19 de Septiembre
Querido Diario:Como dice mi madre cuando trata de ser moderna, ¡que depre! Por momentos se cree todavíauna hippie del setenta. ¿Te la imaginas con una vincha en la cabeza y pantalones debocamangas anchas? ¡Imposible! Pero, volviéndola tema anterior, ¡que depre! Estoycumpliendo mi condena en un hogar para enfermos terminales. Trabajar trecientas horas esuna carga, pero tener que hacerlo en un lugar en el que la gente se recluye a esperar la muerte es un peso insoportable. Deprimente. No me resultaría tan tortuoso si sólo se tratara de unpuñado de ancianos, si bien tampoco sería lo ideal, en el fondo guardaría la esperanza de queal menos tuvieron una oportunidad en esta vida. Aquí hay personas de todas las edades, inclusohay un chico que tenia casi la misma edad que yo. Por suerte todavía no lo conocí. La señoraDrake me tiene tan ocupada preparando bandejas para la cena y doblando sábanas, que enrealidad no me queda mucho tiempo para hacer sociales. Este sitio es decadente. No porquetenga mal aspecto ni nada por el estilo, sino porque no puedo cumplir mis servicioscomunitarios allí. De ninguna manera. Es demasiado mórbido. Aunque sea lo último que hagavoy a encontrar el modo de huir de Lavender House. ¿Las razones? Saltan a la vista: ladirectora me detesta, está ubicado en el peor punto de la ciudad, y no me creo capaz de pasarlos próximos seis meses conviviendo con personas sentenciadas a muerte. Algo se me tiene queocurrir. Si hago un balance, lo único bueno que me pasó fue haber conocido al bombón delautobús. ¡Lástima que fuera tan grosero! Jean oyó la voz de su madre, que desde abajo le avisaba que ya era hora de salir. Arrojó sudiario en el cajón de su mesita de luz, tomó la mochila y corrió hacia las escaleras. No hablaron mucho camino a la escuela. Otra situación que la desalentaba. Recordaba aun lasépocas en que no podían dejar de charlar. Pero desde que su madre había empezado a trabajar,cada vez tenían menos que decirse. A veces, pensó Jean, mirándola de reojo, parecían seres dedistintos planetas. Vio a Jennifer no bien bajó del auto. Estaba parada bajo un inmenso roble, frente a la escuela.Con aquellos ojos enormes color avellana, su figura elegante y sus perfectos cabellos castaños,era una de las chicas más populares del Landsdale High.― Hola ― Saludó a Jean cuando se le acercó ― ¿Cómo te fue ayer?― Fue espantoso ― contestó su amiga. Echó una mirada furtiva a su alrededor para ver sihabía alguien observándolas. La mayoría de los chicos estaban reunidos en pequeños grupos,frente al edificio de dos pisos. Jean no detectó ninguna mirada intencional dirigida a ella. Enrealidad, todos la ignoraban lisa y llanamente. Tal vez la suya ya fuera historia antigua.― Ese lugar es escalofriante y queda en le peor sitio de la cuidad. Podré llamarme dichosa si nome asaltan.― ¿Cómo es la gente? ― preguntó Jennifer.― Bueno sólo conocí a la directora y a dos miembros más del personal. ― Al ver que Todd seaproximaba a ella, le sonrió ― y no fueron nada del otro mundo.― Hola, chicas ― Todd sonrió a ambas ― ¿Cómo van las cosas? Me enteré que te hancondenado a trabajar algunas horas en un hogar de ancianos. Jean lanzó una mirada furibunda a su amiga, pero Jennifer estaba tan embobada con Todd, queni cuenta se dio. Era imposible no mirarlo, pensó Jean. Alto, rubio, apuesto hasta decir basta yuno de los mejores jugadores de fútbol de Landsdale... Decididamente el chico más disputadode la escuela. Varias veces había salido con Jean, aunque desde un primer momento habíadejado bien en claro que no tendrían una relación exclusiva. Él salía con muchas chicas. Pero aJean le gustaba de todas maneras. Una de sus esperanzas era que algún día, Todd descubrieraque estaba perdidamente enamorado de ella.