleto en algunas partes. Afilado en otras. Que encuentro más semejanzas con un espejo roto que con quien solía ser. Aburrido y desolado, sin sueños. Solo un cuerpo frío y carente de corazón. Inerte. La felicidad me abandonó, la olvidé en tu cama. Por mi piel ya no transitan caricias, y mis labios agrietados ya no son besados. Y es que lo triste no es no encontrar el amor de tu vida, sino que este piense que tu no eres el de la suya. Y perderlo. Es entonces cuando perdemos también nuestro lugar, y nos vemos obligados a vagar en busca de otro. Otro amor, y otro lugar donde depositar la parte buena de nosotros. Llenando el vacío con otros vicios. Perdiendo las ganas en camas que no abrazan, en besos que no saben a nada, en caricias que no llegan a ningún lado. Añorando tiempos mejores, viviendo del recuerdo. Abrazando al insomnio, y llenando la almohada de lamentos y lágrimas. Muriendo poco a poco en desesperanza, hasta que un día simplemente te acostumbras al dolor, y solo esperas encontrar a alguien tan roto como tu. Alguien que bese todas tus cicatrices.