Capítulo 19. Andrómeda Angelotti

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— ¿Qué pasa? Parece que hubieran visto a un fantasma —rió divertida.

Caleb comenzó a negar cada vez con más fuerza, negándose a creer lo que veían sus ojos. Ella estaba ahí, frente a él, tan viva y juvenil como siempre. En ninguna parte de su cerebro lograba procesar que la Runa que murió hace cientos de años estaba frente a él, haciéndose pasar por otra persona.

A su lado, Lena estaba sin aliento aún sosteniéndose de Leonardo para no caer. Sus ojos recorrían a Runa con énfasis, sintiéndose maravillada y un tanto horrorizada por que estuviese allí. Había pasado mucho tiempo leyendo su diario, internalizando con sus pensamientos, temores y sueños, tanto que la sentía como una vieja amiga.

En el momento en que Runa posó sus ojos en Lena, le sonrió y se acercó un poco más para sostenerle el rostro, con actitud protectora y cariñosa.

— Eres más bonita de lo que imaginé —dijo Runa—. Creo que sabes quién soy, ¿no? Eres de los pocos que han reaccionado como él —señaló a Caleb. Lena asintió, sin palabras.

— ¿Cómo es que estás viva? Deberías haber muerto hace cientos de años —exclamó su ángel. Runa suspiró y puso los ojos en blanco, mirándolo con reproche porque había asustado a los pocos que quedaban espantar.

— Había olvidado que eras más dramático que yo —murmuró—. Para que te sientas más tranquilo no soy un vampiro. Solo le pedí mi inmortalidad a una hija de la vida y la muerte —dijo.

— ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Cuándo? —inquirió Caleb.

— Cuando me di cuenta que debía hacer algo para proteger a mi familia, y cuidar a lo que más amaba —respondió—. Desde ese momento, no he hecho otra cosa más que cuidar a cada Engelson, ya que tu a veces no has sido muy efectivo —se encogió de hombros—. Los he seguido en cada paso, pero no siempre lo he tenido fácil —comentó, y ante la expresión de Caleb, ella se vio indignada—. Incluso llegó a mis oídos que no me amaste realmente, me partiste el corazón... pero lo superaré —exclamó.

Caleb resopló, y Lena no pudo evitar sonreír. Ella era tan dramática, desenfada y altanera como la imagino. Runa realmente podía hacer que una habitación quedara en silencio mirándola y escuchando cada cosa que dijera.

— ¿Y qué pasó con Johann? —preguntó Lena. Runa se volvió serie y tormentosa, y sus ojos se volvieron opacos.

— Mi esposo murió —respondió.

— Él realmente no era tu esposo —susurró Caleb, y recibió las miradas venenosas de Runa y Lena sobre él.

— Es un gusto conocerte, mi esposo y suegro pasaron mucho tiempo investigándote —Augusta le dijo, estirando su mano hacia ella. Runa le miró con curiosidad, y le tendió la mano. Había algo que le recordaba a su madre; quizás además de sangre Algers, tuviese algo de Mortensen.

— Oh... a mí siempre me encantó jugar a las escondidas, y más cuando querían saber de mí, y debía mantenerme oculta —comentó, y tras reír de sí misma, encontró entre el gentío a Hamish y su risa se esfumó.

Runa parpadeó anonada, caminando con elegancia hacia él, y ni siquiera tuvo pudor cuando pasó sus manos por su rostro y su pelo. Hamish se mantuvo quieto y silencioso, precavido y se tensó cuando los ojos de ella se detuvieron en los suyos. A su lado, Ethan elevaba las cejas con curiosidad, al nunca haberlo visto intimidado. Ella lo miraba fijamente, con ensoñación, y sonrió con tristeza.

— Tienes sus ojos —susurró Runa en trance—. Eres un Law, ¿no? —preguntó, y Hamish asintió sin palabras. La sonrisa de ella se extendió por su rostro.

— ¿Los ojos de quien? —inquirió Lena.

— De Johann —respondió Runa—. La mayoría de los Law los tienen, hay igual que los Madison...

Legado III: La Emperatriz de los Bastardos [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora