Pet Play

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Se arrastró a cuatro patas por el pasillo hasta llegar junto a mi lado en el sofá.
Traía el flogger en la boca y me lo dejó en mis piernas. Se sentó frente a mí, esperando paciente mi atención.
Sin previo aviso, lancé el flogger hacia el fondo de la habitación y él corrió hacia él. Lo recogió y me lo trajo.
Se puso frente a mí con él en la boca.
Se lo quité y, automáticamente, se colocó a cuatro patas frente a mí, deseando ser azotado.
Ladró de placer a mis pies con cada azote. Le vi sonreir con la cabeza gacha y le azoté un poco más fuerte. Gimió sin poder evitarlo.
Caminé a su al rededor, arrastrando el flogger por el suelo, escuchando su respiración entrecortada y acelerada.
Le dejé descansar unos segundos acariciándole el lomo con las tiras del flogger. Vi como su piel se ponía de gallina y, sin previo aviso, de nuevo le azoté.
Arqueó la espalda, sorprendido.
Le estiré del Collar hacia atrás, cortándole de golpe la respiración.
Sonrió con los ojos cerrados y le besé.
Le solté de golpe y le empujé con el pie para dejarle sentado.
Le até las manos a la espalda con mis bragas y le arrastré hacia el borde de la cama. Me senté en ella. Le agarré la cabeza y se la puse entre mis piernas.
Movió ágil la lengua.
Cerré los ojos y disfruté de su canina lengua entre gemidos.
Gocé de cada uno de sus lametones y, en un inmenso orgasmo, hice presión con mis piernas en su cabeza. Relamió mis fluidos y siguió lamiendo. Se lo impedí alejando su cabeza con mi pie con suavidad.
Le dejé sentado y le amordacé con una de mis ligas.
Comencé a acariciar su miembro suavemente. Con la otra liga procedí a privarle de la vista, haciéndole así totalmente mío, y consiguiendo que dejase de sentir suyo ni un solo pelo.
De pronto, oí un sonido procedente de sus labios, que indicaba que el movimiento de muñeca que yo había realizado de pronto entre sus piernas, era el acertado.
Continué sin a penas dejarle respirar hasta que conseguí que acabase.
Una vez lo hizo, le quité la liga de la boca y le ordené limpiar lo que él mismo había manchado en el suelo.
-¿Quieres jugar a algo, chucho?- le susurré al oído.
Asintió contento.
-Los perros buenos merecen jugar, ¿verdad?-cogí la fusta y le azoté en el lomo.
Ladró.
-¡La cabeza al suelo!- ordené.
Obedeció, quedando con la cara pegada al suelo, de rodillas, el culo en pompa y las manos aún atadas a la espalda.
Le acaricié la cabeza y, acto seguido introduje la primera de las bolas tailandesas en él.
Gimió asombrado sin despegar la cara del suelo. Las moví muy suavemente hacia arriba y hacia abajo, lo cual le producía aún más placer. Disfrutando de sus gemidos, introduje una más y sus gemidos fueron mayores.
Le dejé así unos minutos, disfrutando de esa imagen.
Deslicé mis dedos por al rededor de las bolas introducidas y le escuché suspirar.
Me senté frente a él en una silla, apoyé mis pies en su lomo y procedí a disfrutar por mi cuenta. Sabía que me escuchaba y aceleré.
Trató de alzar la cabeza para observarme, pero se lo impedí.
Finalizada mi tarea y con la silla sucia de placer, levanté bruscamente la cabeza y limpió.
Mientras tanto, yo procedí a introducir una bola más en él.
Gimió mientras limpiaba.
Le azoté el culo con mi propia mano hasta que dejó el asiento reluciente.
Tras ello, le liberé de sus ataduras y le premié con mimos y besos por su buen comportamiento.
Corrió a buscar la pelota y vino contento a que se la tirase para andar a buscarla. Se sentía orgulloso de sí mismo, de su comportamiento, de su obediencia y de su entrega. Podía verlo en cada paso y en cada ladrido.

2.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora