Prólogo

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El calor era sofocante.
La calefacción estaba a pleno en toda la casa y cada vez hacía más calor en el ambiente.
El invierno era una estación que golpeaba fuerte en Corea del Sur, así que DongHae se había encargado de cerrar todos y cada uno de los recovecos que había abiertos en su departamento y había encendido la estufa eléctrica a su máxima potencia para poder calentar su casa y que ni él ni el otro chico murieran congelados.
Kyu, su mejor amigo, le había ofrecido en más de una oportunidad durante ese día prestarle su departamento, que tenía calefacción centralizada, mientras él se iba de vacaciones durante tres días a la isla Jeju. Pero DongHae no lo había aceptado, no quería parecer un aprovechado y no tenía ganas de abusar de la buena voluntad y la hospitalidad de KyuHyun.
Entonces, ahí estaba, en el lugar de siempre, atrapado en el calor de su hogar junto a la única persona que le ponía los nervios de punta y obligaba a su corazón a latir tan rápido como si estuviera corriendo una maratón.
Dejó su abrigo sobre el sofá y su compañero de "estudio" lo imitó, observando el ambiente a su alrededor.
Si bien no era tan grande, la nueva casa de DongHae era bastante acogedora y de eso no le cabía ninguna duda a HyukJae, un joven apenas unos meses más grande que Hae, que había entrado a la universidad también gracias a una beca y que estaba a punto de perderla por su larga lista de problemas, los que incluían un trabajo como stripper, un padre alcohólico, una madre muerta, una hermana perdida y una ex-novia... embarazada.
Después de la muerte de su padre, DongHae se había mudado a ese pequeño departamento en Seúl, había conseguido un trabajo prometedor como ayudante en una academia de artes y había conseguido una beca para entrar a la universidad. Sus calificaciones eran perfectas y en tan sólo un semestre se graduaría; a diferencia de Hyuk, quien aún estaría dos semestres más en aquel lugar, siempre y cuando consiguiera subir sus calificaciones, de lo contrario lo expulsarían y sus sueños de convertirse en alguien con futuro y conseguir una vida mejor se acabarían.
HyukJae se acercó al gran ventanal que daba al balcón y lo abrió, de par en par, respirando el aire frío de la noche. Salió y cerró la ventana detrás de sí, dejando que el fresco exterior invadiera sus sentidos y lo llevara a otro plano. No tenía frío, a pesar de estar usando nada más que un sweater negro y unos pantalones de jean del mismo color. Él bien sabía que en su casa, en su cuarto, en su cama, hacía mucho más frío que en ese bello balcón que daba al centro comercial de la ciudad.
Abrió los brazos y sonrió, cerrando los ojos y dejando que lo invadiera la libertad que le daba estar allí, en ese lugar, con la persona que había cambiado su vida y le había dado un motivo para seguir adelante.
Suspiró cuando sintió unos brazos cernirse alrededor de su cuello y unos cálidos labios en su mejilla. Abrió los ojos y giró el rostro, encontrándose con la mirada calma y pacífica de su amor, de su DongHae.
– Hola, extraño – susurró él, muy cerca de sus labios y a HyukJae se le erizaron los vellos de todo el cuerpo. Quería probarlos en ese mismo instante, besarlo hasta que se quedaran sin aire y no hubiera otra alternativa que separarse para poder recuperar el aliento, pero se contuvo.
– Hey.
– ¿En qué piensas, Hyukkie? – amaba que lo llamara de esa manera, le encantaba que su Hae le dijera de una forma tan íntima y dulce. No le gustaba admitirlo, a su orgullo quizá, pero amaba a DongHae cada día más y estaría dispuesto a todo por él.
Le sonrió y negó con la cabeza.
– Pienso en ti y en mí y en lo mucho que desearía que siempre estuviéramos así, juntos, abrazados, sin tener que preocuparnos por el mundo exterior.
DongHae abrió los ojos como platos ante tales palabras y le regaló un casto beso en los labios.
– Eso es extraño. Tú no eres el romántico de los dos – hizo una pausa y Hyuk le besó la frente. – Pero me encanta que pienses en nosotros y que sólo yo invada tu mente – le confesó.
Hyuk se dio la vuelta y arrinconó a su amante contra el cristal del ventanal, comiéndole la boca con necesidad y desesperación. Tenía mucho miedo, miedo de que el mundo les diera la espalda o los lastimara aún más de lo que ya lo había hecho si alguien se enteraba qué clase de relación mantenían ellos, dos parias, dos personas que se habían levantado de entre las cenizas de la nada y se habían re-convertido en seres humanos derechos y con un futuro delante de ellos.
Allí, entre besos, caricias y una confesión, una promesa de amor eterno, se olvidaron de todo y de todos...


¿Quién hubiera pensado que, tiempo después, de un amor tan puro e inmaculado como el que sentían el uno por el otro, pudiera nacer el dolor más oscuro y desgarrador?

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