― Bien ― respondió Jean, avergonzada. Una cosa era trata de autoconvencerse de que una noera una ladrona, pero otra muy distinta, persuadir a los demás, sobre todo teniendo en cuentaque la habían pescado. ― Sólo espero que todo esto se transforme en una experiencia positivapara mí ― Bien podía ganar algunos puntos tomando las cosas con filosofías. ¿A quién no legustan las santas? ― Quiero decir, admito que he cometido un error. Pero siempre hay queencontrarle el lado bueno a las cosas.― No era eso lo que me decías hace un rato. ― La interrumpió Jennifer de inmediato ― En tuopinión ese lugar es de lo peor.― Dije que estaba en el peor punto de la cuidad ― Corrigió Jean ¿Qué rayos sucedía con suamiga? ¿Acaso pretendía dejarla como una idiota? Bastante con que, confirmando sussospechas, hubiera hecho arder las líneas telefónicas la noche anterior. Guardar secretos no erael punto fuerte de Jennifer. Pero tampoco esperaba que la hiciera quedar como una estúpidafrente a Todd y a propósito.― ¿Dónde queda ese lugar? ― preguntó Todd.― En la parte antigua de la cuidad, en Twin Oaks Boulevard.― Uh, ese barrio se viene abajo. ― Todd la miró compasivo. ― Será mejor que tomesprecauciones Jean. Una chica como tú podría ser un blanco fácil. Eres preciosa. Cuídate lasespaldas y aléjate de los callejones oscuros. Jean sonrió agradecida. Conocía sus atributos. Las rubias de ojos verdes y buena figura noeran moneda corriente. De todos modos, le resultaba agradable oírlo de otros labios.― No te aflijas ― dijo ― tendré cuidado.― ¿Vendrás al partido el viernes por la noche? Jean no pudo determinar a quien de las dos se dirigía Todd. Pero Jennifer no se detuvo apensarlo ni un segundo.― Yo sí ― respondió con descaro ― pero ella no podrá ir.― Tal vez pueda ― la contradijo Jean, ignoraba que se traía su amiga entre manos, pero ya seestaba hartando de su juego. ― Los viernes salgo a las cinco y media.― ¿No era que en tu casa te habían prohibido las salidas? ― Jennifer recogió su mochila y sela cargó al hombro. Sonrió a su amiga con aire candoroso. ― Además, ¿cómo llegarías allí sinauto o licencia para conducir?― Oh ¿quieres que te lleve? ― preguntó Todd ― Jugamos de locales, de modo que tendré queestar en la cancha a las seis.― Esta bien ― Respondió Jean con su ánimo en una vertiginosa caída libre, comparable a susnotas de física. No obstante, el dolor más grande en ese momento era la actitud de Jennifer. Talvez no eran tan amigas como había creído. ― Estoy castigada ― admitió ― Al menos por elresto del mes. Pero te agradezco la invitación.― Puedes llevarme a mí ― acotó Jennifer. Todd la ignoró.― No me parece tan malo trabajar en un geriátrico. Mi abuela está internada en uno y elentorno es bastante agradable. Jean decidió que lo mejor era decir la verdad. No tenía sentido mentir. Además, a pesar de queLavander House era espantoso, había empezado a sentirse un poco culpable por su actitud. Lopeor de este mundo debe ser saber que uno se va a morir sin remedio.― En realidad, no esto en un geriátrico ― explicó ― Es un hogar para enfermos terminales.― ¿Qué es eso? ― preguntó Jennifer.― Un lugar al que la gente va para morir ― Con su atención aun concentrada en Jean ― Quéextraño.― ¿Extraño? ― preguntó Jean ― ¿Por qué? Él se encogió de hombros y la muchacha no pudo menos que rearar en aquella espalda ancha,cuyos músculos se marcaban por debajo de la chaqueta.― Por tu edad.― ¿Mi edad? ¿Qué tiene que ver eso con m edad?― Todo ― contestó él ― Además de ser la primera vez que infringes la ley, se trata de undelito que no implica violencia ― Se interrumpió. Parecía bastante incómodo ― Espero que note moleste, pero he discutido tu caso con mi tío. Por supuesto que le molestaba, pero no era mucho lo que podía hacer al respecto. Tenía plenaconciencia de que se había convertido en el tema de conversación de sus amigos y susrespectivas familias.― No hay cuidado. Él le sonrió agradecido.― De todas maneras en su opinión ― que debe ser calificada porque trabaja para elDepartamento de Libertad Condicional ― Tendrían que haberte asignado a un hogar o centrocomunitario. De hecho, estaba casi convencido de que conocía el lugar exacto. ¿Te hasasegurado de que no cometieron un error contigo? No sería la primera vez que metieran la pata,ya lo sabes.― Oh, por el amor de Dios ― interrumpió Jennifer ― ¿A qué tanta discusión? Después detodo, lo único que tendrás que hacer es vaciar orinales o cambiar algunas sábanas. Todd meneó la cabeza.― Destinar a Jean a un sitio donde será testigo de cómo cierta gente espera la muerte es laestupidez más grande que podían haber hecho. Esa clase de cosas puede causar dañospsicológicos.― Que tontería ― contestó Jennifer.― Ninguna tontería ― insistió él ― se necesita una capacitación especial para trabajar en unaestablecimiento como ese. Sé que es así. Mi otro tío es cura y siempre habla de lo desgastanteque es trabajar con enfermos terminales. ― Miró a Jean ― Los funcionarios del departamentodeben haberse equivocado. De ninguna manera pueden enviarte a un lugar semejante. Imposible¿Quieres que le pregunte a mi tío? Así se le ocurrió la gran idea. Tenía que existir un modo de zafarse de esa situación. Toddestaba en lo cierto. El trabajo en Lavender House podía acarrear consecuencias muyperjudiciales: agotamiento, depresión, insomnio, pérdida del apetito. Las posibilidades eraninfinitas.― Es un gesto muy amable de tu parte, Todd ― contestó, obsequiándole la más calida de sussonrisas. _ Tal vez sea una buena idea preguntarle. Por supuesto, si el Departamento de LibertadCondicional cometió un error me gustaría saberlo. Cuando sonó el timbre, los tres se encaminaron hacía el edificio. Jean sonrió para sus adentrosmientras escuchaba a medias la charla de Jennifer. ¿No era una suerte haber mantenido esapequeña conversación con Todd? De pronto, vio una pequeña luz de esperanza. Se marcharía deese lugar aunque fuera la última cosa que hiciera en este mundo. Esa tarde se aseguró de tomar el autobús anterior. La dejó en la parada a las tres menos cinco.Miró la calle, tratando de decidir si le convenía entrar a trabajar media hora más temprano otomar una Coca en el bar de la esquina. Pasó un grupo de chicos, que se detuvieron a pocosmetros de la entrada del Hogar. No parecían muy sociables. Eso la decidió: salió corriendo haciala esquina. Tal vez se hubieran ido para cuando llegara la hora de empezar su turno. Con gesto ceñudo, Jean empujó las pesadas puertas de vidrio y se encaminó directamentehacia el mostrador. Limpieza no faltaba, pero era lo único respetable de ese lugar. Los pisosestaban recubiertos de linóleo gris de alto tránsito, los bancos giratorios presentaban grietas ensus tapizados de cuero rojo y el mostrador gris, cromado, había sido nuevo en la época deSegunda Guerra Mundial. La muchacha se sentó en uno de los bancos, sacó su libro de Física ylo abrió. Podía aprovechar para adelantar la tarea.― ¿Qué vas a tomar? Jean levantó la vista y se encontró con el bombón del autobús. Llevaba un delantal blancoatado a la cintura y, en la mano, un anotador y un lápiz. De cerca era mucho más lindo de lo quehabía imaginado. De ojos grises, cabellos oscuros y hombros muy anchos, sin duda arrancaríamás de un suspiro femenino al pasar.― Oh, una Coca, por favor.― ¿Algo más? Meneó la cabeza y soltó un suspiro de alivio. No la había reconocido como la idiota que nosabía que hacer para que se abriera la puerta del autobús, pensó, mientras lo miraba con elrabillo del ojo.― ¿Eres estudiante? ― Le preguntó cuando le trajo la Coca al mostrador.― Estoy en quinto año en Landsdale. ― Los latidos de su corazón se aceleraron. Qué hermosavoz tenía. De locutor.― Oye, Nathan ― vociferó un hombre desde el otro extremo de la barra, al tiempo quelevantaba su taza ― ¿Nos sirves más café? El chico no volvió a dirigirle la palabra. Sin embargo, Jean advirtió que no dejaba deobservarla cada vez que creía que ella no lo miraba. Fingió estar fascinada con su texto deFísica. Quince minutos después, pagó su cuenta y se marchó. El grupo de muchachotes que se habíareunido frente a Lavender House ya no estaba allí, pero de todas maneras Jean se apresuró aentrar. En ese barrio, lo mejor era no quedarse en la calle. No bien cruzó la puerta, la señora Drake la hizo subir.― Hoy te presentaré a los pacientes ― le dijo. Jean disminuyó la velocidad.― A veces hacemos cosas por ellos ― Continuó la mujer. Si en algún momento notó lavacilación de Jean, supo disimular. Cuando llegaron al descanso, se detuvo y esperó.― ¿Qué clase de cosas? ― preguntó la chica, con tono aprensivo. ―Oh, Dios ― pensó ― no soy enfermera. No pretenderán que aplique inyecciones o pongacatéteres, ¿no?‖ Pero no le habría llamado la atención un pedido semejante: hasta el momento no había vistopasar a nadie que remotamente se pareciera a un médico o una enfermera. La directora sonrió de mala gana.― No te preocupes. No te pediremos que practiques una cirugía cerebral. A ciertos pacientesles gusta leer, y a otros, salir a dar un paseo, pero necesitan un poco de ayuda para hacerlo.Algunos, simplemente prefieren compañía. Es parte del trabajo de una voluntaria. Hacer unpoco de todo. Una vez que hayas conocido a todos, podrás preparar las bandejas para la cena.― Oh ― comentó Jean, y se encogió de hombros ― de eso sí que puedo encargarme.― Bien ― dijo la señora Drake ― Y antes de que me olvide, recuérdame que te presente a laseñora Meeker. Es la enfermera que está de turno hoy. Se encara de suministrar los calmantes ylas medicinas y hacer que nuestros paciente se sientan lo mejor posible. Jean asintió con la cabeza y luego miró por detrás de ella al oír un taconeo que subía por lasescaleras. Una mujer de mediana edad, bastante robusta, con su negra cabellera convertida enuna montaña, subía en dirección a ellas. Llevaba un traje de pantalón y chaqueta verde, muyajustado, que ceñía con un cinturón color cereza, aros largos de piedras falsas y unos zapatosclaros, de plástico, ajustados con una cinta elastizada al talón; los tacos tendrían unos ochocentímetros de altura como mínimo.― Polly ― la llamó la directora ―, te presento a Jean McNab, la chica de quien te hablé. Jean,ella es Polly Dickson, la mejor de nuestras voluntarias.― Es un placer conocerte ― dijo la mujer, mientras le tendía la mano.Cheryl Lanham Dark GuardiansNo me Olvides19― Gracias ― contestó Jean. Tuvo que contener el impulso de no quedarse mirando el brillodorado que decoraba las largas uñas granate de Polly ― Para mí también es un gusto.― Tengo que ir a una reunión ― agregó la señora Drake ― Polly te pondrá al tanto de todo. ―Bajó las escaleras a prisa.― ¿Ya conociste a algún paciente? ― preguntó la voluntaria.― No hasta ahora aprendí donde están todas las cosas y a preparar las bandejas con la cena.― De acuerdo ― Con una sonrisa la tomó del brazo ― Vamos, empezaremos con el señorKenworthy. Es muy amable. ― Avanzaron por el pasillo. De pronto, Jean sintió miedo. ¿Qué se le dice a alguien que se está muriendo? ¿Cómo ha queactuar? ¿Había que fingir que nada pasaba?― ¿Que es lo que... eh... tiene?― ALS. El mal de Lou Gehring. Vino a vivir a este sitio cuando su esposa falleció porque notenía a nadie que cuidara de él. ― Se detuvo ante la última puerta del largo corredor, golpeó yempujó para entrar. Jean la siguió. La habitación era muy luminosa y estaba empapelada con diseños floreados enverde y amarillo. Había cortinas brillosas en la ventana abierta y una pantalla grande detelevisión. Un hombre delgado, de cabello oscuro y anteojos, estaba sentado en una silla deruedas, junto a una cama reclinable de hospital.― Hola, Jake ― lo saludó Polly con alegría ― ¿Cómo estás hoy?― Bien ― sus palabras se oyeron tan apagadas, que sonó como un ―Bnnn‖. Desvió la miradaaun sin torcer el cuerpo, para poder ver a Jean.― Ella es Jean McNab ― la presentó Polly ― Otra voluntaria.― Hola ― Jean sintió mucha pena por él, pero trató de no demostrarlo. Por suerte, tras laspresentaciones del caso, se marcharon de la sala. Lo peor es que no se le ocurría ni mediapalabra que decirle. Polly le hizo conocer a tres pacientes más: dos con cáncer y uno con sida. Jean trató de nopensar en el motivo de la internación ni en la razón por la cual sus familias no podían cuidar deellos. No quería tener que conjeturar respuestas. Era demasiado deprimente. Sin embargo, parasu asombro, toda la gente que conoció se mostró sonriente y alegre. Jamie Brubaker, el pacientecon cáncer, estaba por ir al cine.― Ahora te presentaré a Gabriel ― Anunció Polly ― mientras la conducía a una habitaciónseparada, situada junto a una pequeña escalera al final de pasillo. ― Tal vez le venga bien unpoco de compañía en estos momentos. La sala se parecía bastante a las demás, con excepción de que tenía más ventanas. Unmuchacho de pelo oscuro estaba recostado en la cama, leyendo una revista. Levantó la vistacuando las oyó entrar.― Hola, Polly, ¿cómo estás? Polly rió.― Como siempre. Te traje a una de nuestras flamantes voluntarias. Jean McNab. Gabriel Mendoza.― Hola ― la saludó él a secas.― Hola ― Respondió ella. Lo notó delgado en extremo. Llevaba unos pantalones de corderoymuy gruesos y una abrigada camisa de lana. El cabello era negro como azabache: su piel de uncálido color miel, y sus ojos de terciopelo, dulce como el chocolate. Sin embargo, no fue elpeculiar tono intenso de los ojos lo que le llamó la atención sino el modo en que la miró. Poruna décima de segundo, tuvo la sensación de que aquella mirada era capaz de penetrarle el alma.Tuvo que esforzarse por quebrar el contacto visual.― Los dejaré solos para que se conozcan ― dijo Polly —. Podrían jugar a las cartas, o haceralguna otra cosa. Gabriel, sé amable. No querrás espantar al personal, ¿verdad?—Yo sólo espanto a las moscas — contestó el aludido, sin apartar la mirada de la muchacha nipor un instante. Ella sintió pánico. No quería quedarse a solas con Gabriel. Y no sabía por qué. Pero Polly yase había ido. Él seguía mirándola fijo.— ¿A qué colegio vas? —preguntó por fin.— Landsdale High. ¿Y tú? — Habría deseado morderse la lengua. Por lo frágil de su aspecto,era obvio que no podía ir a ninguna parte. — Oh... lo siento. Fue una pregunta estúpida. — Iba Tufts — contestó —. Pero me parece que eso fue hace siglos. Me recibí el año pasado.¿Cómo es que te ofreciste de voluntaria en un lugar como éste? Jean se movió con nerviosismo. Por alguna razón, sintió vergüenza de confesar que enrealidad no era una ―voluntaria‖.— Bueno, sentí necesidad de hacer algo para ayudar. — Miró el cuarto, pues no deseaba quesus miradas volvieron a encontrarse. Había estantes con libros debajo de las ventanas. Un librode tapas plateadas le llamó la atención. — ¿Ése es el libro de Harry Harrison? — le preguntó,señalando el estante más alto.