Parte 2 - Capítulo XVI

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La lluvia no paraba desde hacía horas. Sus únicas opciones era seguir en aquella cafetería esperando que cesara aquel diluvio o caminar bajo aquella lluvia otoñal y pescar un horrible resfriado. Lo pensó muy bien y la verdad es que se dejó decantar por la primera opción. Ya había tomado una ensalada por almuerzo y la verdad es no le apetecía mucho del menú, sólo le pidió al joven de la barra que le llenara nuevamente su taza de café. Era la cuarta que se tomaba y tenía la certeza de que sería la última. Su cuerpo no podría resistir una dosis mayor de cafeína. Estaba concentrado en su lectura cuando el tropel de la puerta al abrirse lo hizo girar su cabeza y chocar con la imagen de una joven empapada de pies a cabeza. A él mismo le pareció imprudente la manera como la estaba viendo pero era una fuerza gigantesca que lo impelía a seguirla con la mirada hasta que ella tomó el asiento al lado suyo. Se tomó su café de un tirón.

– Disculpa que me siente aquí – le señaló la chica con un tono de voz muy sutil – pero está cerca de la calefacción y la verdad estoy que muero de frío.

Henry estaba perdido en aquel par de ojos pardos que se lo tragaban por completo. Rebuscó entre las cosas de su morral y logró hacerse con una toalla de mano lo bastante limpia como para ofrecérsela a aquella doncella empapada. Ella se rehusó a aceptarla pero él se esforzó en ofrecérsela un par de veces más. Le pidió al chico que le diera un par de tazas más de café. La chica le agradeció con un gesto y luego del primer sorbo le dijo:

– Gracias Henry.

– ¿Cómo sabes mi nombre?– preguntó ansioso y excitado al mismo tiempo.

La joven le tomó la cara con su mano para decirle algo a unos escasos centímetros de su cara.

– Porque tú sabes el mío. ¿Lo olvidaste?

Henry rebuscó en su memoria pero la verdad era que no daba con la cara de aquella joven. De ninguna manera se habría perdonado haber olvidado el rostro de alguien tan hermosa. La chica le dio un tierno beso en la boca y fue como si alguien le hubiese golpeado en la cabeza con un enorme bate de beisbol.

Henry despertó. Sudaba de pies a cabeza a pesar de lo fría que estaba aquella habitación. Logró mover la cabeza a ambos lados solo para cerciorarse que estaba aún en el hospital. Se sintió algo decepcionado. El sentimiento de aquel sueño lo había hecho sentirse un poco normal, aunque aquella mezcla entre sueño y recuerdo lo desorientó, ya que así había conocido a Alice hacía ya unos cuantos años, al menos todo coincidía hasta el punto donde ella lo llamaba por su nombre.

La cabeza le daba vueltas. Quería saber que tanta movilidad tenía. Intentó con los brazos. Los podía mover sin mucha dificultad pero los sentía algo acalambrados. Se llevó ambas manos a la cabeza. Tenía el cabello más corto de lo que solía usarlo, de seguro debieron raparle la cabeza para hacerle la operación. Sus dedos titubearon antes de buscar en la parte posterior de su cráneo la silueta de la cicatriz que de seguro le había quedado. El miedo y la duda deambularon por su mente unos instantes mientras se decidía a delimitar aquella herida.

– Yo que tú no haría eso aún – le señaló Annie resguardada en la oscuridad que cubría el sofá de la habitación.

Henry se asustó y levantó las manos de su cabeza de un solo tirón. El sobresalto hizo que le doliera la cabeza repentinamente.

– Lo siento, no quería asustarte – dijo Annie mientras se aproximaba a la camilla.

Lo ayudó a incorporarse lentamente para luego acomodarle suavemente la almohada. Él se dejó caer sobre su espalda. No estaba muy adolorido, era más como una especie de entumecimiento o fatiga. Tal vez un poco de ambos.

– ¿Desea un poco de agua?

El afirmo suavemente. El agua fresca corrió por su garganta a tropezones tal como un río que debe abrirse paso para reencontrar su cauce. Bebió todo el líquido con solicitud. Nunca en su vida se había sentido tan sediento. Annie le acercó otro vaso no sin advertirle que se la tomara pausadamente.

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