— ¿Y esa chaqueta?— preguntó el hombre aparentemente tranquilo pero con una rabia que le consumía por dentro al pensar que su pequeña había estado con alguien que no era él.
Isabela no se había dado cuenta de que llevaba puesta la chaqueta de pana marrón que su amigo le había prestado.
—Es de Jack— contestó amedrentada la chiquilla.
El señor Walker entró en casa de nuevo y cerró la puerta tras él haciendo que la pequeña se quedase fuera.
Estaba equivocada. Lo que ella más temía no era su casa, ni el olor a rosas, ni lo que pudiese pasar al llegar tarde; sino a sus padres. Ellos se llevaban mal, pero parecía que habían conseguido llegar a un trato. El señor Walker se ocuparía del daño físico mientras que la señora se encargaría del psicológico. Divertido, ¿no? Ese pensamiento irónico hizo estremecer a Isabela. Ésta se sentó en la mecedora con un miedo terrible a encontrarse con el espía de la reina de Luminia. Al ver y comprobar que ya no se encontraba en su jardín, se sentó y se acurrucó colocándose la chaqueta de Jack encima. No hacía demasiado contra el frío invernal que reinaba en el aire, pero por lo menos la hacía sentir más segura. Jack siempre la hacía sentir segura. Le llevaba dos años y para ella eso era una verdadera eternidad. Dos años. Dos insultantes, minúsculos y míseros años. Diez y doce.
Isabela se recogió el pelo en un moño despeinado con una goma con forma de tigre que su verdadera madre le había regalado. No personalmente, ya que había fallecido al dar a luz a Isabela, pero se la había dejado a su hermano Sean para que se la diese cuando ya no estuviera. Ella sabía que moriría; sabía que cuando la pequeña naciese, ella y su corazón dejarían de moverse. Pero no le hizo volver atrás. Simplemente pensó que no había nada más bonito en el mundo que tener una hija y que, si había suerte, viviría. Pero eso no ocurrió así. Al principio, después del incidente, el señor Walker era inexistente. Se limitaba a sentarse en pijama en la mecedora con Chop encima de las piernas y mirar al horizonte esperando a que; o bien su amada volviese de alguna manera con él, o bien a que llegase su hora para juntarse con ella de nuevo. Después de unos años con la misma cantinela todos los días, decidió moverse. Comenzó a trabajar en el aserradero y a llevar a Sean al colegio y a Isabela a la guardería. Les preparaba la comida, les comparaba ropa, libros... pero jamás hablaba. Simplemente se había quedado sin voz después de tanto llorar. Finalmente, en el aserradero conoció a Vera. Una mujer esbelta, de cuello perfecto y con unos pómulos demasiado altos. Se casaron cuando Isabela tenía tres años y, desde aquel momento, todo cambió repentinamente. Y hasta el momento nada había dejado de ser como era.
La niña permaneció inmóvil en la mecedora escuchando los fuertes ronquidos de Chop y algún que otro ruido al otro lado de la calle. Seguramente fuesen guerreros de la tribu del antifaz. Siempre rebuscaban en los contenedores y dejaban todo desperdigado por la acera para que el pobre señor Frank Prior, que era ciego, en uno de sus paseos matutinos chocase con la basura y tropezase hasta casi caerse. Nadie le ayudaba nunca, y eso a Isabela le carcomía, por eso cuando podía le acompañaba en los paseos. Simplemente para avisarle de cuando había una bajada, o cuando un miembro de los rebaños de la Colmena volaba a centímetros de su nariz. Él sabía que Isabela no era de muchas palabras, así que dejaba que el silencio reinara entre los dos. De vez en cuando llevaba unas galletas a la pequeña que había preparado con ayuda de su mujer. Los Prior eran la única familia verdaderamente buena del pueblo. El señor Prior había sido maestro de la escuela mientras que la señora Prior había liderado la primera manifestación de los alrededores. Ella junto con otros vecinos había conseguido que las mujeres pudiesen trabajar sin problemas en el aserradero. Ahora un montón de personas (tanto mujeres como hombres) trabajaban en él en igualdad de condiciones. La señora Prior padecía leucemia y a pesar de eso siempre fue una anciana tan agradable que daban ganas de adoptarla como abuelita. Cuando le diagnosticaron el cáncer le dieron dos años de vida y el señor Prior sufrió tanto que finalmente se quedó ciego por una enfermedad que nunca Isabela entendió. Y así era que ya habían pasado diez años y la señora Prior seguía tan animada como siempre.
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Historias bajo el colchón
RomanceUna serie de historias que vuelan alrededor de Isabela Walker, una joven con demasiadas historias como para contarlas todas.