Cavando, condenado hasta la tumba y suspirando

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Valoro lo suficiente las calles, llenas de recuerdos, de huellas que van desapareciendo progresivamente, unas encima de las otras, pero lo verdadera intrigante de las calles es su contenido; desde pequeñas casas hasta condominios enormes, la gente que habita presenta diferencias y similitudes, comunes y no tan comunes. En la travesía de la vida se nos hace común asociar lugares a personas, es de hecho, algo que hacemos sin pensarlo demasiado, instantáneamente, aunque también están las variaciones de asociar sitios a cosas materiales, estados, fechas y pare de contar. La asociación es fundamental en la vida, nos hace imaginar una cantidad de cosas con simplemente observar o pensar escasamente.

El niño ve la esquina y piensa en la lluvia, también en los dulces, allí compraba dulces, no, su madre lo hacía, llovía también, fuerte unos días. En su tiempo de necesidad sólo inserta el caramelo en su boca y se desliga de todo, menos del sabor, porque es delicioso y le hace olvidar las cosas "malas". Su cabello algo ondulado porque su madre no tocaría jamás su cabello, lo considera hermoso, cubre hasta sus cejas. Derrocha felicidad al escuchar las pequeñas campanas de juguete en el sitio, hay magia en sus ojos, hay, sobretodo, inocencia, ignorancia y amor puro, típico de un niño, aún así, ¿qué es lo que ama? Ama el hecho de estar con su madre en una situación tan cómoda y cálida, quién no lo haría.

Alcancé a divisar moretones en los tobillos del pequeñín, traía pantalones cortos. El mundo seguía siendo tan horrible como siempre, como me lo esperaba, cruel, sin temor a herir a un pequeño que sólo quería vivir y disfrutar. Yo no era tan diferente si pensamos en él, a mí no me compraban ni dulces, solía ir al mismo sitio, a la misma esquina en donde me encontraba viendo al niño consumir, el niño me veía consumir; él con un caramelo y yo con un cigarrillo. En las épocas doradas, mi madre intentaba llevarme, digo "intentaba" porque realmente lo hacía a pesar de mi violencia, desde niño presenté un carácter imponente y violento, se me fue castigado de cualquier forma conocida, incluso se inventaron diversas formas de castigo, al menos yo no he sabido de ellas en otras personas afortunadamente. Aún conservo las quemaduras, también las pequeñas marcas de cuando me cosieron los labios, cuando decía las malas palabras que aprendía en la calle, producto de ello, uso cosas para el cuidado de los labios, labiales especiales y demás.

El chiquillo no me recordaba a mí porque mi reflejo de hace veinte años era muchísimo menos alentador. En el espejo, que seguía allí, él se veía, igual que yo lo había hecho incontables veces, con menos esperanzas. Quise acercarme hacia el muchacho, un debate mental inició; el ser considerado un pedófilo parecía el mejor de los casos, mi panorama más hermoso, acaba de salir de una institución mental, mi historial estaba algo manchado, no quería terminar con mi libertad efímeramente por hablar con un mocoso de no más de diez años, así que terminé mi cigarrillo y salí de allí, empezó a llover de la nada, como que al universo no le agradaba mi presencia, a eso había llegado muchos años atrás.

Era normal el ver cada edificio como lo que era, un edificio, sin embargo, para mi desdicha, cada edificio no era un edificio solamente, habían fotos en cada edificio en el cual yo había estado, por esas calles anduve de joven y de no tan joven, por ende, las fotos parecían eternas, se ampliaban conforme bajaba la mirada y me convencía de que todo era producto de mi muy juguetona mente. A las fotos les llegó el momento de hablar, al mismo tiempo me decían cosas, que yo entendía a la perfección, información codificada que cualquiera hubiera catalogado como "tonterías", pero que con mi experiencia y mis vivencias no eran tonterías, eran órdenes, verdades, recuerdos, insultos, susurros, risas, era como estar preso en ese sitio nuevamente.

De todas las voces fue una la que logró estremecerme, aunque para continuar me gustaría dar un concepto y unas ejemplificaciones de estremece y derivaciones del primero, un verbo fascinante en la esquizofrenia. Estremecerse es lo mismo que ser cortado astralmente por una sierra gigantesca de sentimientos no tan puros. Es caminar despacio por equis sitio y que de repente esta sierra – pueden elegir cualquier arma que les plazca y sustituirla – te corte en dos o que te rasgue una parte importante de tu cuerpo. Un ejemplo clásico de estar estremecido/a es cuando recuerdas a una persona no grata – absolutamente no grata – en un momento de debilidad emocional/confusión mental tremendo, la chica recordando a su pareja pasada, pero ella estaba muy mal antes, porque algo severo le pasó, también está el ejemplo del joven que está pacíficamente escuchando su género favorito en la comodidad de su cuarto luego de la muerte de su gata y por cualquier medio existente se entera de que ha dejado embarazada a una chica. La verdad es que siento que el último ejemplo sólo me ha pasado a mí pero qué importa.

Cómo iba a olvidar a la señora Anaís que me cuidó por tanto tiempo, mi piel tampoco la olvidaría, porque dejó ciertas marcas, quemaduras en mis costillas – según recuerdo son las únicas quemaduras de las cuales mi madre no era culpable – dado que era un niño bastante "enérgico". Oh, he recordado su acento cuando decía que yo era enérgico, causa gracia y cierta sensación poco agradable en mis costillas. Su residencia quedaba a unos metros de donde había visto al chiquillo del caramelo, el de los moretones, no lo había pensado, he olvidado también mis vitaminas. Me apoyo en el suelo y no se me mira mal porque ya hay otros vagos alrededor, saco el bendito frasco y tomo temblorosamente la pastilla carmesí. Observo por vez veinte mil que el frasco no tiene etiqueta, típico de un reclusorio mental.

Entre garabatos modernos cuyo significado no es la gran cosa para mí llego a la conclusión que nunca pude gritarle fuerte a la señora Anaís lo que siempre me pedía que gritara, que era un buen chico. Pasé la lengua por mis labios y volví a sentir aquel gran cucharón en mi boca, a quién sabe cuántos grados centígrados, quemándome y haciéndome reflexionar y decir al final del día con una voz medio fuerte que era un buen chico.

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