— Sí, es uno de la serie ―Edén‖. ¿Te gusta leer ciencia ficción? Jean se dirigió de inmediato hacia los estantes. Ese movimiento fue un pretexto para haceralgo, la liberó de la obligación de mirarlo.— Solía leer mucho más que ahora — contestó, mientras tomaba el libro. La tapa estabaarrugada y algunas páginas tenían las puntas dobladas; parecía bien leído y muy amado. Depronto recordó cuánto placer sentía ella a leer. — Pero ahora estoy tan ocupada queprácticamente no tengo tiempo. — Oh, sí, con tantas horas de trabajo como voluntaria. —Acentuó la palabra con sarcasmo. —Debe de ser muy difícil. Jean alzó la mirada. — ¿Cómo tengo que interpretar eso? Gabriel sonrió y su cara delgada se transformó. En sus ojos brilló un destello de picardía. — Significa que termines de una vez con la patraña. Todo el mundo sabe que no estás aquí porla generosidad de tu corazón, sino porque te arrestaron y fuiste condenada a brindar servicios ala comunidad. — Lo que no implica que mi trabajo sea malo. — se defendió. Él se encogió de hombros, como si le hubiera dado igual una cosa o la otra.— ¿Por qué te arrestaron?— Por mechera. — Dejó el libro. — Pero en realidad, no estaba robando. Sólo fue unatravesura.— Sí, un par de amigos míos hicieron una travesura parecida — replicó con sorna —, con ladiferencia de que para la policía fue robo de autos. También los obligaron a servir a lacomunidad.— Un par de aros ni se comparan con un auto — protestó Jean.— Pero ellos no habían robado el auto. Sólo estaban manejándolo para divertirse. Claro queeran pobres y latinos; ni ricos ni sajones.— Es un comentario muy ruin — gruñó Jean. Luego se tapó la boca, arrepentida. Demonios.Ese chico se estaba muriendo y ella ni siquiera sabía qué le pasaba. Lo mejor era que novolviera a abrir esa bocota suya, por pesado que Gabriel se pusiera. No quería irritarlo ni que sepusiera de rodillas a sus pies.— A menudo la verdad es ruin — dijo —, en especial con mis amigos. A ellos les dieron dosaños; a ti, trescientas horas. Un cóctel de emociones se anudó en su estómago. Estaba furiosa por la actitud de Gabriel,avergonzada y humillada. ¿Qué pretendía que hiciera, que se disculpara por no haber ido a lacárcel?— Será mejor que me vaya a ayudar con las bandejas para la cena. En el descanso del primer piso se topó con Polly.— ¿Ya terminaste? — le preguntó, mientras sacaba una pila de toallas de un carro.— Creo que estaba cansando — mintió Jean — ¿Qué es lo que tiene?— Anda mal del ―bobo‖ — respondió Polly.— ¿Problemas cardíacos? — Jean frunció el entrecejo. — ¿No es posible un trasplante en sucaso? Polly meneó la cabeza.— Gabriel tuvo una grave infección virósica, que complicó el estado de las válvulas o algosimilar. Sea lo que fuere, no está apto para ser trasplantado. Siempre y cuando tuviéramos lasuerte de conseguir un donante, claro. Lo dudo, por el tiempo que le queda.— ¿Cuántos años tiene?— Dieciocho. — Polly sonrió con amargura. Jean no hizo más preguntas, pues, en realidad, no deseaba conocer las respuestas. Si bien noera la persona más agradable que había conocido, tampoco quería pensar en lo que tenía queenfrentar. Dios, qué pesado era ese chico. ¡Pero sólo tenía dieciocho años! Pasó media hora colaborando con Polly en la tarea de cambiar toallas sucias por limpias yconocer a la mayoría de los residentes. Había doce internos en total, en Lavander House, y todosellos tenían algo en común; se estaban muriendo. Polly la llevó abajo, asomó la cabeza en el despacho de la señora Drake y le informó quepresentaría a Jean a la enfermera. Lavander House contaba con una enfermera matriculadadurante las veinticuatro horas del día. Tenía que haber una persona que se encargara delsuministro de medicamentos, que no eran drogas convencionales, de las que mejoran a la gente,sino aquellas sirven para ayudarlos a soportar el dolor. Después de eso, Jean armó las bandejas para la cena con la señora Thomas. Durante la tarea,se enteró de que la cocinera tenía dos hijos grandes. La hija estudiaba abogacía, y el hijo,ingeniería electrónica. El tiempo pasó tan rápido que Polly tuvo que entrar en la cocina y recordarle que ya era horade irse. Jean recogió de inmediato sus cosas y corrió hacia la parada de autobús. Durante el trayecto de regreso a casa, comenzó a orquestar todo. La conversación que habíamantenido con Todd le sirvió de puntapié inicial. Tenía que haber un modo de salir de esasituación, para no tener que volver nunca más a ese sitio. Apoyó la cabeza contra la ventanilladel autobús. La noche se cernía rápidamente sobre la ciudad. Las luces ya se habían encendido yel tráfico estaba pesado. Bajó donde correspondía y fue corriendo hasta su casa.*** Apartó el arroz y los langostinos hacia el borde del plato. No porque no le gustaran — ¡leencantaban! —, sino porque quería que sus padres notaran un deterioro en su apetito.— Será mejor que te apures, Jean — sugirió su madre, mientras se servía otro pancito —,Tienes tarea que hacer.— Ya terminé. — Corrió la silla hacia atrás y se puso de pie.— No has comido mucho — señaló el padre, que levantó la vista de su plato para mirar el deella —Mira cuánto desperdicio. ¿Comiste alguna cosa que te echó a perder el apetito?— No, no probé bocado desde el almuerzo, salvo una gaseosa. Simplemente, no tengo hambre—contestó, cuidándose muy bien de mantener su postura indiferente.— No te preocupes por ella, Gerald, — dijo la madre. Dirigió una mira de exasperación a sumarido. — Tiene una salud de hierro.— De acuerdo, si tú lo dices. Pero sigo sosteniendo que debería comer un poco más. — GeraldMcNab miró a su hija. Era un cuarentón regordete, de cabellos oscuros salpicados de plata, ojoscastaños y cejas espesas. — ¿Qué tal el geriátrico? — preguntó con el aire cordial. Jean se encogió de hombros. Tenía que ser muy, pero muy cauta en ese punto. Sus padresseguían muy enfadados con ella. Si pretendía comprar su compasión y lograr que el viejo ―papi‖moviera algunos hilos por ella, tenía que interpretar su papel a la perfección.— Bien. — Le obsequió una cálida sonrisa — Es un poco triste. — Los hogares para ancianospor lo general son así — comentó él abiertamente. Introdujo otro bocado de langostinos en suboca. Jean vaciló. Tuvo el presentimiento de que no era el momento indicado para informarles queLavander House no era un hogar para ancianos, en realidad. Con el humor que tenían en esosmomentos, lo más probable era que pensaran que cumplir los servicios comunitarios en unhogar para enfermos terminales era justamente lo que ella se merecía. No. Se aguardaría ese asdel triunfo bajo la manga para cuando estuvieran de mejor talante. Jean siguió jugueteando unos minutos más con la comida y su frustración se intensificó. Lospadres charlaban de sus cosas, al parecer, indiferentes a la tristeza y depresión que ella estabaviviendo. Demonios. Bueno... tendría que afinar la puntería.— ¿No te conviene empezar con la tarea? — preguntó Eileen, mirando su reloj. Por fin, Jean bajó los brazos. Estaba convencida de que, aunque el Ángel de la muerteestuviera sentado sobre su hombro en esos momentos, ellos se mantendrían firmes en su posturaindiferente. Caramba que estaban enojados. Tal vez lo mejor fuera darles unos pocos días más.Quizás una semana.— Es cierto. Tengo un examen de Física mañana. Al día siguiente tuvo que ir caminando a la escuela y por eso, llegó tarde. Cuando sonó elprimer timbre, estaba subiendo las escaleras a toda velocidad. Jennifer no la había llamado,llegaría tarde a su primera clase del día y tampoco había logrado borrar de su mente a GabrielMendoza ni al resto de los internos de Lavender House. Y su humor empeoró ante el anuncio del señor Campbell, su honorable profesor de inglés,respecto de que tendrían que entregar un resumen sobre un libro el lunes siguiente. No hubo quien no protestara en la clase, pero al viejo Campbell no se le movió un pelo.— Ésta es una clase selecta — aclaró. Tomó un trozo de tiza y se acercó al pizarrón. — Demodo que ninguno de ustedes debe tener problemas en terminar un libro.— Pero ya estamos a mitad de semana — se quejó Kimberly Rand —. Sólo nos quedan unosdías.— Olvida el televisor — recomendó Campbell.— ¿Podemos leer el libro que queramos? — preguntó algún alumno de atrás.— Siempre que sea un libro de verdad, con palabras de verdad en lugar de fotografías, no tengoinconveniente. — Les sonrió de un modo casi imperceptible. — Y por favor, ahórrenme eldisgusto de tener que verme en problemas con el Consejo de Educación. Catcher in the Rye estápermitido, pero Henry Miller y Terry Southern quedan totalmente fuera de discusión. Traten deelegir libros que estén en la biblioteca del colegio. Jean suspiró. El Distrito Escolar Federal de Landsdale no era famoso por sus ideas liberalesrespecto de los libros que se consideraban adecuados para los estudiantes secundarios. Laelección sería muy difícil. Fue entonces cuando recordó que había conseguido el primer libro dela serie ―Edén‖ en la biblioteca de la escuela. Al demonio, pensó. Si se sentía presionada, podíaescribir un resumen sobre esa historia. No vio a Jennifer en todo el día, pero se encontró con Todd a la salida de la biblioteca.— Hola — le dijo —. ¿Cómo estás?— Bien.— Oye, la propuesta de llevarte al partido de viernes por la noche sigue en pie. Jean se moría por aceptar, pero pedir a sus padres que le levantaran la sanción en esemomento habría arruinado todos sus planes. Cómo le gustaba Todd. Caramba. — Es muy amable de tu parte — contestó, con una sonrisa radiante —; si no estuvieracastigada, te habría dicho que sí de inmediato. — Lo entiendo — respondió él —. Tal vez podamos salir juntos cuando se acabe tu castigo. Abrió la boca para aceptar pero antes de poder articular palabra, la más descabellada de lasimágenes se representó en su mente: Nathan, el bombón del autobús. Parpadeó repetidas veces yluego sonrió, incómoda, al ver la expresión perpleja de Todd — Sí, sería lindo. — Bueno, avísame cuando tus padres te den permiso para volver a salir. Ah, el domingo voy aver a mi tío. Le preguntaré lo de Lavander House. — Oh, no te molestes. — Jean se encogió de hombros. — Mi papá se encargará de ese asunto. — ¿Seguro? Asintió con la cabeza y al segundo se preguntó qué demonios estaba haciendo. No podía darse Cheryl Lanham Dark GuardiansNo me Olvides25el lujo de desperdiciar ninguna propuesta de colaboración para huir de Lavander House parasiempre.— De acuerdo. Hasta luego. — Todd la saludó y se encaminó hacia el sitio donde estaba elequipo. Jean se quedó de pie durante un rato, pensando por qué no habría sido más vehemente parapedirle ayuda. Un montón de tonterías daban vueltas en su mente. Nathan, Polly, los pacientesdel Hogar, Gabriel y sus comentarios sarcásticos. Por un momento, se sintió rara. Se mordió ellabio. Quería borrar esa sensación. Pero no pudo. Se dio por vencida y se dirigió a su próximaclase.
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No me olvides-Cheryl Lanham
Sonstiges"Querido diario: ¿Por qué la vida es tan difícil? Cuando me sorprendieron robando, creí que el mundo se derrumbaba. Fue una estúpida travesura, pero eso no fue lo peor: la jueza me impuso una pena de trescientas horas de servicio comunitarios. ¡Toda...