1 - Mudanza

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No estoy acostumbrado a escribir acerca de mi vida, y mucho menos acerca de la de los demás, pero siento que es lo menos que puedo hacer por aquel amigo que conocí de repente, de forma inesperada, al llegar a la ciudad de Danville, Illinois. Fue un viaje largo desde Alabama, y de cierta forma fue algo obligado: mi padre recibió un nuevo cargo en las oficinas de la editorial y se le solicitó que se mudará, y mi madre (como buena esposa) se animó a que fuésemos todos hasta el condado de Vermilion para seguir viviendo juntos y en familia. No es como que lo odie o que me duela dejar a mis pocos conocidos atrás, es solo que me da pereza...

El traslado en auto fue tedioso, más largo de lo necesario, pero los paisajes que observaba desde las ventanas eran un gran alivio. Las nubes coloridas que adornaban el amanecer y las colinas salpicadas de luces magentas y bermejas, y las calles pobladas medianamente con la brizna de la mañana bordeando los tejados. Al llegar al estado, sentí que el cielo se ennegrecía y que un pesado sueño me invadía. No era culpa de la ciudad, tan solo no quería estar despierto cuando llegásemos a hacer los molestos trámites respectivos a la residencia. Era un jueves, e iba la mitad del mes de agosto, por lo que muy pronto debía incorporarme en algún instituto de las cercanías (otra tarea importante a la lista), así que mi madre no tardó en despertarme para invitarme a dar un paseo por las academias vecinas, cosa que rechacé solo para estar un rato a solas. Fue ahí cuando ella salió, mi padre se quedó acordando lo del empleo y la vivienda y yo me dispuse a matar mi tiempo en cualquier actividad sencilla y (vagamente) entretenida.

El patio era algo espacioso, y la ausencia de árboles permitía ver hacia el nublado cielo sin problemas. Me acostaba en la grama solo para descansar un rato, intentando buscar formas entre el conjunto de nubes entrelazadas sobre mí. No tuve éxito, pero admito que los minutos pasaron volando, así que probé con algo más. Siendo un área tan calmada tenía la libertad de explorar el entorno casi sin limitaciones, y más ahora que no había un adulto atento a mis andadas. Me puse de pie y salí a la acera para caminar un rato, mirando las numerosas casas en hilera a ambos lados de la vía. Todas compartían el aire confortable y a la vez tosco, similar a la mía. Si bien las pinturas variaban, todas coincidían en la fachada otoñal y la estructura de dos pisos como un suburbio normal. Ya fuera de aquel camino, entrando en las áreas más urbanizadas los edificios eran mucho más grandes y ruidosas las zonas, pero aún se conservaba cierto aire de sosiego imperturbable entre las personas. Tanta tranquilidad era asfixiante.

Mis desorientados pasos me llevaron a lo largo de las primeras calles, rodeando edificios, institutos, incluso un orfanato vecino... Y fue al girar en ese último que lo vi. Sentí un golpe en la cabeza, suave pero chillón, como el sonido característico de una pelota inflable de esas de playa, y claro, eso mismo era. La sorpresa me tiró al suelo, y podría apostar que mi rostro mostraba el desconcierto que sentía en ese momento cuando vi al muchacho acercarse para recoger la pelota.

—Oh... Lo siento mucho—apenas se fijó en mí para decirme estas palabras de manera casi inexpresiva, y ya dicho tomó su balón y se regresó a jugar con él frente a una pared.

Aquel chico estaba en las mismas que yo, aburrido y sin idea de qué hacer, aunque yo habría luchado por tener esa pelota aunque fuera para entretenerme con el chillón rebote. Sin embargo, él estaba ahí solito, con el muro como su única compañía y sus ojos ni siquiera parecían darle importancia a ello, así como tampoco parecieron darme importancia a mí... Ese chico de camisa de botones y shorts beige, con la mirada apagada y un anticuado corte de pelo, era Clay, aunque yo todavía no lo sabía. Éste no era su verdadero nombre, eso es cierto, pero por respeto a él escojo guardarme su memoria para mí mismo, y así iba...

Luego del extraño momento anterior, volvía por mis pisadas para retornar a la nueva casa, pasando por el orfanato y luego el instituto. Justo era la hora de salida dentro de éste, y los estudiantes pasaban junto a mí con los uniformes y las mochilas atiborradas de libros. Schlarman Academy decía en letras mayúsculas en la parte externa del edificio, y justo cuando me distraje con ello, una melena carmín pasó a mi lado con un bolso blanco cruzado y un par de libros de pasta dura en los brazos. Un destello rojo ofuscó mi vista de reojo, y nada más darme la vuelta me topé con la silueta de la chica, con la falda oscura y la chaqueta azul rey. Por un instante el tiempo se detuvo para mí, mientras la veía hacerse más pequeña a la distancia y perderse al girar la esquina. No fue una visión repentina, una ilusión del corazón y la mente en conspiración, pues aunque suene a algo DEMASIADO cursi, aquello fue amor a primera vista para mí, y como dicen, el amor nos lleva a hacer locuras, y a veces estupideces.

Esa noche, de vuelta en el hogar y en medio de nuestra primera cena en familia, ya sabía qué decirle a mi madre:

—Quiero ir a la Academia Schlarman.

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