17 de Agosto de 1920, el día que fue declarado como el peor de mi vida.
Casi me caía de boca cuando trataba de subir al Transiberiano, las piernas me temblaban por el cansancio.
—Lo logré... —suspiré mirando hacia el techo con expresión victoriosa queriendo sacar un pañuelo para secarme el sudor de la frente.
Todo había resultado catastrófico desde que puse un pie fuera de la cama.
Primero había sido incapaz de encontrar mi sombrero cuando me estaba vistiendo, a él lo culpaba por todos mis males pues tardé para salir de casa y ponerme en marcha a la estación.
Luego, mientras andaba por la calle, digamos que tropecé con el aire porque realmente no tengo ni la menor idea de lo que me pasó y mi rostro casi dio contra el suelo. Para cuando me levanté había una señora mayor riéndose de mí... A carcajadas.
Y, a pesar de todo, traté de ponerle buena cara al mundo porque no podía dejarme llevar, en serio, traté... Pero el mundo insistió en lanzarme otras situaciones que me pusieran a prueba como cuando fui a comprar el periódico y me retiraba sin pagarlo, me gritaron ladrón de modo que todos alrededor se enteraron y no contentos con ello me querían cobrar de más.
Para ponerle la cereza al pastel... No me quisieron vender un billete a segunda clase, no tenía suficiente para uno de primera y acabé en tercera luego de discutir con un hombre en la taquilla.
Pero sobreviví y eso era lo que contaba.
Sobreviví.
—Bien, veamos... ¿Dónde está mi cama? —murmuré una vez recuperado el aire para empezar a avanzar por el pasillo del tren.
Debía de tener la cara roja y no solo era por el frío que hacía afuera sino porque había estado corriendo para no perder el tren; claro está, por no mencionar el cabello despeinado y la ropa empapada de sudor... Pero para ese momento mi mayor preocupación era sentarme, no mi aspecto.
—No, no... —decía cada vez que levantaba la vista del billete en mi mano y no veía el número que me tocaba.
Alrededor de mí, a ambos lados del pasillo, se ubicaban las camas... La tercera clase no contaba con compartimientos cerrados, las camas estaban en el pasillo cumpliendo la función de literas. Podía ver a otros acomodándose, ya sentados o incluso captar partes de conversaciones cuyos temas principales giraban entre política y chismes.
Entonces me di cuenta de algo.
Mi lista de preocupaciones obtuvo un nuevo primer lugar.
¿Y si me tocaba dormir cerca de alguien que roncase?
Estaba acabado.
Quise apartar ese pensamiento de mi mente pero no pude hacerlo... Me imaginaba cubriéndome los oídos tratando de dormir con un hombre de barba larga roncando en la cama de en frente.
¿Por qué de barba larga?
No lo sé.
—Mi cama debe de estar hacia el final del vagón. —Di por hecho al ver que los números que había visto por el momento no se acercaban al que me había tocado.
El resto del camino lo hice en total silencio, habiéndome memorizado el número en el billete solo me tocaba mirar alrededor y fijarme en la gente... Algunos me miraban pero de manera distraída mas no tropecé con nadie, tampoco me dirigieron palabra.
A medida que me acercaba más y más al final del vagón la gente en las camas y los asientos fueron haciéndose menos y menos, los últimos puestos estaban prácticamente desocupados y al darme cuenta de ello sonreí.
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Red de Hilos
Short StoryPorque las personas que nos rodean nos hacen quienes somos y las relaciones humanas son como redes de hilos que nos mantienen atados a este mundo. ----- Portada hecha por La Oreja. Aquí el link de su página en Facebook: https://www.facebook.com/page...