Capítulo único

249 38 37
                                    

—Damos gracias a esta comida, como la que cada día hemos tenido el placer de degustar. Bendice nuestra existencia y la de nuestra comunidad, así como a nuestro pequeño Alfred...

Alfred los miraba sonriente, esperando que su padre terminara la oración para poder empezar a comer. Esta rutina se repetía día tras día, comida tras comida, como parte de las tradiciones que Jones abrazaba con ahínco, negándose a abandonar.

Era un chico feliz, sencillo y humilde, pero con una enorme curiosidad. ¿Cómo sería el mundo más allá de la comunidad? ¿Las personas también vivían como ellos? ¿Podrá tener más amigos si va a la escuela, fuera de ahí?

No lo sabía, pero tampoco se desgastaba tanto en ello.

—¿Papá? ¿Cuándo podremos ir afuera?

—Al, pero si siempre salimos, cariño.

—Lo sé, mamá. ¡Pero quiero ver qué hay más allá!

—Alfred...

—¡Alfred!

Su madre le miró horrorizada casi, ella no había conocido lo que era estar fuera de la comunidad y, bueno, esperaba que Alfred fuera como ella, no tan curioso como era.

Su padre sonrió un poco, le recordaba a él mismo, cuando quería saber qué había más allá. Qué había justo dónde el sol se ponía y donde el sol salía. Aunque, claro, él no pudo.

El señor Jones suspiró, para después mirar a su hijo y revolverle el cabello.

—Hablaremos de eso después de comer, hijo.

Alfred asintió, comiendo con entusiasmo. ¿Era algo malo querer salir?

***********************

Ya habían pasado dos meses desde aquella conversación y Alfred acababa de cumplir 16 años. La comunidad era un lugar tranquilo, nada les faltaba ahí, nada podían necesitar.

Pero aquel día fue diferente.

Alfred y sus amigos corrían de un lado a otro, persiguiéndose los unos a los otros, hasta que vieron algo que llamó su atención. ¡Una columna de humo! ¡Algo se quemaba allá en el horizonte!

Los chicos salieron en aquella dirección, ¡debían ayudar! ¿Y si el padre de Marcus había vuelto a presenciar un incendio, pero no podía apagarlo esta vez?

Alfred se adelantó con facilidad, llegando a la fuente antes que los demás. No era un incendio, o el padre de Marcus.

—¿Quién eres? —le preguntó a aquel chico, que estaba de espaldas a él, sentado alrededor de una fogata.

—¿Acaso no te enseñaron a saludar, niño? —respondió el extraño, de cabello rubio y cuerpo menudo, vestido de negro.

—Oh! Lo siento, ¡soy Alfred, hola!

—Ehm... Claro, hola —volteó sin mayor intención, pero algo le llamó la atención. Ese chico no era como los que solía frecuentar, incluso su mirada era diferente.

Aquellos ojos azules, como el cielo despejado le hicieron estremecer. Sus facciones de niño y su cuerpo de adulto le confundió. ¿Qué hacía ese chico allí? ¿Y qué jodidos era aquel mechón en forma de media luna en su cabeza?

Se acercó, frunciendo sus cejas y jaló el mechón.

—¿Qué diablos es esto? —y volvió a jalarlo.

Alfred, por su parte, se había quedado viéndolo, asombrado. Ojos verdes cual esmeraldas, piel pálida pero con un par de aros, en el labio y la oreja. Su ropa se ceñía a su figura, dejando muy poco a la imaginación. Pero sus cejas... Aquellas cejas eran demasiado espesas para ser de alguien normal. ¿Podría tocarlas y no morir después?

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Aug 30, 2015 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

A la luz de la fogataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora