Me di cuenta.

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Mientras la profesora los manda a callar, paso una mirada inquisitiva hacia cada uno de ellos. Ya he aprendido que el miedo al ridículo no es porque respetemos las opiniones del resto, sino que al ser muchos hay posibilidad de que sus risas lleguen a causarnos un daño auditivo permanente. Miro a "gordinfluo", o Tomás, para quienes no lo conocen, y me pregunto: ¿me importa lo que gordinfluo crea de mí? Hasta yo misma me río, ¡claro que no! Es patético, su uniforme siempre aparece con una mancha de mostaza, mancha que supongo él se aplica cuidadosamente todas las mañanas, pues invariablemente tiene la misma forma y diámetro, dispuesta en la mitad de su panza siguiendo la línea del ombligo; dudo que todos los días coma algo que lleve mostaza, o si lo hiciera, por lo menos se le debería regar en otro lado, pero no, la mancha aparece idéntica a la anterior, y siempre nueva, aún viscosa y con el olor clarísimo de que ha caído desde una salchicha. Miro a "carita de Bulldog", o Matilde, para quienes no ven el parecido, y me hago la misma pregunta; pues evidentemente la respuesta es la misma, ¡patética!, si fuera más baja, o si se riera un poquito más grave, seguro las autoridades exigirían que llevara un bozal en la boca y una correa en el cuello. Le tengo miedo, claro, con esos dientes de tiburón, ¿quién no le temería?, pero de ese temor, a que me importe lo que ella piense de mí, hay la misma distancia que de aquí hasta mi cuarto: inconmensurable. Luego de analizarlos a todos concluyo que sus opiniones me tienen sin cuidado, yo soy mucho más bonita que todos juntos, ¡son tan patéticos todos!... ¿O somos ? Si alguno me mirara, podría pensar algo malo de mí, de mi provocativa forma de vestir, de mis ojos azules, de mis pecas, de mis lentes y de que los uso porque me quedan de maravilla... o simplemente que soy la niña que le dijo mamá a la profesora. Si lo piensas bien, ella es la madre de nuestro conocimiento, por lo que no tiene nada raro que yo le haya llamado así. Pero a todo esto, ¿si no me importa lo que piensen de mí, por qué no dejo de sudar y no puedo dejar de pensar en que fui una estúpida?... no lo sé, nunca me había pasado esto. No es la primera vez que quedo en ridículo, y en esta ocasión no hubo nada distinto: todos se rieron; la profesora los calló pero no les hicieron caso; yo me entretuve mirándolos y pensando en lo patético que eran; seguí con mis ojos todos los rostros y los detuve en el chico nuevo para deleitarme en mirar la forma recta de su nariz, su mentón fuerte y curvado, esa pequeña sonrisa que esbozó y que fue la misma que vi cuando, al llegar, me miró por unos momentos, rió, bajó la mirada y ese gesto me invitó a contemplar sus pestañas frondosas y oscuras que resaltaban tanto sobre esos ojos celestes, de un celeste que jamás había visto y que es el mismo celeste del rio en que, luego de haberlo visto, me imaginé que cruzábamos abrazados en una canoa, con la brisa moviéndole los risos que le caían en el rostro y sus brazos entregados a sostenerme, a acariciar mi rostro y mis labios, labios que luego de unos momentos de paseo por el agua cristalina, él besó con la ternura del primer amor, y sus labios me enseñaron a mirar el presente, sentí cómo mi alma palpitando me dijo que eso era la vida, que en su boca podía ser feliz; luego se iluminó el tiempo y lo pude ver envolviéndonos y levantándonos, sosteniendo ese beso en lo infinito de un recuerdo, de... oh. ¡Carajo! ¿Por qué demonios tuve que llamarla mamá?

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⏰ Última actualización: Aug 27, 2015 ⏰

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