Harry se encontraba sentado junto a sus amigos Shane Clawerfield y Molly Rustens, platicando sobre la fiesta que se llevaría a cabo en unos días, celebrando otro año que se iría. Los de último año serían los chaperones e intentaban debatir entre quienes serían los mejores y peores para ello.
-¿Creen que esté Tomlinson? -preguntó una curiosa Molly, mientras jugueteaba con la goma de su lapiz sobre su hoja, mientras miraba el reloj atentamente, rogando porque se hicieran las tres de la tarde y pudieran salir, luego de unas largas horas dentro del instituto Mudsen.
-Ya revise la lista, y no estará allí. ¿Por qué no se junta con sus amigos a salir, o hace gimnasia como todos nosotros? -Harry pensaba en las mil y un soluciones para la actitud de Louis Tomlinson, un compañero de último año que había ingresado hacía ya dos años y se había vuelto interesante para el rizado cuando en una clase de gimnasia, Harry fue golpeado con una pelota en el rostro al jugar quemados y el castaño, con su lento paso, se acercó hacia este y le preguntó si estaba bien. Ahí pudo observarle bien. Desde sus ojos, pasando meticulosamente por su nariz, sus finos labios, su vestimenta y, con velocidad, hacia la mano que este estiraba hacia el, para limpiar con un pañuelo un poco de sangre que se encontraba en su labio a causa del golpe.
Louis Tomlinson era un misterio desde el día en que llegó. Si bien tenía amigos, ni siquiera ellos le conocían lo suficiente ni sabían sus problemas.
-¿Vienes Harry? -Sin darse cuenta, la campana había sonado y Molly se encontraba frente a el, mirándole con sus grandes ojos amarronados. Este asintió y guardó sus cosas dentro de la mochila con desdén, para luego levantarse e ir en búsqueda de Shane, quien los esperaba en su convertible color negro.
Dueños de un salón de belleza, Stacy y John Clawerfield se mantenían en un buen nivel socio-económico, permitiéndole a su único hijo comprarse, de vez en cuando, alguno de sus deseados caprichos; por otra parte, May y Fletcher Rustens se aseguraban de que sus dos hijos tuviesen la mejor educación, brindándoles todo desde su lado más humilde, pues no disponían de tanto dinero con la familia de Shane. Ambos empleados de un local de ropa unisex con una paga de alrededor de dos mil libras semanales; y Harry, por último, era el hijo del profesor de ciencias del ya mencionado instituto, un hombre de unos cuarenta y dos que para suerte del oji-verde, no enseñaba en su clase.
El auto de Shane se veía impecablemente aseado, lo que traía sorpresa en los acompañantes del chico de renegrido cabello y ojos también amarronados. La primera en abandonar el mismo fue Molly, quien se despidió con un beso en la mejillas de ambos, bajando y agitando su lacia y rubia cabellera al caminar.
-¿Algún día le gustaré? -Una mueca se hizo presente en el rostro del joven al lado de Harry, quien dejaba caer las manos del volante abatido.
-Tal vez debas preguntarle.
-Sí, tal vez...
Al llegar, Harry se despidió de Shane y lo vió alejarse. Entró en su casa y el aroma a pasta le hizo saber que su hermana Keyla se encontraba en casa. Caminó hacia la cocina, y la encontró ayudando a su madre Evie a servir la pasta en los platos.
-Huele delicioso. -Sostuvo el plato que su hermana le entregó y besó su mejilla con suavidad. Repitió la acción con su madre y se sentó en la mesa, comenzando a degustar la comida.
Compartieron una cena llena de conversaciones, anécdotas y risas, mientras platicaban acerca de la emoción que sentía Keyla con el acercamiento de su boda con un compañero de universidad que conoció a los diecinueve, cuando comenzó a estudiar la carrera de profesora de química, la cual había finalizado hace unos meses.
-Estás a una semana de finalizar tu anteúltimo año. Un año mas, mi pequeño. -Una sonrisa se extendió en los labios de Keyla, mirando a su hermano con un admiración y amor. El amor que cualquier hermano tendría.
-De hecho, este fue mi último día. La siguiente semana es para que todos colaboremos en la conclusión de los detalles para el baile.
-¿Han dado notas?
-He sido de los mejores cinco promedios.
-Felicidades, Hazza.
Entre los tres juntaron los platos y vasos utilizados y los lavaron, para luego sentarse a disfrutar de unas películas acompañadas de unas tacitas llenas con cuatro bochas de helado. Dos de fresa y dos de chocolate. Era viernes en la noche, por lo que Harry y Keyla se desvelaron, luego de las películas, en el cuarto del menor, hablando acerca del futuro esposo de su hermana, los preparativos y demás.
-¿No hay algún chico que te guste, pequeño? -preguntó la castaña mientras llevaba una bolita de chocolate a su boca, saboreándola gustosamente. No era un secreto que su hermanito veía mas atractivos a los hombres que a las mujeres, pero en sus solo dieciseis años de vida no se había tomado el tiempo de posar sus ojos en uno y decirse a sí mismo "él me gusta".
-No, Key. -Un color leve tomó posesión de sus blanquecinas mejillas, otorgándoles color, al tiempo que jugaba con su sueter negro y soltaba una risita que hizo sonreír a la mayor al punto de abrazarle con fuerza.
Harry pensó unos minutos sobre la pregunta de Keyla. ¿Había admirado en secreto a un compañero de su clase y no se había percatado? Cerró sus ojos y comenzó a hacer memoria, desde el momento en el que se aseguró de su sexualidad a la actualidad, llegando a la conclusión de que solo había mirado a un solo chico. Un chico lleno de misterios, de ojos azul grisáceo con cabellera castaña y estatura similar a la suya. Ese mismo chico que una vez le ayudó dos años atrás -precisamente unos meses después de su ingreso-.
Sus recuerdos apuntaban a Louis Tomlinson.