Kilómetros

Último invierno

El invierno de mis 17 años fue bastante complicado para mí.
Fue el invierno más difícil de mi vida.Incluso más que los de cuándo era más niña.El invierno más frío.
Se acercaba mi despedida.
Y tenía miedo de decir "adiós".

Me iba a ir en nada y no sabía cómo despedirme.Odiaba, odio y odiaré las despedidas.No quería despedirme de mi vida, de mi casa y mucho menos de todas esas personas qué me habían acompañado durante estos casi 18 años de mi vida.
Me dí cuenta de lo importantes qué eran para mí y qué nunca me iba a bastar el tiempo para agradecerles todo lo qué habían hecho por mí.

Sabía qué muy pronto todo lo qué tenía se iba a terminar.Yo ya no era esa niña con problemas de adolescente y mucho menos lo volvería a ser.

Empecé a juntar fotografías porque sería lo qué más cerca podría tener de cada uno y más de una vez se me cayó más de una lágrima al guardarlas.Los iba a echar tanto de menos y lo peor es qué no sabía cuando iba a volver.

En unos días estaría a miles de kilómetros de todo lo qué había sido mi vida, pero sólo me quedaba mirar hacia mi futuro y yo siempre supe qué mi futuro estaba muy lejos de mi casa.

Pronto tendría una nueva casa, haría nuevas amistades aunque sabía qué nunca haría una tan verdadera cómo la qué teníamos yo y mi mejor amiga ( te echo de menos), tendría un trabajo o estudiaría algo, no sabía qué sería de mi y de mi vida.

Sólo escuché mi despertador a las 4 am , me puse un jersey, mis jeans favoritos y me dirigí hacía el aeropuerto de mi ciudad.
Fui en taxi.Aún no me había sacado el carnet de conducir.
Estaba muy nerviosa, por fin nos íbamos a conocer.
No me lo podía creer.
Mi corazón latía tan fuerte qué dolía.
Ese día se terminaría todo.
Nunca más habría más distancia.
Nunca más volvería a llorar por no tenerlo a mi lado.
Nunca más.
Llegué al aeropuerto de mi ciudad y me senté delante de la puerta qué nos uniría (para siempre).
Y de repente, era él.
El chico de mis sueños.
El amor de mi vida.
Había cumplido su promesa.
Nunca olvidaré ver su sonrisa al salir del portón de su vuelo, en ese momento supe qué éramos infinitos.
Juro qué lo éramos.
Era, és y será siempre mi pequeño infinito.