Los Cantos De Maldoror

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LES CHANTS

Du

MALDOROR

PAR

LE COMTE DE LAUTRÉAMONT

(CHANTS 1, II III, IV, V, VI)

PARIS ET BRUXELLES

EN \TENTE CHEZ TOUS LES LIBRAIRES

1874

CANTO PRIMERO

RUEGO al cielo que el lector, animado y momentá­neamente tan feroz como lo que lee, encuentre, sin de­sorientarse, su camino abrupto y salvaje, a través de las desoladas ciénagas de estas páginas sombrías y lle­nas de veneno, pues, a no ser que aporte a su lectura una lógica rigurosa y una tensión espiritual semejante al menos a su desconfianza, las emanaciones mortales de este libro impregnarán su alma lo mismo que hace el agua con el azúcar. No es bueno que todo el mundo lea las páginas que van a seguir; sólo algunos podrán saborear este fruto amargo sin peligro. En consecuen­cia, alma tímida, antes de que penetres más en seme­jantes landas inexploradas, dirige tus pasos hacia atrás y no hacia adelante, de igual manera que los ojos de un hijo se apartan respetuosamente de la augusta con­templación del rostro materno; o, mejor, como durante el invierno, en la lejanía, un ángulo de grullas friolen­tas y meditabundas vuela velozmente a través del si­lencio, con todas las velas desplegadas, hacia un pun­to determinado del horizonte, de donde, súbitamente, parte un viento extraño y poderoso, precursor de la tempestad. La grulla más vieja, formando ella sola la vanguardia, al ver esto mueve la cabeza, y, consecuen­temente, hace restallar también el pico, como una per­sona razonable, que no es~á contenta (yo tampoco lo estaría en su lugar), mientras su viejo cuello despro­visto de plumas, contemporáneo de tres generaciones de grullas, se agita en ondulaciones coléricas que pre­sagian la tormenta, cada vez más próxima. Después de haber mirado numerosas veces, con sangre fría, a to­dos los lados, con ojos que encierran la experiencia, prudentemente, la primera (pues ella tiene el privile­gio de mostrar las plumas de su cola a las otras gru­llas, inferiores en inteligencia), con su grito vigilante de melancólico centinela que hace retroceder al enemigo común, gira con flexibilidad la punta de la figura geo­métrica (es tal vez un triángulo, aunque no se vea el tercer lado, lo que forman en el espacio esas curiosas aves de paso), sea a babor, sea a estribor, como un há­bil capitán, y, maniobrando con alas que no parecen mayores que las de un gorrión, porque no es necia, em­prende así otro camino más seguro y filosófico.

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⏰ Última actualización: Apr 29, 2013 ⏰

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