La torre del ángel verde 4 - añoranzas y pesares

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LA TORRE DEL ANGEL VERDE

I

LÁGRIMAS Y HUMO

L

a desnudez desarbolada del Aleo Thrithing le resultaba opresiva; Kwanitupul también le era ajena, pero la había frecuentado desde la infancia y sus ruinosos edificios y abundantes canales le recordaban, un poco al menos, a su hogar de los pantanos. Incluso en Perdruin, donde había pasado un exilio largo y solitario, proliferaban tanto las murallas constrictivas y las veredas angostas, cuajadas de sombríos escondrijos e impregnadas de olor a salitre, que Tiamak había logrado vivir con sus añoranzas. Pero allí en las praderas se sentía absolutamente expuesto y fuera de lugar, y la sensación no era agradable.

«Los Que Vigilan Y Dan Forma me han concedido una vida verdaderamente singular -solía decirse-; la más singular, quizá, de entre todos los míos desde que Nuobdig se casó con la Hermana de Fuego.»

A veces se solazaba en ese pensamiento; al fin y al cabo, haber sido escogido para acontecimientos tan extraordinarios era una especie de recompensa por los años de incomprensión que su propio pueblo y los perdruineses le habían demostrado. No lo habían entendido, lógicamente, porque era especial; ¿qué otro wran sabía hablar y escribir las lenguas de las tierras secas como él? No obstante, en los últimos días, rodeado de extraños una vez más y sin saber lo que había sucedido a su pueblo, ese mismo pensamiento lo llenaba de soledad; en esos momentos, cuando el vacío de los ajenos paisajes norteños lo desbordaba, bajaba hasta el río que atravesaba el campamento y se sentaba a escuchar los sonidos familiares y tranquilizadores del mundo acuático.

Precisamente, regresaba al campamento un poco más animado después de remojar en el Sterflod sus morenos pies a pesar del viento y la baja temperatura del agua, cuando una sombra pasó de largo como un rayo; corría con el cabello claro flotando al viento y se movía con la agilidad de un caballito del diablo, mucho más veloz que cualquier ser humano. Sólo tuvo un instante para seguir con la vista la forma huidiza antes de que otra silueta oscura apareciera detrás. Debía de tratarse de un pájaro grande que volaba a ras de suelo como si persiguiera a la primera.

Se quedó perplejo mirando las dos formas que se perdían colina arriba en dirección al centro del campamento del príncipe y tardó unos momentos en darse cuenta de quién era la sombra primera.

«¡La mujer sitha! -exclamó para sí-. ¿Perseguida por un halcón o un búho?»

No tenía sentido; aunque, por otra parte, tampoco comprendía a la propia mujer: Aditu, se llamaba. Jamás había visto a nadie semejante y además lo atemorizaba un poco. Pero... ¿qué era lo que la perseguía? Por la expresión de su cara habría dicho que huía de algo terrible.

«O se precipitaba hacia algo terrible», puntualizó; se le encogió el estómago. La sitha se dirigía hacia las tiendas.

«El Que Siempre Camina Sobre Arena -rezó, al tiempo que reemprendía la marcha-, protegedme; libradnos a todos del mal. -El corazón le latía desbocado, mucho más rápido que sus pies-. ¡Qué año tan funesto!»

Al llegar a las primeras tiendas, se tranquilizó un poco; todo estaba en calma, y algunas hogueras ardían aún. Pero la quietud era excesiva, se dijo al momento siguiente. A pesar de la hora tardía, faltaba mucho para la medianoche y debería haber habido gente por los alrededores, o, al menos, oírse ruido de los que todavía no se hubieran acostado. ¿Qué sucedía?

Había pasado ya un rato desde que había visto al pájaro en vuelo rasante y ahora estaba seguro de que se trataba de un búho; arrastrando una pierna y resollando, continuó hacia el punto por donde lo había visto desaparecer. La pierna herida no estaba acostumbrada a los esfuerzos y le ardía, le palpitaba, pero puso todo su empeño en olvidarse del dolor.

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⏰ Última actualización: Jul 20, 2009 ⏰

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