Capitulo 1 "peregrinaje"

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¿Como que no vende? ¿por qué? - rugio Edward Cullen junto al teléfono. De pie, apoyado contra su escritorio, miró sin ver las torres gemelas que dominaban el distrito empresarial de kuala lumpur.

-No sé. Su carta solo decía que Waiora Bay no está en venta - el director de la sucursal de Nueva Zelanda parecía sorprendido; su jefe no solía reaccionar de forma tan exagerada ante los contratiempos.
Recurriendo a la fría inteligencia con que había logrado ganarse el respeto de los empresarios principales de la costa del pacífico, Edward reprimió su enfado y se inclinó para pulsar dos teclas en su ordenador.
-¿Cuánto tiempo ha pasado desde que murió su tía? ¿Dos meses? -preguntó tras consultar su agenda en la pantalla.
-Asistí al funeral de la señora Masen el veintiocho de septiembre, así que un poco más. Pero la señorita Swan deja muy claro en la carta que no piensa vender. Si quieres, te la envió por fax.
Una ardiente urgencia agitó los sentidos de Edward mientras visualizaba la terca barbilla de Isabella Swan, su pelo castaño sobre sus pálidos hombros, y un cuerpo que, de una navidad a otra, había pasado de ser larguirucho y desgarbado a elegante y seductor.
Una chica que lo había besado como un ángel pecador para luego quedarse helada entre sus brazos.
Necesitó hacer un esfuerzo titánico para hacer regresar sus recuerdos al pasado, donde debían estar.
- No hace falta. Me ocuparé de ello cuando vuelva. Colgó el auricular y volvió a mirar por los ventanales del despacho. Probablemente Bella esperaba una oferta mejor. Edward sonrió. Cuando averiguara que no iba a sacarle un centavo más de lo que valía su propiedad, ¿centellarían sus apasionados ojos chocolate?, ¿se tensaría en un gesto de rabia su boca carnosa y sensual?

Bella entrecerró los ojos contra el intenso sol de enero mientras esquivaba los baches de la carretera de Waiora Bay.
Medio kilómetro después, llegando a los límites de las tierras de Edward Cullen, la grava y los baches daban paso a una carretera bien asfaltada. En la explotación de ganado de Edward, todo destilaba buena administración y grandes sumas de dinero.
Bella relajó sus tensas articulaciones. Desde el funeral de su tía abuela, Elizabeth había hecho varias veces el viaje de cuatro horas de Auckland a Waiora Bay, de manera que la soledad no era nada nuevo para ella, y tampoco la aprensión que se iba acumulando en su interior según se acercaba. Siempre temía que Edward Cullen estuviera allí.
Cosa que era pura paranoia; después de lo sucedido tres años atrás, lo más probable era que Edward no quisiera verla, de manera que no había motivo para esperar que estuviera por allí.
Y Bella no tenía intención de volver después de pasar sus últimas vacaciones en Bay.
Tal vez debería haber cedido a su primer impulso de ir allí a pasar las navidades, pero sus amigas la convencieron para que se quedara en Auckland durante las fiestas.
- Aunque comprendo perfectamente por qué quieres ir -dijo Alice mientras miraba embobada un programa de televisión sobre hombres de negocios de altos vuelos-. Yo iría volando si tuviera un vecino como Edward Cullen -se abanicó vigorosamente con un periódico-
¡Menudo ejemplar! Juraría que la entrevistadora se le han nublado las lentillas cuando le ha sonreído... ¿Es tan sexy como parece?
La risa de Bella sonó bastante convincente, pero ninguna de sus amigas parecía darse cuenta de ello.
- Aún más.
- Seguro que no para de quitarse mujeres de encima.
- Así es.
Todos los veranos, las chicas revoloteaban en torno a Edward, preciosas criaturas seguras de sí mismas con bonitas risas, rostros y cuerpos. Sin poder evitarlo, Bella bajó la mirada hacia las delicadas curvas que ocultaba su blusa. ¡Como envidiaba a aquellas chicas y sus voluptuosos pechos! Y la confianza que mostraban en su sexualidad.
Su compañera de piso suspiró.
- Sí, casi podía verse la testosterona circulando por sus venas. No es justo que un hombre lo tenga todo; una indecente cantidad de dinero, un rostro lo suficientemente atractivo como para hacer que la boca se te haga agua, y un cerebro brillante para los negocios - caminó sensualmente por la habitación agitando su pelo como si estuviera haciendo un anuncio de champú-. Además, fue capaz de tomar las riendas de la empresa Cullen cuando apenas era un muchacho hasta convertirla en uno de los negocios más florecientes del mundo. ¿Dónde vive ese hombre increíble? Puede que decida ir a buscarlo.
Rosalie, rio.
-¿No han dicho que reside en Australia?
Bella se encogió de hombros.
-Tiene casas por todo el mundo.
-Creo que podría aguantar sin problemas a un hombre con casas por todo el mundo -decidió Alice generosamente-. Y me gusta que Edward Cullen tuviera que luchar para volver a poner en pie la empresa de su padre. No me gustan los herederos mimados. ¡Me encantan los hombres poderosos y dinámicos!
- No creo que nunca lo mimaran- dijo Bella en tono irónico.
-Debe tener algún defecto -dijo Rosalie frunciendo el ceño-. ¿Hace trampas jugando al Monopoly?
- Nunca he jugado al Monopoly con él - replicó Bella. Habían jugado por apuestas mucho más peligrosas-. Nos saludábamos cuando nos veíamos en la playa, y su madre solía invitarnos a cenar cada vez que íbamos de vacaciones, pero los Cullen estaban más allá de nuestras posibilidades.
Hasta el verano en que ella terminó sus estudios universitarios...
-¿Es probable que esté en Bay? -pregunto Rose.
El estómago de Bella volvió a encogerse.
-posiblemente.
- Y si no está ¿te importará estar allí sola y sin teléfono?
-No estaré sola- dos interrogantes miradas persuadieron a Bella para que se explayara-. El encargado de la hacienda y el vigilante viven cerca. No os preocupéis por mí. Estaré bien. Solo quiero pasar allí unas últimas vacaciones, eso es todo.
-¿una especie de peregrinaje?-preguntó Rose.
-Exacto -respondió Bella, agradecida. Un peregrinaje para despedirse en privado y para siempre de su tía abuela Elizabeth, la única persona del mundo que la había querido incondicionalmente. Y un peregrinaje para dejar definitivamente zanjada la aventura amorosa que en realidad nunca llegó a tener.

De manera que, en aquellos momentos, su viejo coche abandonó la suave carretera de los dominios de Edward para empezar a descender la colina entre arbustos y helechos hacia la pequeña casa que siempre había considerado su único hogar verdadero.

Finalmente, con un suspiro de alivio, detuvo el coche. Pequeña, inquebrantable, exhibiendo sus ochenta años con garbo, la casita contrastaba descaradamente con la opulenta mansión que se erguía en la ladera oeste. A pesar de sí misma, Bella sintió que su corazón latía más deprisa.

-Estuviste enamorada de él siendo una adolescente, paro ya lo has superado - se dijo en voz alta con firmeza y apartó la mirada de los árboles que rodeaban la mansión Cullen.

Aunque sus compañeras de piso sintieran admiración por un hombre capaz de sobrevivir y triunfar en el duro mundo de los negocios, ella sabía que los hombres así eran peligrosos. Edward Cullen quería hacerse con Waiora Bay, y tenía el poder y los recursos suficientes como para oponerse a los planes que su tía abuela Elizabeth quería para su tierra.

Tratando de ignorar el vacío que sentía en su interior, Bella apago el motor del coche y permaneció un momento sentada, dejando que sus cansados ojos disfrutaran del paisaje que se extendía ante ella.

Unos enormes arboles de fruto rojo se extendían entre un césped recién cortado, cosa que debía de agradecer a Mike Newton, el vigilante de los Cullen, y el brillante mar. Bajo el intenso sol, la arena brillaba, incandescente y blanca.

Con las lágrimas atenazándole la garganta, Bella abrió la puerta del coche. Sabía que acabaría por recordar los viejos tiempos sin pensar, pero sospechaba que no iba a suceder de la mañana a la noche. Respiro profundamente para alejar las lágrimas y salió del coche. El intenso calor la golpeo de lleno en el pecho, dejándola momentáneamente sin aliento. En pocos segundos, la camiseta que llevaba puesta se pegó a sus pechos y a su espalda debido al sudor. Tras tirar de la tela, acepto los pródigos rayos del sol en sus hombros y cabeza y se dispuso a abrir el maletero del coche. Al tocar el metal, retiro bruscamente la mano a la vez que daba un grito

-¿Qué diablos...? - pregunto una voz enérgica y áspera a sus espaldas.

Unas manos fuertes la apartaron del coche y Edward Cullen interpuso su cuerpo grande y ágil entre ella y el vehículo en un movimiento tan inesperado como protector.

-¿Qué ha pasado? - pregunto mientras alzaba la mano de Bella para examinarla.

La aprensión que Bella había sentido durante las pasadas semanas, sobre todo desde que había recibido la oferta de Edward para comprarle las tierras de su tía abuela, se expandió hasta convertirse en un iceberg. Fue incapaz de pronunciar palabra mientras miraba sus ojos, de un verde esmeralda intenso.

Edward frunció el ceño

-¿Te has quemado?

Bella negó con la cabeza.

Los antepasados de la madre de Edward eran griegos, y este parecía haber heredado de sus dioses se atractivo y su oscura aurora de poder. Durante su adolescencia, Bella solía observarlo con auténtica fascinación, y fantaseaba sobre el sin apuros porque era inalcanzable.

Sin ambiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora