Eso a lo que le llamaban arena resultaba ser extrañamente tibia, jugaba con los pies inmersos en ella, encantada por su suavidad. Aún tenía los ojos cubiertos, y si bien el eco de las olas me intimidaba, el hecho de reducir un poco mi sonrisa de entusiasmo me resultaba imposible.
Habíamos pasado semanas planeando todo para la hora de partir, y se notaba a simple vista que él estaba tan motivado como yo. No podría estar más agradecida con el padre que me toco, tal vez contar con su apoyo en todo lo que una chica adolecente necesitaba para poder crecer tranquila era una pérdida de tiempo, pero esos ojitos, ya un tanto arrugados, hablaban por si solos. Ellos serían capaces de entregarme el mundo entero para obligarme a descubrir, vivir y emocionarme, ellos querían sorprenderme.
-¿Estas lista?- me pregunto. Sin darme tiempo a responder y con un arrebato entusiasta desato el lazo que cubría mis ojos. Se me comprimió el pecho en cuanto comencé a abrirlos luego de la primera carcajada. Ya era casi media noche, nadie además de nosotros lo contemplaba. El, que a diferencia mía no estaba ahí por primera vez, me miraba expectante, esperando que tal vez diera señales de vida, pero mi sonrisa había quedado atrás.
Sentía miedo, pues me habían dicho que el viento determinaba el cesar de la marea, pero no lo podía creer, porque se estaba tragando todo a medida que avanzaba hacia nosotros, las rompientes apresaban las brisas haciéndolas parecer tan débiles, tan sumisas ante su fuerza que me obligaron a quedarme boquiabierta. Y aun así todo el impulso que tenían para llevarse por delante el mundo no era proporcional a su tamaño. Y si, lo digo de esta manera, porque en aquellos instantes mantuve el presentimiento de que rebozaba de vida. Se alzaba con decisión, caía con brusquedad y tan solo se deslizaba con arrogancia y sutileza, esta primera impresión me decía que no había lugar para dos, por lo que yo no era más que otro grano de arena en el montón, tan inmóvil e indiferente para el resto del universo que me obligaba a pensar que mi mera existencia no valdría la pena de nadie.
Papá me acaricio suavemente la nuca, me ayudo a salir del limbo en el que me encontraba, suspire profundo y comencé a ver todo ajeno, me aleje del temor ignorando el hecho de mi baja y reciente autoestima, tan solo admire, tal vez con un poco de envidia, no lo sé, pero era simplemente maravilloso.
Voltee, alcé la cabeza y le sonreí con ternura, todavía un poco abrumada. Las canas de su cabello dispersas indiferentemente resaltaban en contraste con su color opaco que se camuflaba con lo oscuro de la noche, su mirada perdida en el horizonte se achinaba con una nostalgia que las arrugas de su piel reseca ayudaban a remarcar. Solo le diría gracias, gracias por haberme llenado de oportunidades, por traerme, por dedicar su vida a criarme solo y aun así esforzarse para hacerme sentir que yo no lo estaba, por ser un ratón de biblioteca, por nuestro lindo departamento, por enseñarme a hacer amigos en la gran ciudad, en fin...agradecerle por muchas cosas.
Si bien todo esto rondaba en mi mente decidí dejarlo para después, ya que no me atrevía a romper el silencio. Apoye la cabeza en su falda y continúe observando el paisaje que había revolucionado mis ideas de inmensidad.
Lo que más encantada me tenia era el horizonte, mi vista lo limitaba con una simple línea curva a lo lejos, que pese a ser tan oscura no se comparaba con la infinidad del cielo que se alzaba detrás. Las estrellas sumergidas en ella y por sobre la misma, tan brillantes, tan claras, una cantidad inimaginable que trascendía ilimitadamente las imágenes del libro de ciencias. Y juro, aunque parezca ya demasiada cursilería, que el ruido del mar las hacia hablar.
Tenía en claro que tal vez esta impresión me parecería absurda en algún momento, pero no creo poder olvidar la sensación que dejo en mi pecho. Algo nuevo se posaba en la estantería de los momentos más importantes de mi vida, y tenía en claro que la visión sobre mi existencia acababa de cambiar drásticamente. Sabía que en el momento en el que dé la vuelta y muestre mi insignificante espalda a semejante espectáculo no volvería a desganarme, por lo menos por un tiempo, decidida a enfrentar y a jugarme mi escaso tiempo de vida para cumplir mis sueños. Porque esas estrellas, la delicada espuma del mar y los pequeños caracoles ocultos en los grumos de arena, me habían dicho que este pequeño cuerpo podría algún día hacer lo imposible posible, con tal de volver a sentir lo que este panorama había dejado dentro suyo, y por supuesto lo mismo esperaba para el hombre barbudo y viejo que aún seguía sin mencionar una palabra.
Cerré mis parpados y me dedique a escuchar, el viento, la marea, la respiración de mi padre y los autos que pasaban discretamente por las calles de tierra cercanas a la playa. Sonreí, realmente fue un día excelente.
Hoy pude conocer a la abuela Sonia, mama de mi mama, supongo que 15 años es un tanto tarde, pero no la puedo culpar después de haber perdido a su hija. La cuestión es que es una mujer divina, cocina tan bien como todas las nanas del interior (según los rumores urbanos), y aunque papa tenga que dormir en el sillón, su pequeña cabaña es muy acogedora. Por sobre todas las cosas lo mejor que tiene es vivir cerca en la costa, podría convencerla para que me deje pasar el verano aquí. Traería la cámara que recibí por navidad y sacaríamos fotos mientras recuperamos momentos juntas, elegiríamos una favorita para el portarretrato de su mesa de luz, que aún no lo tiene, pero se lo pienso regalar.
Comencé a imaginar planes para el día de mañana. Lo primero en mi lista era volver y meterme al mar, seguramente sería muy diferente, pero al parecer tan divertido no podía excluirme de una idea así. Compraríamos de esos sacramentos rellenos que venden a la vuelta de la esquina, me tienen embobada desde que llegue. Para la tardecita después de bañarme, me voy a dedicar a husmear en el placar de la pieza en la que duermo, espero encontrar fotos y cosas de mama cuando era joven, ya que papá no las tiene, si tengo suerte la abuela me puede ayudar. Y finalmente por la noche haremos una parrilla en el patio, invitamos a los vecinos, ojala ese morocho de ojos claros que sacaba la basura esta mañana sea parte de la familia de al lado.
Aun sonreía, el frio me obligo a despertarme de mis ideas optimistas y sentarme para considerar volver a lo cálido de la cama. Antes de acostarme abrí la persiana de mi cuarto para contemplar otra vez las estrellas y la luna menguante de las 3 de la madrugada. Agradecí nuevamente, pues hoy mis esperanzas habían superado por kilómetros mis pequeños sueños de rutina, mis horizontes se habían expandido en todos los sentidos, sonrojada en lo oscuro, sentí y viví el placer, porque parecía que toda esta inmensidad había nacido plenamente de mí.
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Los principios de mi inmensidad
Short StoryUn nuevo paisaje revoluciona sus propios horizontes.