46. Huevos con bacon

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Guillermo.

Como había acordado con Samuel, hoy era el primer día de prueba.

Él me había garantizado que me hablaría sobre él, si superaba las tres cosas que me dijo el día anterior.

Me desperté a su lado, y lo observé durante unos minutos. Él siempre solía despertarse antes que yo, aunque agradecí que esta vez no fuera así.

Me acerqué a su cuerpo, rodeándolo con el brazo izquierdo, mientras lo miraba desde mi lado de la cama. De Luque es guapísimo, y verlo de esa forma, tan inocente y tranquilo, me enternecía. Me abracé más a su cuerpo y cerré los ojos.



-Buenos días, Willy... -Al escuchar su dulce voz de cansancio, abrí los ojos para verlo- Son las nueve de la mañana, ¿empezamos con lo que teníamos pendiente? -Yo asentí, y él se puso en pie, para alcanzar la cómoda en la que guardaba algunos de sus juguetes- Aquí tengo las esposas, aunque ahora que lo pienso, quizás sea mejor, para los pies, que los ate con una cuerda, ¿no crees?

-Pues sí, creo que sí. Una vez me ates... ¿me quedaré aquí todo el tiempo? -Samuel sonrió con maldad.

-Si fuera así, ¿no sería demasiado fácil?

-Sí, supongo. -Me moví de la cama, para sentarme al borde de esta, dejando los pies sobre el suelo.

-Tendrás que hacer todo lo que te diga, estando así -habló, mientras sacaba una cuerda gruesa, del mismo cajón que había abierto segundos antes-. Y lo primero que quiero que hagas es mi desayuno -Se agachó para atar mis pies, con demasiada fuerza, y se levantó para mirarme desde arriba-. Vamos, levántate -Apoyé mis manos, aún libres sobre el colchón, impulsándome para levantarme. Me sentía incómodo con la cuerda, haciendo presión en mis tobillos-. Junta las manos -Me ordenó. Hice lo que me dijo, me colocó las esposas y, entonces, se alejó un poco de mí-. Sígueme.



Sabía que no iba a poder realizar grandes movimientos, encontrándome en tal situación, así que empecé a dar pasos tan pequeños, que parecía, más bien, que deslizaba los pies para avanzar.

Mi vista se mantenía fija en el suelo, hasta que vi cómo Samuel se alejaba a grandes pasos. Conseguí salir de la habitación, pasando por la blanca puerta de su dormitorio, donde podía ver al dueño de la casa, a punto de bajar por las escaleras. Pero al oírme se detuvo.



-¿Cómo voy a...? -Bajar, era a lo que quería referirme, pero él me interrumpió para sonreír y encogerse de hombros. Comenzó a bajar los escalones, en lo que yo avanzaba a paso de hormiga, pero se detuvo otra vez. Tenía la esperanza de que esperaba a que yo comenzara a bajar las escaleras, para que él pudiera ayudarme. Iba a ser muy difícil bajar los escalones en este estado.



Cuando, por fin, llegué al primer escalón, me quedé de piedra. Del suelo, pasé a mirar al frente, donde De Luque me miraba con desinterés. "¿A qué esperas?" Decía esa cara. Me entraron ganas de golpearlo escaleras abajo, pero ni siquiera me quejé. El que saldría perdiendo, después de todo, era yo.

Volví a visualizar el suelo, haciendo un pequeño estudio en mi cabeza de cómo bajar sin romperme ni un solo hueso del cuerpo.

Primero pensé en ir deslizando cada pie un poco, hasta que ambos sobresalieran del escalón y así hacerme caer sobre el siguiente. Pero esa idea no era demasiado buena, ya que no podía deslizar ambos pies al mismo tiempo, y uno de ellos se quedaría en el borde del escalón anterior, haciéndome caer escaleras abajo, por el peso de mi cuerpo. No, tenía que pensar en otra forma.

Miré de nuevo al hombre que esperaba, impacientemente, a algún movimiento mío y de nuevo empecé a idear otra forma de llegar abajo. Tirarse no era una de ellas.

¿Y si saltaba de escalón a escalón? Podría perder el equilibrio, pero ¿qué otra forma había? Además Samuel estaba ahí para algo, ¿no? Ya que no me ayudaba a bajar, supuse que al menos estaba ahí por si caía.

Las escaleras no eran cortas, pero tampoco demasiado largas. Si me tomaba mi tiempo para bajarlas, quizás pudiera controlar el equilibrio.

Sin pensármelo dos veces, di el primer salto. Perfecto. Había caído bien sobre el siguiente peldaño.

Me coloqué erguido, de nuevo, y volví a realizar el movimiento anterior. Otra vez, bien.

El chico que estaba frente a mí, iba bajando de espaldas, mientras me miraba con expresión de diversión. Esto no era, para nada divertido. Me estaba jugando abrirme la cabeza. ¿Y para qué? Para que el señorito me contara lo que le preocupaba. Debería golpearlo y dejar de preocuparme por alguien que sólo quería jugar con los demás. Fruncí el ceño, inconscientemente, pero intenté disimularlo.

Seguí bajando, como lo había estado haciendo anteriormente. Ya no quedaban apenas peldaños. Unos siete, aproximadamente. Y Samuel esperaba ya abajo, sin dejar de observarme.

Fui a saltar de nuevo, pero esta vez no calculé bien y eché demasiado peso hacia al frente, lo cual me hizo caer hacia adelante. Abrí la boca para gritar, pero no salió nada de ella. Estaba tan asustado, que ni siquiera pude emitir ningún sonido.

Samuel se apresuró para cogerme, y abrió sus brazos para recibirme. Golpeé sus pectorales con mi cabeza, y cuando sentí que estaba a salvo, levanté la mirada para buscarlo.



-¿Está bien, amo? -le pregunté, ya que sentí que el golpe que le había dado, sin querer, había sido algo fuerte. Él pareció sorprenderse.

-Genial. ¿Lo estás tú? -Asentí e hice aparecer una sonrisa en mi rostro. Él me levantó y me colocó sobre el suelo, donde no quedaba peldaños que bajar.

-Menudo susto me has pegado. -vocalizó, avanzando por el pasillo, para dirigirse a la cocina.

-Bueno, estaba ahí para ayudarme, después de todo, ¿no? -Aquello no fue muy inteligente de mi parte, ya que, de un modo u otro, incomodé a Samuel con mi comentario. No respondió. Imaginé que no le gustaba que otros supieran que, al fin y al cabo, se preocupaba por otras personas que no fueran él mismo.

-Quiero unos huevos fritos con bacon. -Me ordenó, cerrando los ojos, colocándose de perfil a mí. Abrió los ojos y sacó de allí al cocinero, con gestos para que se largara.

-¿Cuántos... huevos? -le pregunté, pestañeando unas cuantas veces seguidas.

-Dos -respondió él-. ¿Te puedo dejar solo o necesitas canguro? -dijo de malas ganas. Quise cruzarme de brazos, pero no podía al tener las manos esposadas la una a la otra.

-Puedo hacerlo solo. -habló mi orgullo, sacando de allí a un Samuel desinteresado.



Analicé la situación y... Sí, la había cagado. ¿Cómo diablos se suponía que iba a cocinar si tenía las manos unidas la una a la otra?

Abrí la enorme nevera de color plateado, buscando con la mirada los huevos. Los encontré. Saqué un par y luego busqué lo que faltaba.

Mierda, incluso se me olvidó preguntar la cantidad de bacon que quería. Soy un maldito desastre.

Me acerqué a la cocina para encenderla, coloqué una sartén sobre ella, mientras buscaba el aceite con la mirada. Vertí un poco del recipiente, para primero hacer el bacon.

Un hombre mayor entró en la cocina, encontrándose conmigo en tales circunstancias.



-¿Necesitas ayuda, chico? -preguntó la voz del amable señor.



Me sonaba haber visto su cara en otras circunstancias, pero no recordaba en cuales.

El hombre aparentaba entre cincuenta y ocho a sesenta y tres años. Tenía el pelo canoso y unas gafas de vista, con una graduación no demasiado alta. Vestía con un elegante traje negro.



-No, muchas gracias señor.

-Oh no, llámeme Jeffrey, chico.

-Claro... Jeffrey.

Duros caminos del destino [Wigetta y Lutaxx]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora