Capítulo VI: Excursión en las montañas.

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Pasé toda la noche conversando con Mark, había pasado bastante tiempo desde la última vez que tuvimos una charla profunda.

— Mark, creo que somos un poco lentos —insinué. Tuve una idea.

— ¿De qué hablas? —inquirió Mark.

Me levanté y empecé a tocar algunos árboles, no se veía casi nada.

— ¡Sí! —grité, y se empezaron a escuchar crujidos.

— ¿Qué estás haciendo Kyle? —preguntó Mark preocupado por mi actitud.

— Estoy rompiendo algunas ramas, hagamos una fogata para iluminarnos un poco —respondí mientras tenía varias ramitas en las manos.

— Como no se me ocurrió —murmuró Mark—, te ayudaré.

Rompimos varias ramas y las recopilamos, traté de imitar las acciones de los aventuristas al formar fuego en la selva o bosque. Puse varias ramas en el suelo, agarré una y la puse en forma vertical para seguidamente frotarla rápidamente encima de las otras ramas.

Intenté por varios minutos pero mis intentos fueron en vanos.

— Esto es... demasiado difícil —balbuceé fatigado—, en la televisión parecía más sencillo.

— Déjame intentar —dijo Mark, tratando de ubicarme estirando sus brazos hasta dar conmigo.

— Toma —le di la rama—, intenta a ver...

Mark hizo lo mismo que hice minutos atrás, a diferencia que a él si se le prendió una pequeña llama. Comenzamos a soplarla suavemente para que se expanda y colocamos más ramas encima.

Logramos hacer una fogata pequeña, lo suficiente como para poder vernos.

— Agarremos mas ramas, necesitamos hacerla más fuerte —indiqué.

— ¿Para qué necesitamos más fuego? —preguntó Mark, notándose un poco cansado.

No le respondí y seguí rompiendo ramas, mientras más grandes mejor. Era un acto doloroso, bastantes astillas se enterraron en nuestras manos, pero se puede decir que valió la pena. Hicimos una fogata lo suficientemente grande como para iluminar parte del camino.

Agarré un tronco pequeño y me quite la chaqueta enrollándola en él.

— Ya veo lo que intentas hacer, ¿pero como piensas encender eso? —dijo Mark.

— Tenía aceite en uno de sus bolsillos —respondí con una sonrisa burlona—, ese aceite se lo tenía que dar a una persona que iba a arreglar algo en el motor del auto de mi madre, pero se me olvidó dárselo y olvide que lo puse en el bolsillo.

— Que conveniente, eres muy suertudo —dice con un tono irónico.

Bañé la chaqueta con ese aceite y se prendió la mecha.

— Vamos Mark, ahora si podemos ver las equis en los arboles —dije mientras sostenía el tronco con la llama.

— Sigo sin entender como no se me había ocurrido —responde Mark.

Gracias a la luz del fuego pudimos ver las equis y salir del bosque. Cuando llegamos a la carretera principal nos tocó caminar un rato hasta poder dar con el auto de Mark. Ya se veían algunos rayos del sol y un poco de claridad en el cielo.

— Debe de ser cerca de las cinco o seis de la mañana —indicó Mark, mientras abría la puerta de la camioneta—, debemos apurarnos, la excursión es a las ocho.

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